Un día después de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo celebramos a san Esteban Protomártir o primer mártir de la Iglesia. A primera impresión parece un poco salido de lógica y contrario al espíritu de la temporada navideña conmemorar esta fiesta justo un día después de haber celebrado un evento que nos llena de gozo y esperanza como cristianos: el nacimiento del Hijo de Dios. No obstante, la fiesta de san Esteban viene a dar sentido a lo que significa verdaderamente la vida para el cristiano. Pero antes de justificar esta afirmación conozcamos un poco acerca de la persona de Esteban.

El martirio de san Esteban de Rembrandt Van Rijn, 1625

La historia de Esteban se encuentra en el libro de los Hechos de los Apóstoles capítulos 6 y 7; por esta narración se puede identificar que era un hombre cercano a la labor de los Apóstoles, quienes deciden escoger nuevos diáconos, en vista de la denuncia hecha por los griegos de que sus viudas estaban siendo descuidadas en el servicio diario y ante la imposibilidad de estos de abandonar la predicación de la Palabra (cfr. Hechos de los Apóstoles 6). Esteban, de origen judío, es nombrado diácono junto a otros seis hombres de gran confianza y servicio para la comunidad cristiana: Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás.

Elijan, pues, cuidadosamente entre ustedes, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encomendaremos este servicio, nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la Palabra. Hch 6, 3-4   

La belleza de las virtudes de Esteban destacaba dentro de la comunidad; el pasaje de los Hechos de los Apóstoles lo describe como un hombre lleno de gracia y con poder en su predicación, por lo que “realizaba grandes prodigios y signos en el pueblo” (Hch 6, 9). Pero la sabiduría de Esteban no fue bien acogida por una parte de la comunidad, quienes ante la imposibilidad de vencer la fuerza de la verdad presente en sus argumentos, decidieron levantar falso testimonio en su contra.

Entonces indujeron a unos que asegurasen: “Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios”. Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y, viniendo de improviso, lo agarraron y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos falsos que decían: “Este individuo no para de hablar contra el Lugar Santo y la Ley, pues le hemos oído decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés”. Hch 6, 11-14

La acusación contra Esteban lo lleva a ser juzgado ante el sumo sacerdote, momento en el que recita un vasto discurso en el que recoge las enseñanzas y la historia del pueblo de Dios, presente en el Antiguo Testamento, como lo diría Benedicto XVI: “En clave cristológica… muestra realmente que Jesús, el crucificado y el resucitado, es el punto de llegada de toda esta historia. Y demuestra, por tanto, que el culto del Templo también ha concluido y que Jesús, el resucitado, es el nuevo y auténtico Templo” (Benedicto XVI, homilía del 10 de enero de 2007). El discurso completo de san Esteban lo podemos encontrar en Hechos de los Apóstoles capítulo 7 del versículo 1 al 53.

En san Esteban se identifican elementos propios del buen cristiano, que hacen que su testimonio se mantenga vivo y actual. Uno de estos elementos es la defensa de la verdad, como algo por lo que debemos estar dispuestos a dar hasta nuestra propia vida: a semejanza de Cristo en la Cruz. El primer mártir no duda en ningún momento en mantenerse firme, aun cuando se ve rodeado por la comunidad a la que servía, la cual lanza improperios en su contra y lo apedrea, pues la fuerza de sus palabras proviene del Espíritu Santo.

Las palabras de Esteban son fuego, incomodan a aquellos que no están dispuestos a cambiar sus creencias obsoletas. Así mismo, la verdad debe arder en el corazón de los hijos de Dios. Esteban nos trae una invitación abierta para estos días en los que la verdad parece haber desaparecido entre un mar de subjetividades fabricadas al interés personal; su testimonio nos interpela como hermanos en la fe, ya que la vida para el cristiano trasciende lo corpóreo, lo terreno, y no tiene miedo de entregarse en sacrificio a un ideal mayor que el aquí y ahora.

La belleza de su testimonio también nos muestra que el servicio y la caridad no son contrarios al anuncio ferviente de la Palabra de Dios. En Esteban se complementan el hacer y el ser, aspectos que muchas veces nos parecen contrarios en el caminar de la fe.

San Esteban hace propia la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, uniéndose al sentir del Crucificado; lo que se evidencia en la narración de Lucas en los Hechos de los Apóstoles: al igual que Jesucristo en la Cruz, hace entrega de su espíritu al Señor y ruega por el perdón para sus asesinos (cfr. Hch 7, 59 – 60).

Testigo de la muerte de san Esteban fue un joven llamado Saulo de Tarso, quien aprobaba su lapidación (cfr. Hch 8, 1). Así se constata que los frutos de la sangre derramada por los mártires nunca son estériles, pues estos son la expresión máxima de la belleza del Evangelio, que es capaz de encarnarse en la cotidianidad, en personas abiertas a la voluntad del Padre, capaz de suscitar nuevas vocaciones, de mover hasta a los corazones más endurecidos.

Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla. Apología 5, 13 de Florente Tertuliano

Dios hace nuevas cosas por medio del testimonio de los mártires. Y aunque a veces quisiéramos evitarlo, la Iglesia siempre será perseguida, como desde sus inicios. El nombre Esteban significa “coronado”, él supo entender que el martirio es una corona reservada para los hijos más valientes. Que en este día san Esteban interceda por nosotros, para que como él seamos capaces de defender la Verdad que se nos ha revelado, para que llenos del Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, veamos la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios (cfr. Hch 7, 55).

María Paola Bertel

Publica desde mayo de 2019

MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.