Hoy en día, en el mundo de la tecnología y de la rapidez estamos acostumbrados a que todas las respuestas y los resultados sean inmediatos. Pero la vida real no es así, hay unos tiempos y procesos.

Al igual que estamos en la sociedad de lo inmediato, también en una sociedad secularizada, en la que cada vez se tiene menos a Cristo en nuestro día a día.

Un tema que ha estado vigente a lo largo de toda la historia es el sufrimiento, la injusticia. Podemos mirar a nuestro alrededor, en nuestras casas, salir a la calle, ver el telediario… y parece que tanto el sufrimiento como la injusticia se han apoderado del mundo. Tantos niños inocentes que sufren, familias rotas, jóvenes que no encuentran su camino… ¿y todo esto por qué?

Es una pregunta muy normal cuando nos vemos rodeados de situaciones complicadas, o incluso cuando estamos pasando por un momento de crisis de fe. Cuando hablo con gente sobre cualquier injusticia se preguntan el por qué, y sobre todo: por qué Dios ha podido permitir tal situación. Pero la culpa no es de Dios. El hombre tiene libertad, un gran don que le ha sido regalado, pero que desgraciadamente no siempre usa para hacer el bien. Y aparte de esto, la vida es complicada, no siempre es fácil salir victorioso de tantos baches que nos podemos encontrar. La vida es un camino de rosas lleno de espinas, pero para llegar al jardín más bonito: el Cielo. 

Hay tantos “porqués” que no tienen respuesta, o más bien: que sí la tienen pero en los planes de Dios.

Ante el sufrimiento, ante “la noche oscura del alma” como decía San Juan de la Cruz, que bien puede ser una mala etapa en nuestra vida, sufrimientos, frustraciones… nos viene a la cabeza una y otra vez ¿por qué ha tenido que pasar esto, por qué no es todo más fácil?. Pero Dios no nos da cruces más grandes que las que podamos llegar a soportar. Nos equivocamos si pensamos que por ser cristianos Dios nos va a quitar todos los problemas de un plumazo. Vivir es luchar, es aprender. La diferencia es que esa cruz que tanto nos pesa, la llevamos con Cristo. Él nos da la fuerza interior que necesitamos.

¿Y dónde está Dios cuando sufro tanto? ¿Me ha abandonado? Eso mismo le dijo Jesús a su Padre cuando estaba clavado en la cruz:

Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46)

No hay respuesta inmediata. Pero Dios escucha a su Hijo, Él confía en su Padre y lo resucita al tercer día. Dios escuchó a su Hijo que le llamaba, y actuó, pero no a nuestra manera. No según nuestros planes. No rápido e inmediatamente como estamos acostumbrados. Jesús se fiaba de su Padre, y al tercer día lo resucitó. Si dejamos a Dios que actúe a su manera, los resultados superarán nuestras expectativas.

Hace años me contaron una historia muy bonita, en la que uno en medio del sufrimiento no conseguía encontrar la belleza, no conseguía encontrar a Dios. Caminando por la playa, solo veía en la arena sus huellas, se sentía solo, y le recriminó a Dios que le dejase solo en sus peores momentos. En el Cielo, Dios le dijo que aquellas huellas de la playa no eran suyas, sino que eran de Él mismo, porque lo que estaba haciendo era llevarle en brazos.

En el silencio, en la soledad, Dios está con nosotros, Él nos acompaña.

Si creemos que nuestras oraciones no llegan a su corazón, o que no nos hace caso, tengamos paciencia, fiémonos de sus planes, démosle el timón de nuestra vida y subamos a su barco. Así podremos ver la belleza de la vida y llegar a la felicidad, tan deseada por todos. Porque nosotros no somos los dueños de nuestro destino, nuestra vida es de Alguien, y ese Alguien nos la ha regalado, porque nos quiere acompañar en nuestras alegrías y en todas nuestras penas.

Ante los miedos y las inseguridades que nos puede producir la sociedad, Jesús nos dice: “¡No temas, porque Yo estoy contigo!” (Is 41,10). Porque le tenemos a Él, por lo que no estamos solos, y tenemos la Verdad y la Vida. Ante la insensibilidad, la frialdad, el odio, y todas las adicciones y escapes para evadirnos de la realidad, Jesús nos dice: ¡ser libres! (Cfr. Jn 8,33-36). Y ante tanta ideología, marginación, Jesús nos dice: “Que os améis unos a otros” (Jn 13, 34).

Si no conseguimos responder a todos los “porqués” de esta vida no nos agobiemos ni nos angustiemos, no queramos entender absolutamente todo, porque Dios necesita de nuestra confianza, necesita de nuestra fe. Al igual que le dijo a Santo Tomás el apóstol, cuando no le creyó hasta que metió los dedos en sus llagas:

Bienaventurados los que crean sin haber visto (Jn 20,24-29)

Cuando Jesús estuvo entre nosotros por los diferentes pueblos de Israel, toda la gente que sufría, que estaba enferma, que se sentía abandonada, se acercaba a Él para que los curara. Y Jesús a todos los tocaba y les decía “tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 7,50). Aprendamos de toda aquella gente que se acercaba a Jesús, aun sin saber que era el Hijo de Dios, con la certeza de que sentían y sabían que les podía ayudar y sanar.

Nosotros sabemos que Jesús es Dios, ¿no te parece motivo suficiente para abandonarte y confiar en Él?

Beatriz Azañedo

Publica desde marzo de 2019

Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.