Continuando con esta serie de artículos sobre las virtudes cardinales, hoy conoceremos más en detalle, aunque escuetamente, aquella que nos permite vivir en la verdad con el otro: la justiciahttps://www.tolkian.com/vida-interior/las-virtudes-cardinales-parte-i/

Como ya hemos mencionado, justicia y prudencia están más estrechamente unidas de lo que parece. El arte de la vida en común, de la convivencia con los otros, el arte de la vida misma, depende del conocimiento y reconocimiento objetivos de la realidad, lo cual logramos por la prudenciahttps://www.tolkian.com/vida-interior/las-virtudes-cardinales-parte-ii-prudencia/

Aquel que es prudente hace del conocimiento de lo real la norma de su acción, y por la justicia reconoce el derecho de los demás y vive en paz con ellos. ¡Cuánta falta hacen estas dos virtudes al hombre (varón y mujer) contemporáneo! Poco a poco hemos olvidado la belleza de las virtudes…

A diferencia de la prudencia, que hunde sus raíces en el entendimiento, la justicia no consiste en conocer o en juzgar acerca del actuar, sino en el mismo obrar, en actos hacia el exterior. Por eso radica en la facultad de la voluntad, por la que queremos lo bueno y lo ponemos por obra.

La definición más sobria y objetiva de todas dice que la justicia es la disposición del hombre que da a cada uno lo suyo. La justicia siempre se refiere a otra persona y versa sobre el derecho, es decir sobre “aquello que, según alguna igualdad, corresponde a otro, como –por ejemplo- la retribución del salario debido por un servicio prestado”, dice Santo Tomás de Aquino. Conviene señalar que esto que corresponde a otro no debe identificarse sólo con dinero o algo material, pues puede ser un reconocimiento (a una obra hecha, a una dignidad), una ayuda (ante una petición, como muestra de piedad), algo material (un regalo, un sueldo estipulado por un contrato), algo espiritual, como le debemos a Dios (una muestra de amor, una oración, un acto de culto, y de apoyo a nuestros hermanos).

Por igualdad se entiende la correspondencia o ajuste -justicia- entre el acto de una persona y lo que debe recibir por ello, como se pone de manifiesto en el ejemplo del salario, que se debe ajustar al servicio prestado. Según sea el acto realizado por otro, así será lo justo, que no es fijo, sino que depende de lo recibido o previamente dado. Por eso sería una falsa justicia dar a todos lo mismo, pues cada uno, de acuerdo a lo que le diferencia o le es propio, de natural o por su obrar, deberá recibir según lo que ha realizado.

Una madre que da jugo natural de naranja a un hijo enfermo, pero no se lo da al que está sano, porque no lo necesita, está realizando un acto de justicia; mientras que, por el contrario, sería injusto que repartiera entre todos sus hijos, por igual, una medicina contra la gripe bajo el pretexto de que, si no lo hace, los hijos sanos podrían sentirse tratados injustamente.

Solo quien es justo puede ser realmente bueno, ya que el valor de la justicia está en ser la forma más elevada y propia de este ser bueno. En la Sagrada Escritura y en la Liturgia de la Iglesia se designa a aquellos que estaban en gracia, que eran santos, como justos.

La justicia es el orden del alma por el cual no somos siervos de nadie, sino solo de Dios.

San Agustín

El ser humano es un ser social, que necesita de los demás, y por esto su tarea es la realización y vivencia de la justicia. Justamente donde esta virtud falta, todo es un caos. La justicia es por lo tanto la plenitud de ser del nosotros.

Este nosotros se conforma en torno a tres estructuras fundamentales, y cuando estas son rectas, entonces se puede decir que en el nosotros reina la justicia. Estas estructuras son las siguientes:

  • la relación de los miembros entre sí: la rectitud de estas relaciones consiste en la justicia conmutativa.
  • las relaciones del todo con los miembros: la rectitud de estas relaciones se ordena a la justicia distributiva.
  • las relaciones de los miembros individuales con el todo: la rectitud de estas relaciones corresponde la justicia legal.

¿Para qué conocer esto? Por el hecho que diferentes doctrinas, como el individualismo (al que podemos adherir tal vez), van contra esta virtud tan necesaria, y sólo consideran al primer elemento: las relaciones de los individuos entre sí. Justamente, dicha doctrina no reconoce el nosotros. Pero, por otra parte, el anti-individualismo ha desarrollado una teoría social universalista que niega rotundamente que haya relaciones entre los individuos en cuanto tales, y que en perfecta consecuencia declara la justicia conmutativa un absurdo individualista. Los regímenes totalitarios existentes en el mundo son claro ejemplo de este desequilibrio.

Entonces, conocer esta virtud nos demuestra el peligro de simpatizar con algunas “opiniones de escuela” o “teorías”, porque estas nos llevan a obrar en consecuencia, en nuestro día a día, si somos coherentes.

La justicia se corrompe de dos maneras: mediante la falsa prudencia del sabio y mediante la violencia de quien tiene el poder.

Santo Tomás de Aquino

Debiéramos procurar el ordenamiento de los individuos al bien común del nosotros, y tomar esto como la estructura fundamental de la vida común, y esto equivaldría a colocar la justicia legal como la forma auténtica de la justicia. La vida moral del hombre se ordena al bien común, dice Santo Tomás de Aquino, lo cual implica que existe una verdadera obligación de cada uno hacia el bien común, y esta obligación abarca a todo el hombre (varón y mujer), por un lado; y por otro, que toda virtud del individuo (la tuya y la mía) importa y hace al bien común, es decir que este bien requiere la virtud de todos.

La verdadera justicia se puede realizar si todos los individuos de la sociedad son buenos, no solo justos en el sentido estricto, sino buenos en el sentido más personalista, oculto y privado de la virtud, por esto decimos que abarca a todo el hombre. Es que incluso lo que hagamos en el ámbito privado o personal, lo bueno o virtuoso como lo malo o vicioso, afecta a todo el cuerpo místico, que nos incluye a nosotros y a nuestros hermanos. Esta es la belleza del Cuerpo místico.

Por tanto, busquemos cumplir nuestro deber de justicia para con Dios, sin descuidar el que tenemos con nuestros hermanos. Recordemos las palabras de 1 Juan 4,20: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” ¡Ave María y adelante!

Guadalupe Araya

Publica desde octubre de 2020

"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa", decía el gran Chesterton. A eso nos llama el Amor, y a prisa: conocer la Verdad, gastarnos haciendo el Bien, y manifestar la Belleza a nuestros hermanos, si primero nos hemos dejado encontrar por esta . ¡No hay tiempo que perder! ¡Ave María y adelante! Argentina, enamorada de la naturaleza (especialmente de las flores), el mate amargo y las guitarreadas. Psicóloga en potencia. La Fe, ser esclava de María, y mi familia, son mis mayores regalos.