Las facultades psicológicas del hombre son: el ser, el desear y el amar. Y están arraigadas en las virtudes teologales: el ser en la fe, el desear en la esperanza y el amar en la caridad.

La virtud es una “disposición habitual y firme a hacer el bien.” (catecismo 1803).

Existen las virtudes cardinales, aquellas que tratan de “como ordenar las cosas y la relación con los demás” para que esa relación nos disponga a “dar gloria a Dios.” Y las virtudes teologales, que tratan de “la relación directa con Dios mismo”, y tienen como objeto y fin a Dios. La finalidad de estas últimas es que nos hagan participar de la misma vida de Jesucristo: que podamos creer -pensar- al modo de Cristo, que podamos esperar -desear- al modo de Cristo, y que podamos amar – querer- al modo de Cristo.

La virtud de la fe es por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado. Es necesaria para que tengamos el anhelo de cumplir en todo la voluntad de Cristo y no tanto nuestra propia voluntad.

La vida interior es una continua tensión entre la voluntad de Dios y la voluntad del hombre. Esta tensión surge del hecho de que nosotros giramos continuamente en torno a nuestra propia voluntad, en la búsqueda de lo que nos es cómodo, mientras que el alcance de nuestros planes y de lo que nosotros deseamos, no coincide con lo que Dios desea.

Las personas nos defendemos ante la anulación de nuestros propios deseos y lo hacemos negando a Dios la sumisión de su voluntad. Y ¿cómo? En muchos casos justificamos nuestra actitud, justificamos lo que hacemos para realizar nuestros propios deseos, como sistema de autodefensa. Y yo me pregunto ¿defendernos de qué…? ¿De un Padre que nos ama hasta el fin, de un Dios que se ha hecho Hombre para morir por nosotros, que su misericordia no tiene límites? ¿Por qué resulta tan difícil tener fe? Quizá por el hecho de no querer abandonarnos, por nuestro orgullo, fruto del pecado original, por el cual el hombre se niega a depender de Otro, de no aceptar la belleza de ser criatura. 

La virtud de la esperanza está muy unida a la virtud de la fe. Con ella aspiramos a la vida eterna como felicidad nuestra y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la Gracia del Espíritu Santo (catecismo 1817), por lo tanto en la belleza del abandono en Dios. Y que esta esperanza nos lleve a generar una mirada positiva sobre el tiempo y la historia.

La esperanza dice Erik Erikson (psicoanalista estadounidense) “es la virtud más indispensable inherente a la condición de estar vivo.” Es lo que nos lleva a seguir luchando, a levantarnos cada vez que caemos, a fijarnos unos objetivos en la vida y sentir esa ilusión de saber que los vamos a conseguir.

Es ese viento de aire fresco que nos impulsa en el día a día, teniendo la certeza de que “hoy todo será mejor.” 

La virtud de la caridad, es esa acción hacia los demás sin distinción que nos enseñó Jesús. Es la base del amor cristiano, sin amor a Dios es difícil amar al prójimo, porque nuestro corazón está lleno de miserias, es débil y frágil y ante el más mínimo golpecito se rompe, se llena de soberbia y nos impide amar.

Jesús nos dice:

Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Lc 6, 32-33

Por eso tenemos que fundamentar nuestra caridad a los demás en el amor a Cristo, pedirle a Él que primero nos de un corazón puro y humilde para así amar más y mejor.

¿Qué mejor remo son estas virtudes para avanzar en la barca de nuestro encuentro con Cristo? 

Beatriz Azañedo

Publica desde marzo de 2019

Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.