¿Alguna vez has sentido que la vida es un sinfín de paradojas, tanto, que muchas veces el resultado de tu esfuerzo escapa a la comprensión lógica? No obstante, en ciertas ocasiones dichas paradojas juegan a nuestro favor. Mi favorita es la del camino de la Cruz, la que nos habla del pecador amado, de un Dios capaz de hacerse hombre para redimir a la criatura.

En este corto artículo quiero invitarte a meditar brevemente sobre la belleza de algunas estaciones del camino de la Cruz, que al entendimiento humano aparecen como un absurdo, como necedad; paradojas que sólo pueden ser plenamente contempladas desde los ojos del amor de la Santísima Trinidad.

Paradoja 1. La Vida es sentenciada a muerte

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Juan 14, 6

La Vida es condenada a muerte, la Vida misma debe morir. Vida y muerte, ¿son antagónicos o complementarios? Pues la vida siempre precede a la muerte y muerte sin vida no hay. La muerte no existe para Quien es la Vida, esta es solo algo temporal. Tanto nos ama la Vida, que escogió probar la muerte por la redención del hombre, pues en todo fue probado, menos en el pecado (Cfr. Hebreos 4, 15).

La vida siempre da paso a la muerte y la muerte a la vida, para quien ha puesto su confianza en Quien la venció primero, y no hay auténtica vida fuera de Él.

¿Dónde está muerte, tu victoria?

¿Dónde está muerte, tu aguijón?

Todo es destello de tu gloria,

clara luz, resurrección. Himno de Laudes, liturgia de las horas

La Vida sabe que al final triunfará, por eso no pone resistencias humanas. Así, sólo quien tiene su confianza en la muerte ofrece espada, venganza; en cambio Cristo ofrece su otra mejilla, su cuerpo entero, para la justificación del pecador, de tal manera que las pequeñas muertes diarias del alma, que nos acaecen por el pecado, ya no nos roban la belleza, ya no tienen efecto en nosotros.

Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre. Juan 10, 18

La Vida se entrega por voluntad propia, para hacer justicia al injusto pecador. Esto solo puede ser producto de un impulso del amor.

Paradoja 2. El Inocente asume las culpas de la humanidad entera

Por eso le daré en herencia muchedumbres y lo contaré entre los grandes, porque se ha negado a sí mismo hasta la muerte y ha sido contado entre los pecadores, cuando llevaba sobre sí los pecados de muchos e intercedía por los pecadores. Isaías 53, 12

¿Qué te mueve, mi Señor, a cargar con aquello que no te pertenece, a pagar la deuda no contraída? Si el mundo ha sido testigo de injusticias, esta es, sin duda, la más grande de todas. Y sin embargo no hay en Ti un indicio de resistencia, de desear soltarlo todo; además de inocente eres la docilidad hecha carne, y yo, ¿cuántas veces he querido correr espantado del peso de mis insignificantes cargas diarias? Es evidente, no tengo Tu fuerza y me falta Tu amor, para poder llevar mi carga inocua; y nunca podré si Tú no vas a mi lado, si en medio de la inmediatez y la fugacidad del hoy, no me paro a contemplar la belleza de tu Cruz.

Dame la gracia, Señor, de complacerme en mis cruces, para ser cada día un poco más semejante a Ti.

Paradoja 3. Las tres caídas de Dios

Pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron. Isaías 53, 5

Y yo, que muchas veces me he querido arrancar esta fragilidad de mi humanidad, te veo a ti Señor soportarlo todo, y aun caer sin una queja; no se cómo lo haces y me podría gastar la vida pensando un argumento que lo explique, pero todo es en vano frente a la profundidad de tu misterio.

Caes tú, que eres infinitamente más fuerte que yo. ¿Qué se espera de mí, criatura concupiscente?

Pero caes y me reconcilias con mi fragilidad, y me haces ver que la perfección que aparento es un engaño, que mi anhelo de control es estéril, porque en cualquier momento el peso de la cruz me hará caer. Caes y me enseñas que no hay más opción que levantarse y seguir, pues eres especialista en segundas, terceras, cuartas, quintas e infinitas oportunidades. No hay límites para tu amor.

Abrazo mi fragilidad como el instrumento que me mantiene fuertemente atado a tu Sagrado Corazón. El camino del cristiano es paradoja, pero una con propósitos de eternidad. Tú y yo somos el pecador amado, comprados al precio de la sangre del Hijo de Dios (cfr. 1 Corintios 6, 20).

María Paola Bertel

Publica desde mayo de 2019

MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.