Qué cercano es Cristo a nosotros. Tan cercano, que se encuentra al alcance de nuestras manos. Pero a veces se nos hace tan lejano, lo observamos tan divino en nuestra contemplación de su presencia enaltecida en la Custodia que, quizá, nos hacemos la idea de que solo está mirándonos desde el Cielo.

Dios en su infinito amor nos otorgó a su Hijo; un ser humano que creció, razonó, rió y lloró al igual que tú y yo hacemos: la gran diferencia es la excepción que tiene Jesús en el pecado; el pecado está esencialmente excluido de Aquel que, siendo verdadero hombre, es también verdadero Dios. Entonces, podemos mirarnos al espejo y reconocer la belleza de que Él está en nosotros, en nuestra humanidad; y la humanidad también se encuentra en Cristo.

Hablar de cristología es un tema más que fascinante, abordar el aspecto humano del Hijo de Dios sería como elaborar al menos una tesis doctoral, pues si nos dispusiéramos a detallar cada característica de Jesús como la persona de carne y hueso que fue en definitiva no bastaría un artículo de FOCUS.

Para efectos prácticos, nos adentraremos en el tema considerando cómo nos encontramos con Dios Padre a través de Cristo, en concreto viendo cómo vivió las virtudes y las relaciones con el prójimo. Cristo, como verdadero hombre, vino a mostrar y detallar en su máximo nivel estos aspectos tan importantes para el buen crecimiento de las personas.

Todas las personas han nacido con un “yo” que no está desarrollado, pero que contiene un enorme potencial. En este punto podemos decir que tenemos dos caminos: desarrollar nuestro “Yo” verdadero a imagen de Jesús o a imagen de nuestro “Yo” falso, nuestro ego. (Quentin Hakenewrth, 2009)

Entonces, las virtudes de Jesús son ciertas actitudes y posturas que desarrollan el mejor yo que podemos ser. Podemos adquirir esas virtudes en nuestras propias vidas e ir formando nuestro verdadero yo con los mismos rasgos de Jesús. Interesante, ¿no crees?

La virtud es la disposición constante del alma para las acciones conforme a la ley moral y, en las virtudes cristianas, Cristo es el maestro de todas ellas. El amor cristiano es un reflejo del amor trinitario y la fidelidad a las virtudes es expresión de amor a Dios y al prójimo. 

Mencionando las virtudes que Cristo nos enseñó tenemos, entre otras: el amor a los amigos en primer lugar, la humildad, el perdón hasta para quienes lo crucificaron, la compasión, la delicadeza hacia los niños y el ejemplo hacia sus discípulos y hacia los demás. 

Estas virtudes convertidas en acciones tuvieron eco en las emociones y sentimientos de Jesús. Además de su Pasión Dolorosa, Cristo también tuvo emociones en su crecimiento personal, aspectos que usualmente son complicados de imaginar para nosotros, porque solemos olvidar esa parte de humanidad que Él tuvo; la cual no solo fue en su nacimiento y muerte, fue en toda su vida.

Conocemos varios momentos en los cuales la humanidad se hizo patente en Cristo y Él los vivió con la misma sensibilidad humana que nosotros. Jesús, “se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo” (Lc 10, 21); lloró por Jerusalén porque sus habitantes no quisieron aceptar su mensaje: “¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos” (Lc 19, 41); también lloró por la muerte de su amigo Lázaro (Cfr. Jn 11, 35); se enojó cuando vio a los vendedores en el Templo (Cfr. Mt 21, 12-13); sintió admiración cuando conoció a la mujer Cananea (Cfr. Mt 15,28). Pero, por encima de todas las cosas, Cristo lo que más hizo fue amar en múltiples maneras: así con el hombre rico que preguntó qué tenía que hacer para tener la Vida Eterna (Cfr. Mc 10, 21) y con los niños a los cuales abrazó (Cfr. Mc 10, 13-16), hasta llegado el momento de dar el mandamiento nuevo, el del amor (Cfr. Jn 15, 12).

Todas estas acciones fueron por y para el prójimo. El ejercicio de la virtud deja una enseñanza, un mensaje y un ejemplo, el cual otorgado con amor hacia los demás deja una muestra de la belleza que Cristo mismo en su humanidad es.

Es por eso que, como al inicio de este artículo se dijo, la humanidad también está dentro del Hijo de Dios, pero aun mejor que eso, Jesús vino también a ser la imagen de la persona a la cual todos buscamos llegar. 

Pues si el hombre desde el comienzo fue creado a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gén 1, 27; 5,1) y lo que es humano también puede manifestar lo que es divino, mucho más pudo haber sucedido esto en Cristo. Él reveló su divinidad a través de la humanidad, con una vida auténticamente humana; esta humanidad sirvió para mostrar su divinidad. Y la divinidad, así como la Custodia resplandeciente en el altar, es belleza, y la queremos alcanzar.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.