Pensar en María Santísima generalmente es sinónimo de dulzura, castidad, belleza, serenidad, servicio, mansedumbre, humildad, misericordia, fortaleza, entrega, disposición. Y todo esto es correcto, pues nuestra Reina y Señora tanto en la tierra como en el Cielo ha actuado de acuerdo a estas virtudes en sus formas más perfectas. Sin embargo, a veces olvidamos que en esta tierra ella tuvo su propia cuaresma, llena de silencios, desiertos y muchos ayunos.

Para María la cuaresma no fue 40 días, sino 3 años. El camino al calvario comenzó el día que Jesús abandonó el hogar en Nazaret para comenzar su vida pública. Comenzarían así muchas y largas jornadas de soledad para María, quien no descansaría de orar a Dios por su Hijo.

A veces olvidamos que María también vivió en nuestra tierra y experimentó todas las carencias de este mundo, incluso la injusticia y la muerte de un Hijo inocente. Nuestra Señora entró en el desierto cuando Jesús lo hizo: ella en la separación de su Hijo.

Seguramente, como pobres que fueron, la familia de Nazaret también habría experimentado muchas limitaciones económicas e incluso pasado hambre. Pero, también, como buenos judíos, seguramente acostumbraban ayunar cuando era necesario.

Se puede deducir, entonces, que María, iba preparando, junto con Jesús, el camino de la Cruz. Meditaba, nuestra Señora, profundamente el significado de las palabras de Simeón en el templo: “una espada te traspasará el alma” (San Lucas 2, 33-35). Y, de hecho, es muy probable que viera la espada venir en el momento en que Jesús partió a su vida pública. Sin embargo, no tuvo miedo nunca.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción. -¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Lc 2, 33-35 

María vivió profundamente los días junto a su Hijo y meditó profundamente en su desierto lejos de él, durante su vida pública. Ella sabía, por su virtuosa y belleza unión con el Espíritu Divino, que la voluntad del Padre lo arrojaría lejos de sus brazos, de un momento al otro. Jesús mismo se lo dijo en el templo: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”

Cuando el Corazón de Jesús apunta en su Misión, María le acompaña y le da ese sentir humano que solo una Madre puede hacer con su Hijo: la sensación de que existe un Corazón que le conoce perfectamente y le corresponde en amor, aunque no encuentre del todo el sentido en sus acciones.

María, definitivamente sabe y conoce que las cosas que Jesús realizaría serían la voluntad del Padre, muy al comienzo de su vida terrena y, paulatinamente, profundizaría en ello en la medida que los años avanzaban y Jesús realizaba su vida pública.

Juan, quien conoció y cuidó personalmente de Nuestra Señora, nos deja este relato, que si bien, parece a simple vista un milagro más de Jesús, fue realmente la muestra de lo que María es para Jesús: la administradora de las gracias de Dios. Como ya lo habíamos reflexionado en ocasiones anteriores.

Es acá que María sale de escena, y el Espíritu Santo le esconde en el evangelio. No para desprestigiarla, sino para elevarla en sus virtudes: era necesario que mientras el Hijo cumplía su misión ella se preparara para recibir la espada de la Cruz.

Igualmente, nosotros no somos protagonistas de la cuaresma. Cada acto nuestro debería ser protegido por el silencio y la intimidad con Dios. Ese Dios que aunque parece lejano, es más bien un silente acompañante en la reflexión y deja que su Amor hable por Él.

María, en su propia cuaresma, deja al Señor tomar posesión del escenario de la vida, para que enseñe lo que debe enseñarnos, para que nos muestre lo que desea mostrarnos, para guiarnos con sus actos, gestos, palabras y hasta con sus silencios y sus lágrimas, al sendero de la Salvación.

María, acompaña al Señor, sobre todo, camino a la Cruz, en silencio. Porque sabe que incluso eso es la belleza de la voluntad de Dios. Y, con su silencio, nos enseña a aceptar la Cruz del Señor y a cargar con la nuestra: yendo tras Jesús camino al calvario.

Nuestra Señora no grita, no desespera, no pelea, sino que confía. No sabe bien qué pasará, pero sabe que es Dios a final de cuentas quien guiará todo. En el sendero de la cuaresma, en el espíritu de sacrificio, nosotros también estamos llamados a entregar al Padre aquello que más nos duele: heridas, recelos, rencores, vicios y también nuestros proyectos, familia, cónyuge, pareja, amigos.

La cuaresma es el camino de la confianza en Dios. Es sendero hacia el calvario, pero no donde termina todo, sino donde se realiza la Victoria de Dios, completada en su Pascua.

Unámonos entonces, fielmente, al Corazón Inmaculado de María en nuestra propia cuaresma.

Edwin Vargas

Publica desde marzo de 2021

Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.