Siempre me pareció tan contra corriente la manera de actuar de Jesús, pero cada vez que me sumergí en encontrar sus explicaciones, pude ver en su falta de lógica humana, un pensamiento superior que anticipa cada acción. Quizá esto es lo que enloqueció en parte a los fariseos, saduceos, escribas y sacerdotes de su época.

Jesús se hizo acompañar por un ladrón, un recaudador de impuestos, cuatro pescadores, al menos uno de sus primos, y cinco hombres que encontró en el camino. Vamos! Pongámonos en los zapatos (o sandalias si gustan), de los contemporáneos de este grupo, y con la mentalidad de la época. Parecía un grupo cualquiera de personas que puso de cabeza, no solo Palestina, sino todo el mundo antiguo (sobre todo el Imperio Romano). 

Aquellas cosas que enseñaba Jesús y que luego replicaron, por acción del Espíritu Santo, sus discípulos, eran el motivo de tanta controversia entre los sacerdotes, escribas y fariseos. Esta enseñanza iba recorriendo, de boca en boca, no solo Palestina, sino todo el Imperio Romano, incluso antes de la muerte, resurrección y ascensión a los Cielos, por parte de Cristo.

Un poco de contexto

Un evangelista es una persona que busca evangelizar, es decir, “anunciar las buenas nuevas” a otras personas. Sin embargo, dentro de los primeros siglos del cristianismo, el evangelista vino a referirse casi exclusivamente a los hombres que llamamos los cuatro evangelistas, es decir, los autores de los cuatro evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Luego de Pentecostés, como es historia conocida, la evangelización se propagó de una manera sorprendente día con día, aunque no sin pasar algunas dificultades. Si los discípulos caían presos, aprovechaban para evangelizar en las cárceles. Soldados y prisioneros por igual. Ante el tribunal daban testimonio tan fuertemente y de manera tan acertada que no había más solución que liberarles.

Sin embargo, surgió un problema para estos discípulos: la distancia y la cantidad de personas que tenían ahora que acompañar en su labor pastoral eran gigantescas. San Pablo no se lo pensó y empezó a viajar mucho, mientras escribía cartas a las comunidades que había visitado. No sin pasar muchos aprietos.

Algunos acontecimientos sobre el Evangelio de San Marcos

Este gran evangelizador tuvo por acompañante de viajes a un tal Juan Marcos, (de quien se sabe también sirvió como intérprete a Pedro), y a Lucas, un médico. Durante estos periplos, Juan Marcos primero y luego Lucas, iban a ir poniendo las cimientes para una nueva corriente: escribir las enseñanzas de Jesús para la posteridad. Marcos, separado de san Pablo para hacer compañía a Bernabé, divulgaría un primer escrito de las enseñanzas de Jesús (o al menos se presume como el primero).

Como reza el dicho popular, “para toda obra original, hay muchas copias baratas”, también ocurrió para este primer Evangelio. Empezaron a conocerse otros relatos. Estos relatos, al principio nada completos, fueron tomando fuerza con el paso de los años y empezaron a haber corrientes que apoyaban relatos muy poco creíbles del Evangelio.

Lucas, el metódico

Lucas, como buen médico se preocupa, y por encargo de un tal Teófilo (a quien muchos historiadores consideran un título más que una persona real), escribe su propio Evangelio. Como producto del contexto que vive la escritura de este Evangelio, recoge las enseñanzas de Marcos y las profundiza, las ordena y les añade aquello que considera importante para el fortalecimiento de la doctrina.

Hay que hacer notar que el Evangelio empieza con dos capítulos dirigidos al contexto de nacimiento de Jesús, pero donde resalta la figura de María, a quien Lucas conoció personalmente. También la tradición le atribuye haber pintado el cuadro “Salus Populis Romani”, la pintura más antigua y conocida de Nuestra Señora. Un cuadro de gran belleza.

Para redactar su Evangelio, hizo una prolija investigación y entrevistó a los que más cerca estaban de Jesús, sus apóstoles y su Madre, la Virgen María. Hasta un exégeta hipotetizó que fue ella misma quien dictó el “Magnificat” al evangelista. Solamente en su libro podemos encontrar afirmaciones sobre la Virgen muy íntimas, como por ejemplo: “María, por su parte, guardaba con cuidado todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).

Se nota un trabajo muy ordenado en todo su Evangelio, respetando mucho al lector, de manera tal que todo el mensaje sirviera de referencia para fortalecer labores evangelizadoras, que previamente habían empezado con el anuncio de los discípulos y el propio Evangelio de Marcos.

Es posible notar, incluso, algunas influencias paulinas en el texto. Las palabras directas de Jesús y sobre todo las parábolas medulares (“el Hijo Pródigo”, y “el Publicano y el Fariseo”), son probables reflejos de que el mensaje de conversión de san Pablo estaba presente.

Además de ser el más largo de los cuatro Evangelios, el Evangelio de Lucas es extraordinariamente vivo y rico. Muchos detalles de la vida de Cristo, especialmente su infancia, se encuentran solamente en este libro. Muchos artistas medievales y renacentistas se inspiraron en dicho libro para obras de arte relacionadas con la vida de Cristo.

Mientras todo esto ocurría, la tradición mantiene que san Mateo, luego de evangelizar 15 años al pueblo hebreo, se trasladó al este, rumbo a Egipto y luego a Etiopía, donde sufriría el martirio. Durante los años de evangelización, Mateo cultivó una comunidad de creyentes que iba en aumento y por esto, según la tradición, fue reuniendo las enseñanzas de Jesús en un solo texto.

Mateo y su perspectiva

Existen algunos estudiosos quienes sostienen que el Evangelio de san Mateo no fue escrito directamente por él. Sin embargo, nadie discute el carácter único de su escrito. La tradición es unánime: Este fue el primer Evangelio, escrito originalmente en arameo, por lo que hoy aparece como el primero en nuestras Biblias.

Pero no tenemos fragmentos de un texto arameo original; el texto griego que tenemos, parece en algunos aspectos inspirarse en el Evangelio de Marcos, motivo por el cual algunos estudiosos concluyen que el Evangelio de Mateo tomó forma final solo después de que Marcos escribiera.

Mientras, todo esto acontecía, surgían numerosos grupos que extendían las primeras (y aún permanentes) formas de herejías y desviaciones de la fe. Agnósticos, como punta del iceberg, empezaron a difundir escritos y doctrinas erróneas sobre Cristo, la Iglesia y su mensaje.

Cerca del año 90, san Juan evangelista, último sobreviviente de los apóstoles, vive sus últimos años de vida en Éfeso, según la tradición. San Juan, como san Mateo, había cultivado una comunidad de cristianos que tenía un gran aprecio por su figura, pero que también concentraba divisiones. Existían entre ellos, personas que se denotaban con un origen judío muy marcado y consideraban el bautismo y la circuncisión como algo necesario. Por el otro lado, los cristianos de origen gentil, que aglutinaban un pensamiento contrario a lo que pensaban los judíos en varios aspectos. Sin embargo, si algo se notaba era la verdadera influencia de las enseñanzas “joánicas”, es decir, de Juan Bautista, a quien muchos definían muy cercano a lo que Cristo fue.

Juan, el diferente

En medio de todo esto, Juan, como testamento, decide escribir el Evangelio que lleva su nombre. Es muy probable que algunas cosas las haya escrito Él mismo, otras dictado con, inclusive, un revisión posterior. De lo que no hay duda es del sello que tiene este Evangelio.

Está dirigido a una comunidad muy madura en la fe, en la que los signos ya han dado fruto y empieza la reflexión del camino a Cristo. Es indudable la misión de este Evangelio: Juan lo abre con lo que yo considero la analogía primera de la Historia de Salvación.

Y continúa con la figura de Juan apuntando al que deben seguir: Jesús.

Más adelante, el Evangelio profundiza en las tres pascuas que Jesús vivió en Jerusalén y en el misterio de su Resurrección, poniendo especial énfasis en el discurso del Pan de Vida (capítulo 6), el pensamiento judío (capítulos 8-9) y su divinidad (capítulos 12-19).

Juan, como Lucas, también resalta su vivencia con María, pues es el discípulo que la acoge en su casa luego de la muerte de Jesús. Quizá esto hizo que su Evangelio cobrara también un enfoque distinto, pues, al conocer a María tan profundamente, conoció también a Cristo en una mayor profundidad y esto también le brinda una mayor belleza a sus escritos.

Los escritores cristianos de los siglos segundo y tercero, atestiguan como tradición reconocida universalmente y que nadie pone en duda, que el apóstol y evangelista Juan vivió en Asia Menor durante las últimas décadas del siglo primero, y desde Éfeso guio a las Iglesias de dicha provincia.

En su “Diálogo con Tryphon” (Capítulo 81), San Justino Mártir se refiere a “Juan, uno de los Apóstoles de Cristo”, como un testigo que había vivido “entre nosotros”, es decir, en Éfeso.

San Ireneo habla en muchos pasajes del apóstol Juan y su residencia en Asia, y expresamente declara que escribió su Evangelio en Éfeso (Adv. haer., III, i, 1), y que había vivido allí hasta el reinado de Trajano (loc. cit., II, xxii, 5). Con Eusebio (Hist. eccl., III, xiii, 1) y otros, nos vemos obligados a establecer el destierro del apóstol a Patmos durante el reinado del Emperador Domiciano (81-96).

Con anterioridad a esto, según el testimonio de Tertuliano (De praescript., xxxvi), Juan había sido arrojado dentro de un caldero con aceite hirviendo frente a la Puerta Latina en Roma, sin haber sufrido daño alguno.

Después de la muerte de Domiciano, el apóstol volvió a Éfeso durante el reinado de Trajano, y allí murió hacia el año 100 d.C., ya de muy avanzada edad.

La tradición nos trae muchos rasgos de gran belleza sobre los últimos años de su vida: que se negó a permanecer bajo el mismo techo que Cerinthus (Ireneo “Ad. haer.”, III, iii, 4); su conmovedora ansiedad por un joven que se había convertido en ladrón (Clemente Alex., “Quis dives salvetur”, xiii); sus exhortaciones repetidas continuamente al final de su vida: “Pequeños, amaos unos a otros” (Jerónimo, “Comm. in ep. ad. Gal.”, vi, 10).

Por otra parte, las narraciones que aparecen en los apócrifos “Hechos de Juan”, que aparecieron muy pronto, en el siglo segundo, son invenciones no históricas.

Y podríamos seguir hablando mucho de ellos, de sus escritos y la forma en que nos muestran a Jesús. Pero no por eso deja de ser el mismo Cristo. Y esa es la belleza del Evangelio: que el Señor no pierde su identidad sin importar bajo qué lupa se vea.

Edwin Vargas

Publica desde marzo de 2021

Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.