Recordemos el pasaje de Felipe y Natanael. En aquel momento Jesús comenzaba su vida pública y con ello su ministerio, e iba reclutando a sus apóstoles, hasta que se encontró con un hombre llamado Felipe y le dijo una sola palabra:

Sígueme. Jn 1, 43

Una palabra del Señor basto para que aquel hombre se convirtiera en su discípulo.

De la misma forma en que Andrés habló con su hermano Pedro (Jn 1, 41), Felipe buscó a Natanael. Esto nos deja entrever que estos últimos eran íntimos amigos, podríamos decir que se consideraban hermanos; nos centramos en solo este versículo; sin ver el contexto de los anteriores o sin estudiarlos a fondo, podemos observar que Felipe hizo lo mismo que Jesús: halló a alguien y le dijo que vaya a seguir a Dios. En Felipe encontramos un fuego que recién comienza a arder, y ese fuego reciente es el mejor para contagiar a otros, por eso decimos que los recién convertidos son los mejores ganadores de almas.

Volvamos… Felipe halló a Natanael, a su amigo, y le dice algo muy peculiar:

Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas. Jn 1, 45

Este pasaje es una predicación de Felipe; nos sirve para apreciar lo que él entendía acerca de Jesús, y nos permite ver que era un judío que sabía de las escrituras, no era un improvisado, esperaba con ansias la llegada del Mesías, y cuando descubre a Jesús se da cuenta que es aquel al que tanto habían anunciado los profetas.

Aquí nace otra gran verdad declarada por Felipe: Jesús es el centro de todo el Antiguo Testamento. Felipe logró ver que en Jesús se cumplían todas las promesas, los anuncios de las Escrituras.

Ahora bien, Felipe se encontraba entusiasmadísimo contándole a su amigo acerca de Jesús, pero no sabía como le iban a caer sus palabras. Natanael, otro conocedor de las Escrituras, saltó inmediatamente y como sobrando a Felipe le dijo:

¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Jn 1, 46

No sabemos si era porque había “pica” entre ciudades, o porque Nazaret era un pueblo totalmente insignificante y de mala fama, y el no creía que Dios pudiera elegir tal lugar para que de allí saliera el Mesías, el Rey de Israel, el Señor de Señores.

Felipe fue muy ingenioso en su respuesta:

Ven y ve. Jn 1, 46

Como amigo lo desafía a confiar, lo invita a enfrentar sus prejuicios y lo llevó directamente a Jesús estando seguro de que Él lo convencería. Natanael, también llamado Bartolomé en otros evangelios, no se dejaba convencer fácilmente, pero Cristo está dispuesto a dar evidencia a todo aquel que se acerca a Él con el deseo de conocerlo.

La conversación entre Jesús y Bartolomé es breve, y nos invita a imaginarnos la escena, los modos, sus expresiones, sus sentimientos. El Señor pareciera sacar a la luz los íntimos pensamientos que Bartolomé había tenido en su corazón cuando rezaba debajo de la higuera, y Jesús se refiere a él como:

Un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Jn 1, 47

Imaginen como se habrá sentido Natanael. Se dio cuenta de que el Señor mira todo, que entró en lo más profundo de su corazón y lo conoce a la perfección.

Y la belleza de esto radica en que lo que impacta a Bartolomé es una verdad para todos nosotros: Cristo nos conoce íntimamente, no importa los esfuerzos que hagamos por escondernos, el Señor puede ver nuestro corazón y todo lo que allí radica.

Totalmente conmovido, Bartolomé hizo una solemne declaración de fe:

Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Jn 1, 49

Se hace notar que esta declaración venía de un corazón sincero y Dios le promete que verá cosas aun mas grandes. Con Cristo siempre hay más.

En esa eterna misericordia Dios nos dice: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Prov. 23, 26). Muchos están prestos a hacer muchas cosas en nombre de Dios, y lo que Él quiere es simplemente que le demos nuestro corazón. No solo quiere el fruto, nuestros actos, sino el árbol que produce ese fruto. Si ese árbol –nuestro corazón- está en Sus manos, entonces el fruto que producirá será bueno porque vendrá de un corazón que le ha sido dado a Él y que es dirigido por Él.

Que aprendamos a responder con confianza, como lo hizo San Bartolomé Apóstol, a los planes que Dios tiene para nosotros, que tal vez no los conocemos o no nos damos una idea. Predispongamos el corazón para confiar en Él, porque una vez que nos unimos a Él no habrá nada ni nadie que pueda separarnos de Su amor.

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!