La Santa Iglesia tiene una variedad de signos y símbolos, y cada uno de ellos nos ayuda a llegar al Señor. En esta ocasión nos detendremos sobre un signo en particular, que marca el inicio de la preparación para la razón de ser del cristiano, la Resurrección de Jesucristo.

El Miércoles de Ceniza es el inicio de la Cuaresma: la característica particular de este día es el signo de la Cruz que el sacerdote nos pone en la frente con el símbolo de la ceniza de los ramos quemados. Este signo peculiar, más que una marca del católico, es un recordatorio serio no solo para la comunidad cristiana, sino para todas las personas.

Polvo eres y en polvo te convertirás.

El significado de esta cruz es mostrar al pueblo que las personas no son eternas; su vida se ha de terminar en algún momento y, al igual que las cenizas que se pierden con el viento en partículas de polvo, nuestra corporeidad por la acción de la muerte también llegará a perderse entre el polvo de la tierra.

Es evidente que en el Miércoles de Ceniza la relación entre la vida y la muerte es el punto principal a meditar. La muerte puede considerarse como un sinónimo de dolor y la vida como uno de esperanza; la interrogante para todas las personas es: ¿en dónde queremos estar?

El cristiano es consciente de sus pecados; por ellos es que la muerte existe y esta es algo inevitable, en algún momento llegará para todas las personas y nosotros como seguidores de Cristo debemos prepararnos para ese momento. Esta consideración hace que la relación entre la vida y la muerte sea menos desgarradora, pues la verdadera vida está al otro lado de la muerte, en la otra vida, entonces la muerte solo es un paso transitorio. 

Con la penitencia es como debemos vivir el Miércoles de Ceniza, es esa labor que nos dirige hacia la verdadera experiencia del sacrificio. Y este día lo acompañamos con el ayuno y la abstinencia de carne. Con el ayuno solo tomamos una sola comida fuerte durante el día y con la abstinencia no consumimos carne; con ello hacemos honor a la pasión y muerte de Jesucristo. Estas son maneras de sacrificio físicas que la Iglesia nos pide, pero no son las únicas: se nos pide tener nuestro propio ayuno y abstinencia personal, aquello que nos cueste dejar, que nos guste mucho hacer o disfrutar; o bien con aquello con lo que somos débiles o conflictivos, buscar lo contrario.

El objetivo del ayuno y la abstinencia es el dominio de los impulsos, de la carne y el deseo.

Todo esto nos dirige hacia la oración, que es el medio para encaminar de la mejor manera nuestra penitencia física e interna. El orar implica disposición, sencillez y humildad, tres aspectos clave que nos hacen notar la belleza de la oración personal e íntima con Dios. 

Dialogar con Cristo es mantenernos cerca de Él, cuando oramos eso es lo que estamos haciendo. En el inicio y durante el tiempo de Cuaresma esa es la invitación a todo el pueblo de Dios, a mantenerse en comunicación constante para poder tener un corazón dispuesto al tiempo litúrgico que se está viviendo.

Con nuestros sacrificios físicos e internos podemos lograr tener una experiencia nueva de toda la Cuaresma, empezando por el Miércoles de Ceniza; a pesar de que cada año vivimos este tiempo de contemplación y sacrificio, cada año trae cosas nuevas para nosotros. Este es el momento en el que, con alegría y perseverancia, nuestra penitencia puede tener un nuevo matiz, pues la belleza que existe detrás de la Pasión y muerte de Jesucristo es tan asombrosa que no tenemos por qué mostrarnos tristes ante ella. Nuestro amor por Dios es tan grande que por eso nos debe de llenar de emoción por vivir una Cuaresma y una Semana Santa más.

Es por amor a Dios que decidimos hacer ayuno y abstinencia de nosotros mismos.

Este año es una nueva oportunidad de recordar y de vivir lo más importante que tenemos en esta vida, el amor de Dios.

Te invitamos a vivir este tiempo como un viaje de misiones, en el cual cada uno de nosotros iremos a acompañar a Cristo en esa travesía de cuarenta días en el desierto y después mantenernos firmes e inquebrantables como su madre, Santa María, en su Pasión y muerte para redescubrir la belleza de la vida. El Miércoles de Ceniza comienza esta gran prueba de amor que sin duda alguna marca a quien la vive con un corazón dispuesto. 

Al recordar lo frágil que puede ser la vida debemos recordar también la gran necesidad que tenemos de la Misericordia de Dios. Acércate a la oración y vive con alegría tu fe, siéntete seguro de que en la misión la vida eterna es la mejor recompensa por vivir para Cristo.

Ya sabemos que del polvo venimos y al polvo habremos de volver, es ahora el momento en el que debemos prestar atención y hacer caso de las palabras del sacerdote al ponernos la cruz de ceniza: arrepiéntete y cree en el Evangelio. 

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.