Creo que no hay nada malo en sentir. Sentir viene bien para fortalecer la fe y reconocer que somos queridos, que hay otro corazón que late tras el nuestro dando sentido a la bondad, a la entrega…

Sin embargo, basar nuestra creencia en el sentimentalismo, es comparable con construir una casa sobre arenas movidizas.

Los sentimientos son una cosa temporal, y no solo porque varían, también porque muchas veces desaparecen. ¿Y qué queda entonces? Las convicción y la decisión.

Hace 5 años tuve la inmensa suerte de hacer effetá, un curso de retiro de jóvenes para jóvenes, que se hace una vez en la vida y en el que no puede contarse lo que pasa (simplemente porque el factor sorpresa es muy importante).

Desde entonces, habré ido como “servidora” a más de 15 retiros. Es cierto que a mí no me cambió la vida, pero conozco a mucha gente a la que sí le ha supuesto un antes y un después.

Tengo amigos que tras tan solo un fin de semana, decidieron dejar las drogas, entrar en el seminario, o cortar con aquel chico que tan mal les hacía.

He sido testigo de numerosas conversiones que marcaron mi vida para siempre y por desgracia, también he visto como muchos de ellos, una vez superada la “resaca espiritual”, decidieron no luchar.

Por este último motivo, hay personas que ven esos retiros como algo “peligroso” para una fe verdadera y madura. Yo creo que son la oportunidad de despertar, un regalo en toda regla.

Hágase usted digno de esto. Salvar al soldado Ryan

La relación con Dios, como cualquier otra relación de amor, hay que cuidarla. Es el intento de tenerle presente constantemente, dedicándole momentos y jaculatorias diarias, lo que nos lleva a convertirle en parte de nuestra vida.

Para aprender a quererte, voy a estudiar como se cumplen tus sueños, voy a leerte siempre muy lentamente. Morat, Para aprender a quererte

Basta con creer. Basta con la fe. Es una cuestión de confianza, de fimentar nuestra certeza en que si Dios es un Dios de amor, solo desea lo mejor para nosotros.

En mi parroquia hay una mujer mayor que siempre está rezando. En invierno va envuelta en un abrigo rojo que me permite distinguirla en primera fila, a pesar de mi miopía, nada más entrar en la iglesia.

Su moño italiano le da un aspecto elegante y tierno al mismo tiempo. Es bajita y anda lentamente. Cogea ligeramente y en alguna de sus manos (nunca me he fijado en cual), suele llevar un gran bolso.

Es argentina. O uruguay… no sabría diferenciarlo, pero noto su acento rioplatense cada vez que reza el rosario en alto.

Llueva, truene, haga frío o haga calor, siempre aparece caminando. Es la de las que nunca falla aunque se nota que cada paso le supone un inmenso esfuerzo físico.

En no pocas ocasiones me he encontrado preguntándome por su vida. Llega y vuelve sola.

Cuando le sonrío, en un intento por mostrarme cariñosa con aquella mujer que tanta ternura me inspira, no me devuelve la sonrisa. Quizás es por la mascarilla. Quizás mis ojos no expresan demasiado y no es capaz de notar mi gesto. O mejor. Quizás soy yo la que no sé notar los suyos.

Sea como sea. Aquella anciana es para mí un fiel soldado, un ejemplo de cómo querer a Dios aún cuando menos apetece.

A veces es suficiente con entrar y arrodillarse ante el sagrario. Hacer silencio para poder escuchar y dejar que pasen las horas mientras nuestro corazón, con el milagro del Amor, va haciéndose más grande.

Mafalda Cirenei

Publica desde marzo de 2020

Suelo pensar que todo pasa por algo, que somos instrumentos preciosos y que estamos llamados a cosas grandes. Me enamoré del arte siendo niña gracias a mi madre, sus cuentos y las clases clandestinas que nos impartía en los lugares a los que viajábamos. Soy mitad italiana, la mayor de una familia muy numerosa y, aunque termino encontrando todo lo que pierdo debajo de algún asiento de mi coche, me dicen que soy bastante despistada. Confiar en Dios me soluciona la vida.