A menudo, como cristianos, tendemos a pensar que, por intentar llevar una vida de buen testimonio, los problemas van a desaparecer mágicamente; que por obrar bien y según lo que Jesús nos enseña, ya no seremos puestos más a prueba ni viviremos tribulaciones.

¡Cuánta ternura ha de sentir Dios por nosotros, ante tal inocencia e ingenuidad!

Desde los tiempos de los primeros cristianos, luego de la resurrección de Cristo, todos aquellos que proclamaban creer en Él eran perseguidos. ¿Por qué nosotros deberíamos estar exentos de ello? Si al final es parte de la belleza de la fe, el no temer decir que creemos en Jesús, sabiendo que al hacerlo seremos perseguidos también.

De igual manera, las pruebas y las tribulaciones de la vida diaria, las tentaciones por parte de los tres enemigos del ser humano, al igual que la persecución en un mundo inclinado hacia el pecado, jamás cesarán.

En el mundo encontrarán dificultades y tendrán que sufrir, pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo. San Juan 16, 33 – Edición Biblia Católica para Jóvenes

Hace unas semanas, en una homilía, escuché unas palabras del sacerdote que cambiaron increíblemente en mí la forma de entender el concepto: tener paz.

Puede ocurrir que, cuando pedimos a Dios tener paz, esperemos vivir una vida sin problemas, sin pruebas, sin dificultades. Una vida sencillamente tranquila y a nuestra medida. Pero, en realidad, rogar a Dios por tener paz no se debe referir a eso.

Cuando pedimos a Dios que nos regale paz, tenemos que saber que ésta alude a una paz interior; a la belleza de saber que las pruebas, el dolor, la dificultad, jamás faltarán en nuestras vidas, pero que a pesar de ello podremos atravesarlas con serenidad, teniendo la certeza de que Dios es más grande que cualquier dolor o tristeza que se ponga en nuestro camino.

La tierra no tiene ninguna tristeza que el cielo no pueda curar. Santo Tomás Moro

Tenemos la certeza de que en medio del dolor, la mano misericordiosa de Dios, llena de amor, es el consuelo que realmente sostiene al cristiano. Basta saberse amado por el Padre en todo momento, aún cuando el dolor no nos deje verlo con claridad.

Este, quizá, sea uno de los misterios más grandes de la vida cristiana, y también el caminar del hombre en busca de Dios; pues pareciera que carece de sentido mantenerse firme en la fe, cuando nuestro mundo se viene abajo.

¿Acaso no fue de la misma manera que Cristo se mantuvo firme en el camino de la cruz, aún siendo torturado, despreciado y objeto de burla?

Cristo nos dio a conocer la belleza y grandeza del amor, y la misericordia del Padre por medio de su sacrificio. Que aún cuando el dolor es grande, Dios siempre sale a nuestro encuentro. De la misma forma que resucitó a su Hijo al tercer día, sin dejarlo solo, nos hace nuevos. En el silencio de nuestro corazón… ahí podemos encontrarlo, para que restaure nuestro corazón aun cuando el mundo se empeñe en querer destrozarlo.

Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos. San Mateo 28, 20 – Edición Biblia Católica para Jóvenes

Dios no nos abandona. Ha sido, es y será siempre fiel a Su promesa de estar con nosotros, hasta el final de los días. Pero depende de nosotros abandonarnos en sus manos, para dejar que obre en nuestras vidas, sea en la abundancia y la felicidad, así como en la escasez, la tristeza y el dolor.

César Retana

Publica desde septiembre de 2019

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Salesiano desde la cuna. Le canto a Dios por vocación y por amor. Soy Licenciado en Diseño Gráfico, tengo 28 años, y 20 de ellos en el caminar espiritual con la Iglesia. Me gusta el café bien cargado y los libros.