Hablar de María Santísima es realmente difícil. Y es que nos referimos a un ser humano, a una mujer; pero nos referimos a la vez a la mismísima Madre de Dios. A la creación que es Madre del Creador… vaya ironía. Esta realidad evoca en nosotros una gratitud, una reverencia y una piedad que jamás podríamos dar a otro que a Cristo y a su Madre.

Pero podemos de momento intentar, más allá del dogma mariano que enseña que Ella es Madre de Dios, concentrarnos en su humanidad, que es rica en belleza como ninguna otra en la historia. Hablamos entonces de una mujer virtuosa, profundamente unida en su alma a Dios, con una delicadeza y una percepción para las cosas de Dios que resulta casi incomprensible. Ella no tuvo pecado original, Ella fue limpia siempre, desde su concepción hasta su asunción a los Cielos tuvo un alma virgen de toda mancha; y esta limpieza, esta pureza de corazón posiblemente han apartado a lo largo de su vida todos los humanos obstáculos que han querido ponerse entre Ella y Dios, dejando un papel como en blanco donde la bendita pluma de Dios pudiera escribir la historia maravillosa de su Santa Madre.

El Eterno se enamoró de vuestra incomparable hermosura, con tanta fuerza, que se hizo como desprenderse del seno del Padre y escoger esas virginales entrañas para hacerse Hijo vuestro. ¿Y yo, gusanillo de la tierra, no he de amaros? Sí, dulcísima Madre mía, quiero arder en vuestro amor y propongo exhortar a otros a que os amen también. San Alfonso María de Ligorio

Sin embargo, el tinte libre siempre presente en la historia cristiana; no ha faltado aquí. María fue libre, como tú y como yo. María incluso ha sido más libre entendiendo que no tenía ataduras a nada de este mundo, a ningún vicio ni pecado. Ella ha hecho un ejercicio pleno de su libertad y lo vemos allí en el capítulo primero del Evangelio de Lucas: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Y fueron suficientes algunas líneas del ángel para que la creación, que oía expectante aquel diálogo, se regocijara escuchando aquellas palabras repletas de belleza, libertad y abandono: “He aquí la esclava del Señor; hágase en Mí según tu palabra”. ¿Existe acaso una experiencia mas inequívoca del arte de confiar? ¿Existe alguna expresión más acabada del abandono en la Providencia? No. Jamás existió. Ni siquiera en los profetas, en Abraham o en Moisés. María es el “sí” hecho carne; María es la expresión viva del amor y la belleza, y por eso solo Ella podía engendrar en su seno al Amor.

Su vida sería desde entonces un constante ““. Sí dijo al ángel, sí visitó a Isabel, sí crió a Jesús, sí confió en la Providencia divina, sí viajó kilómetros con José para cuidar al Niño, sí dijo a la Pasión de su Hijo, sí lo acompañó, sí lo vio y sí lloró. Sí dijo al dolor, al injusto y exagerado dolor que debió padecer su corazón. Sí dijo a ser nuestra madre, a cuidarnos y mediar por nosotros ante su Hijo. Es que María solo dijo no a una cosa: al pecado. María es para nosotros el signo fuerte de que la aventura cristiana se entiende desde el sí; y nunca —como tantas veces creemos— desde el “no”. Porque siempre allí donde hay un no, detrás hay un sí mayor.

Era además una mujer humilde y sencilla, que supo entender que no debía ser Ella el sol brillante sino apenas un reflejo del brillo de Jesucristo. Ella estuvo siempre allí diminuta, sin decir mucho a los hombres, pero hablando mucho con Dios.

La grandeza de María reside en su humildad. Jesús, quien vivió en estrechísimo contacto con Ella, parecía querer que nosotros aprendiéramos de Él y de Ella una lección solamente: ser mansos y humildes de corazón. Santa Teresa de Calcuta

¿Y tú te crees interesante por alguna buena cualidad obtenida de la generosidad de Dios? ¿Y yo me creo más que tal o cual por ese dibujo de virtud que creo tener? Qué habrá de María, que siendo Madre de Dios Todopoderoso callaba y oraba en la soledad de su alma. “María no es el centro, pero esta en el centro” señala el gran San Luis María Grignon de Monfort.

Hay en el Evangelio de Juan un episodio que nos enseña cuánto es María mediadora de Gracia y recto camino hacia Su Hijo:

Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: “No tienen vino.” Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que él os diga.” Juan 2, 3-5

La dirección de María es Cristo, ir a Ella es ir a Jesús; ir a Ella es hallar la respuesta clara a la pregunta tan humana e insistente de: ¿qué debo hacer?. Y aun cuando Jesús se resistiera, invadido por nuestras faltas, agobiado y dolido por tantos pecados cometidos; María exclamaría mirándonos: “haz lo que Él te diga”. Y bajo la insistencia de aquella Madre nuestra y Madre suya, Cristo volvería a guiarnos para llenar las tinajas.

Más aún, Ella sin mancha ni pecado no se aparta del pecador; Ella tan pura y limpia abraza una y otra vez cada corazón sucio y miserable. Ella que rechaza fervientemente el pecado que a Dios lastima, abraza aún con más fervor al pecador dolido. Es que no hay imagen mejor cultivada del Amor divino, que el amor de María. No hay imagen más fiel de Su misericordia y bondad, que la plegaria dulce del corazón de María. Es que no hay vidrio más puro y transparente para reflejar a un Dios inabarcable, que la belleza de la misma Virgen María. ¿Quieres conocer a Dios? Conoce a María, Ella te llevará como por un sendero recto.

No existe en la historia otra expresión humana tan limpia y agraciada que pueda ilustrar la grandeza de Dios desde la pequeñez del hombre. Solo María. Cuántas virtudes, cuánta fe, cuánta esperanza, cuánta ardiente caridad. Imitarla es la manera más segura y perfecta de llegar a Cristo:

Con la práctica fiel de las virtudes más humildes y sencillas, has hecho Madre mía, visible a todos el camino recto del Cielo. Santa Teresa de Lisieux

Deja caer una lágrima por tu pecado, deja sufrir a tu corazón arrepentido… Pero no tardes en levantar de nuevo la cabeza y mirar la belleza de María; y repite en tu corazón las palabras del gran Bernardo:

Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara. San Bernardo de Claraval

María, escuela interminable de virtudes, ¡ruega por nosotros!

Agustín Osta

Publica desde noviembre de 2019

Católico y argentino! Miembro feliz de Fasta desde hace 12 años. Amante de los deportes, la montaña y los viajes. Amigo de los libros y los mates amargos. Mi gran Santo: Pier Giorgio Frassati. Hijo pródigo de un Padre misericordioso.