Juan, nuestro santo, nació en Fontiveros en 1542. Su familia era pobre. En la escuela empezó a aprender el oficio de tejedor y más adelante trabajó como criado del director de un hospital. En 1563, habiéndose planteado seriamente la elección de estado, se decide por la vida religiosa carmelitana y entra en el convento de Santa Ana de Medina del Campo. San Juan de la Cruz es considerado Doctor de la Iglesia Católica.

Pero, ¿cuál es su verdadera riqueza? ¿cuál es su verdadero aporte? Lo primero que alcanza este santo español, y con gran facilidad, es el respeto por la calidad de su poesía, convirtiéndose en un referente para la lírica mundial. Es admirado por la musicalidad de sus poesías y la belleza de sus versos. Su Cántico Espiritual es célebre. Toda su poesía es la concentración tanto de la más pura realidad sobrenatural como de las experiencias más ordinarias. Partió a la Casa del Padre un 14 de diciembre de 1591 a la edad de 49 años.

El impacto de Dios en la vida del Doctor Místico, como es conocido, le abrió de tal manera a la trascendencia que rompió las barreras de su entendimiento, al mismo tiempo que condujo su contemplación al amor ilimitado de un Dios que no se puede encerrar en ningún concepto porque es un fuego tan voraz que terminaría consumiéndose de amor.

El testimonio más importante de San Juan de la Cruz, el principio fundamental de su vida, fue hacer realidad que «Dios es todo y las criaturas nada». Desde ahí, San Juan de la Cruz buscó el desprendimiento afectivo de todo lo creado, y hasta lograrlo, la unión con Dios por medio del amor. San Juan de la Cruz propone abrirse totalmente, sin apegos, hasta llegar a la suma contemplación de la belleza del Creador que es hermoso por ser Uno, y una unidad no se puede atrapar ni contener, solo contemplar.

De este modo, San Juan de la Cruz se convirtió en un ejemplo siempre actual de la primacía absoluta de Dios y de cómo las distintas dificultades y cruces de la vida son medios y caminos para servir y amar a Dios y a través de ese amor testimoniar a la humanidad la grandeza de Dios y de su amor.

Es importante hablar de los atributos divinos ya que, según el Doctor Místico:  “por cuanto en un solo acto de esta unión recibe el alma las noticias de estos atributos, juntamente le es al alma el mismo Dios muchas lámparas” (Llama de amor viva). De los cuales menciona los siguientes: “porque es Omnipotente, es Sabio, es Bueno, es Misericordioso, es Justo, es Fuerte, es Amoroso, etc., y otros infinitos atributos y virtudes que no conocemos”.

Para San Juan de la Cruz, los atributos sí se pueden llegar conocer y son a su vez el mismo ser de Dios. De todos los atributos que enumera en las diversas citas sin duda al que le da mayor relevancia es a la hermosura porque de ella dice que es la misma esencia de Dios: “pide en esta canción determinadamente le descubra y muestre su hermosura, que es su divina esencia” (Cántico Espiritual).

San Juan de la Cruz ha contemplado con una admirable hondura de fe, y desde su propia experiencia de la purificación de la fe, el misterio de Cristo Crucificado; hasta el vértice de su desamparo en la cruz, donde se nos ofrece, como él dice, como ejemplo y luz del hombre espiritual. Allí, el Hijo amado del Padre fue necesitado de clamar diciendo: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27, 46).

El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas.

También el cristiano y la misma Iglesia pueden sentirse identificados con el Cristo de San Juan de la Cruz, en el culmen de su dolor y de su abandono. Todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre. En la fe, la esperanza y el amor, la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida.

Acercarse ahora y siempre a San Juan de la Cruz es recorrer caminos de prueba y de admiración.  Impresiona la crudeza de su existencia, fascina la belleza de su literatura e interpela lo evangélico de su testimonio. Dios llama a cada uno a través de distintas vocaciones, estados y senderos. Y San Juan de la Cruz nos muestra uno de ellos, excelso y angosto: el de la sabiduría de Dios, cuya puerta es la cruz. Un camino, que en mayor o menor grado e intensidad, todos hemos de recorrer. Aun cuando desear entrar por esta puerta es de pocos, desear los deleites que vienen por ella es de muchos.

Abner Xocop Chacach

Publica desde septiembre de 2019

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Joven guatemalteco estudiante de Computer Science. Soy mariano de corazón. Me gusta ver la vida de una manera alegre y positiva. Sin duda, Dios ha llenado de bendiciones mi vida.