El hombre es experto en gastar su vida en vanidades, en construir grandes planes fuera de Dios, se pasa la vida cavilando un porvenir magnífico, que lo llene de felicidad, que lo haga próspero y exitoso a los ojos del mundo, fácilmente pone su fin último en manos de lo que pronto perece; así, cuando llega el infortunio se cree desdichado y abandonado de Dios.

La vida cristiana no es la gloria del resucitado todo el tiempo, también hay tiempos de cruz. Podemos llegar a confundirnos en la vida de fe, creyendo que todo será victoria, olvidando que la gloria sólo viene después de haber pasado por el Calvario.

Hoy te escribo desde mi tiempo de cruz, desde el esfuerzo cotidiano de descubrir la belleza en medio de la prueba, de ver la mano de Dios que no deja de moverse, aún cuando no logremos verla. Nadie está preparado para los tiempos difíciles, por más que se considere listo.

Hay días mejores, otros peores; días en que cuestionas los designios de Dios hasta estallar en lágrimas. Pero la confianza te hace volver a empezar, te da nuevas fuerzas, y es que por más dura que parezca la situación, el Señor siempre encuentra nuevos medios para hacerte sentir amado.

Quien tiene a Dios en su corazón en todo momento encuentra consolaciones, pequeños detalles de amor que son alicientes, que le susurran al alma: “voy contigo en todo momento, no temas, tú puedes”. Se nos ha dado la fe para vencer la tribulación, pues una fe que no es puesta a prueba es un árbol pasmado que no da frutos.

Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor. Santo Tomás Moro

Muchas veces hemos escuchado que todo sucede en los tiempos de Dios, pero más que una certeza de fe, hemos convertido esta frase en una razón más para el conformismo y la pasividad espiritual; pues esperar en los tiempos de Dios va más allá de quedarse inmóvil frente a nuestra realidad; implica aceptarla, salir de comodidad, llenando de amor las sendas por las que Dios nos envía, aunque estas nos resulten no del todo agradables.

Más que una frase de cajón, repetida vacíamente, es nuestra realidad de fe, Todo sucede en los tiempos de Dios, aunque hoy no entienda el por qué, aunque la belleza de la vida me parezca ajena y la esperanza lejana, debo recordar la alabanza de Job en medio de la prueba: “Yahvé me lo ha dado y Yahvé me lo ha quitado. Bendito sea el nombre de Yahvé” (Job 1, 21).

Él ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; y también ha puesto el conjunto del tiempo en sus corazones, pero el hombre no es capaz de descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin.  Eclesiastés 3, 11

Los tiempos de Dios son perfectos, el tiempo que hoy estás viviendo es justo lo que necesitas vivir, sin más ni menos; como lo dice el capítulo 3, versículo 11 de Eclesiastés: Dios ha puesto en el corazón del hombre la capacidad de discernir entre lo pasado, lo futuro, lo presente y el propósito de cada una de esas etapas en nuestra existencia.

Dios también ha puesto en el corazón del hombre el anhelo de la eternidad, anhelo que no podrá ser saciado en el tiempo presente, no obstante, todo lo que hoy vivimos debe conducirnos a ganar la ciudadanía celestial, donde la felicidad no caduca y el amor es saciado a plenitud.

Debemos aprender a ofrecer nuestros sufrimientos, para que estos sean instrumentos de purificación, que nos permitan llegar sin mancha el día que tengamos que presentarnos ante el Señor.

Los tiempos de incertidumbre me hacen recordar de una joven pareja que marchaba, ya hace más de 2000 años, rumbo a Belén, no tenían ninguna seguridad humana, caminaban sin mayor posesión, sólo con el corazón encendido por la belleza de ver cumplida la voluntad de Dios. Los tiempos difíciles no son más que tiempos para aprender a confiar, de abajarse y esperar como José y María, ya pronto nacerá en nosotros el gozo que no termina.

María Paola Bertel

Publica desde mayo de 2019

MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.