El amor no es un sentimiento, sino una decisión.

Esta simple premisa ya causaría revuelo en muchos ámbitos de nuestra sociedad, pues el concepto que vamos a tratar es bastante complicado. Pero no nos adelantemos, vayamos paso a paso.

La filosofía desde sus inicios planteó ya la cuestión del amor: ¿Qué es? ¿Hacia qué tiende? ¿Por qué se genera? Es tan amplio todo lo que el amor abarca, y tan misterioso, que resulta muy difícil darle una definición.

Vamos a empezar deduciendo que aquello que se ama no puede a la vez ser odiado. Por tanto, el amor es lo contrario al odio (que puede definirse así como “no-amor”). Pero no podemos dejar así nomás la definición, porque si nos preguntamos qué es el amor todo lo que obtenemos es “no-odio”. Falta algo más.

Ya los griegos se enfrentaron a este dilema, para el que encontraron como solución la categorización: formularon cuatro especies centrales de amor, al que pensaban como un equivalente del mero sentimiento. Estos eran: Eros (amor pasional), Agape (amor desinteresado y caritativo), Philia (amor entre amigos) y Storge (amor familiar).

Podemos sacar, a partir de esto, dos cosas. Primero, que el amor tiene muchas formas de manifestarse, muy distintas la una de la otra. Segundo, que en todas sus manifestaciones hay una misma base: el afecto.

Podemos decir que el afecto es este sentimiento relacionado con el amor que nos dirige hacia lo amado. Es decir, es la base emocional del amor. Podemos añadir a esto que al afecto lo acompaña el bienestar. Cuando amamos a alguien, por ejemplo, nos sentimos felices en la presencia de aquella persona. Nos alegra estar con ella, sentimos bienestar, sentimos que nos hace bien.

Repasando: el amor es opuesto al odio, se manifiesta de muchas formas y siempre tiene como base al afecto entre nosotros y aquello que amamos, acompañado por un cierto sentimiento de bienestar.

Sin embargo, tenemos un tema. Si somos amigos de alguien por su dinero, estaría mal ¿Verdad? Pues bien, tampoco es amor verdadero cuando amamos a alguien porque “nos hace bien”.

Acá empieza la paradoja.

Amar a alguien porque nos hace bien es amar lo que esa persona nos da, no a la persona. Es amar al beneficio y no al benefactor, o amar al benefactor en relación al beneficio dado. No es un amor real sino aparente y egoísta. Amamos a esa persona porque nos otorga bienestar, así que si un día nos deja de dar bienestar, la dejamos.

Pero el dilema es: ¿Entonces está bien si amamos a alguien que nos hace mal? Bueno, la pregunta tiene un enfoque incorrecto. Nos estamos fijando, otra vez, en lo que nos da, en vez de la persona en sí. Deberíamos preguntarnos más bien: ¿Esa persona nos ama también?

Si la persona nos ama pero nos hace mal, hay dos opciones: o su amor no es real, o tiene una dificultad por remediar esas faltas que hacen mal.

Si la persona no nos ama y nos hace mal, no hay posibilidad de tener una relación sana.

Ahora bien, esta es la polémica: no importa si la otra persona nos ama o no, tenemos que amarla no importa qué.

Hay que amar aunque no seamos amados, primera paradoja.

Para esto hay que entender la diferencia entre “amor” y “relación amorosa”. Se puede amar a alguien sin necesidad de tener una relación amorosa en concreto (entiéndase “relación amorosa” no sólo al noviazgo sino también a la amistad, etc…) Si la otra persona no nos ama, no puede impedirnos que nosotros la amemos. El amor no es algo colectivo sino una decisión completamente personal.

¿No conocen a nadie que ame con fervor aunque su amor muchas veces no le sea correspondido? ¿Incluso aunque su amor sea repudiado?

Debemos imitar el amor de Cristo. Él ama a todos sin importar lo que hagan. No ama sus faltas, pero los ama a ellos. Y Él nos dió un mandamiento nuevo:

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros.
San Juan 13, 34

No significa que seamos masoquistas ni que busquemos sufrir. Si alguien nos hace mal, nos alejamos. Nuestro afecto disminuye, pero nuestro amor debe perdurar. Debemos amar a esa persona que nos hace daño como nuestro hermano que está lastimado y que, ingenuamente, busca lastimar. Y rezamos por esa persona para que su corazón sea sanado por el Corazón Atravesado.

Hay que amar a los enemigos, segunda paradoja.

Repasando un poco: amar no siempre implica ser beneficiado, el amor no siempre es recíproco pues se trata de una decisión individual de cada uno. Pero así como Cristo eligió amar a todos aunque muchos lo rechacen, así también nosotros, si amamos, tenemos que amar a todos, incluso a los que no nos aman, incluso a nuestros enemigos, sin importar qué.

Por esto decimos que el amor no es un sentimiento sino una decisión: el afecto y el odio son sentimientos, pero podemos elegir amar incluso a lo que nos genera odio y repulsión. El sentimiento va y viene, pero el amor verdadero perdura. No todo es color de rosas, pero las rosas reales no se marchitan.

Sin embargo el amor como decisión implica algo más. Si nos quedamos en el siempre abstracto: “Te amo”, no entenderemos a qué nos referimos cuando hablamos de amor. Es necesario algo concreto, una demostración. Es decir, el amor implica entrega.

En lo que al amor refiere, tienen más autoridad las obras que la lengua.

El amor real no es pasivo, porque uno no puede sentirlo sin estar dispuesto a luchar por él. G.K. Chesterton

Esto implica no sólo a las personas sino, por ejemplo, el amor al bien, el amor a la verdad, a la justicia, a los valores… Si amamos realmente nuestras convicciones, debemos estar dispuestos a entregarnos a ellas.

Un soldado no lucha porque odia lo que tiene delante sino porque ama lo que tiene detrás. G.K.Chesterton

Y muchos dirán: “Sí, y hay que entregarnos aunque no recibamos nada a cambio”. Yo ampliaría un poco más esa afirmación. Hay que entregarnos al amor aunque recibamos cosas negativas.

Hay que amar aunque suframos, tercer paradoja.

¿Por qué? Se supone que el amor nos otorgaba bienestar ¿Qué clase de bienestar podría otorgarnos amar a los que no nos aman, entregarnos sin buscar recibir nada, dar diamantes para que nos devuelvan estiércol?

Muchos dirán que es de estúpidos, y otros dirán que es de locos. Concuerdo con ambos: el amor siempre es disparatado y demente, porque va más allá de los límites racionales. El símbolo del amor es el corazón y no el cerebro, no porque el amor sea un sentimiento, sino porque excede todo pensamiento. No es posible entenderlo en su plenitud.

Y esto no sólo con nuestros enemigos. También sucede así con quienes el amor parece ser recíproco. Amar no es tan sencillo. Pongamos como ejemplo el amar a otra persona (pues ya hemos dicho que también pueden ser amados los ideales).

Si amamos a alguien porque nos hace bien no es amor, sino interés.

Si amamos a alguien porque nos hace mal no es amor, sino enfermedad.

Si amamos a alguien por su físico no es amor, sino atracción.

Si amamos a alguien por su intelecto no es amor, sino admiración.

Nada de esto es amor, pero…

Si amamos sin razón, bueno… eso es amor.

Porque la pasión se apaga.

Los cuerpos envejecen.

El intelecto se deteriora.

Y los errores se redimen.

Pero el amor perdura, porque está más allá de todo esto.

Es más místico e inentendible de lo que podamos imaginar.

La Cruz llega hasta el Calvario, más allá de los montes del Sentimiento y del Pensamiento. Cristo soportó escupitajos, latigazos, golpes, humillaciones y la muerte misma, sin que su amor disminuyera. Hay que amar lo que es digno de ser amado ¿Y qué más digno de ser amado que todo aquello creado por el Divino Amor?

Todo y todos tienen dignidad de ser amados, porque todo y todos fueron y son amados. Por eso existen.

Todos somos porque Dios nos piensa, y existimos porque Dios nos ama.

Nadie ni nada hay que no sea objeto de amor, excepto el pecado, porque es contrario a Dios que es amor.

Repasemos entonces: el amor es una decisión de entregarse a aquello que amamos sin esperar nada a cambio o incluso viéndonos perjudicados en el proceso, porque aquello que amamos, si viene de Dios, es digno de nuestro amor sin importar qué… O más bien, somos nosotros los dignos, por Gracia de Dios, de amar aquello que amamos.

De más está decir que en la definición del amor, no entra en ningún momento la tibieza. O amamos completamente o no amamos en lo absoluto ¿O acaso Cristo se detuvo a mitad de su Pasión y decidió renunciar a su entrega? Así tampoco nosotros debemos dejar de amar o amar a medias lo que nos toca amar.

La medida del amor es amar sin medida. San Bernardo de Claraval

Por tanto el amor exige entregarnos, pero entregarnos completamente, porque todo fue creado por el Amor Infinito de Dios. Exige, por tanto, de nosotros, seres finitos, que nos entreguemos al máximo de nuestras capacidades. Éste es el fundamento del amor supremo: la Caridad.

El amor verdadero implica entregar todo sin recibir nada, cuarta paradoja.

Hemos dicho que el pecado nunca puede ser objeto de amor sino el bien. En consecuencia es debido a eso que cuando sentimos que algo amado nos hace mal experimentamos rechazo: debilita nuestro amor. Eso es natural.

Pero sigamos amando, esto no debe detenernos: aprendamos a amar saltando por encima del mal, como si fuera un charco de agua sucia. Alejémonos del pecado y amemos lo que merece ser amado.

Odiemos el pecado pero amemos al pecador, porque nosotros mismos somos pecadores y naturalmente nos gusta también ser amados nosotros, y no nuestros pecados.

Recordemos que fue el supremo Bien, la suprema Verdad y la suprema Belleza quien creó a todo y a todos con amor.

De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a unos de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. San Mateo 25, 40

Si amamos a cualquier cosa en la medida que nos exige ser amada, nos acercaremos a Dios. Pero ahora debemos ir sacando de la cabeza la frase “Tengo que amar”. Si empezamos por “tengo” damos por sentada una obligación y el amor pasa a ser de una decisión personal al cumplimiento de una tarea.

Si Cristo nos pide que amemos, esto no es sólo para que cumplamos con un deber sino que cumpliendo este mandato nos acercamos a nuestra real naturaleza. Amar nos hace más humanos.

El amor tiene que nacer naturalmente de nosotros. Implica un gran desprendimiento de nosotros mismos. Es arduo, pero también el único camino.

Sólo así podremos apartar el pecado de nuestro corazón y santificarnos.

¡Ah! Santificarnos. Un detalle que aún no hemos mencionado. Cuanto más amamos, más nos hacemos santos ¿Por qué? Porque mientras más amamos aquello que exige ser amado (es decir, todo excepto el mal) nos acercamos al Amor del cual vienen y hacia el cual van (es decir, Dios).

Y ¿de dónde sacamos este amor, si no siempre es recíproco? Porque somos seres finitos, no podemos crear amor de la nada.

Ese es el tema: no lo sacamos de la nada. Dios nos da el amor necesario para amar a los demás y amar todo lo que Él nos da.

Acá es cuando todas las tinieblas empiezan a despejarse, y comienza a vislumbrarse la magnánima paradoja del amor.

Amando a Dios recibimos siempre su Amor eterno, lo que nos permite amar sin recibir nada a cambio ¿Qué necesitamos, si tenemos al Todo, fuente de todo bien, verdad y belleza?

Entonces nos llenamos de ese Amor y podemos darlo a los demás, sin necesidad de recibir nada a cambio ¿Qué nos podrían dar ellos que no nos dé ya el Señor? El amor humano es una simple imitación (mímesis) del amor eterno.

Y ¿Cómo recibimos este Amor? Con los sacramentos, con la oración, con el culto sereno y esperanzado en el Señor. Con todos los medios que Cristo pensó para nuestra salvación.

Y el amor ordena nuestra naturaleza en el Señor, nos hace virtuosos, calma las tentaciones, ablanda nuestros corazones e ilumina nuestras mentes. Nos hace santos.

Y como nos hace santos, nos hace unos lunáticos. En el Cielo no hay espacio para la gente cuerda. Se alcanza la santidad subiendo por la escalera. Para conservar la cordura se tiene que usar el ascensor. Pero éste sólo puede ir para abajo.

El amor es ascenso, por lo que implica entrega, virtud y santidad.

El amor, entonces, implica ir en contra del mundo y, a la vez, a su par, para poder contagiar del Amor recibido sin contagiarnos de su odio inminente.

El amor nos acerca y aleja del mundo. “Somos del mundo sin pertenecer a él”, quinta paradoja.

Entonces, repasemos un poco las paradojas del amor.

1°_ Amor es amar a quienes no nos aman.

2°_ Amor es tratar como amigos a los enemigos.

3°_ Amor es entregarnos bien aunque nos rechacen mal.

4°_ Amor es dar sin recibir nada.

5°_ Amor es estar en el mundo sin formar parte del mundo.

Resumiendo en una frase: el amor es la Cruz. Es el más deleitable bien y el más terrible sufrimiento. El amor quema, el amor es fuego. Si no se transmite, se apaga.

El amor es el principio y el fin, el Alfa y el Omega. Venimos por amor y somos salvados por amor.

Dios es amor y amar es ser como Dios. Y al Señor le fascinan las paradojas.

La Cruz es la mayor de todas: llega de arriba hacia abajo, de izquierda hacia derecha.  Es un instrumento de muerte que se convirtió en símbolo de vida.

Dios mismo es una paradoja. El más Grande y Poderoso se hizo pequeño y humilde, por amor.

De hecho, antes de resucitar, Cristo murió con los brazos extendidos.

Murió abrazando a la humanidad.

Thiago Rodríguez Harispe

Publica desde febrero de 2022

Aunque la aventura sea loca, intento mantenerme cuerdo. Argentino. Intento poner mi corazón en las cosas de Dios. Cada tanto salgo de mi agujero hobbit y escribo cosas.