Una conocida frase de Heráclito de Éfeso cuenta: “No es posible bañarse dos veces en el mismo río, porque nuevas aguas corren siempre sobre ti”, pero ¿qué pasa cuando por miedo a lo desconocido nuestras convicciones se convierten en agua estancada y putrefacta que nos impiden bañarnos en un nuevo río?

La fe no puede convertirse en eso, pues no puede ser concebida como un producto dado y finiquitado. Es ante todo la materia maleable con la que Dios perfecciona nuestra existencia, todo ello a través de la gracia, y esta es siempre nueva y eficaz.

De esta manera, la fe no es una repetición vacía e irreflexiva de un discurso, pues su belleza debe interpelar al ser de manera transversal. No solo se limita a la adopción repetitiva de una serie de prácticas externas, es ante toda la transformación constante de la mentalidad del hombre a los pensamientos de Cristo, Quien es una persona, y no una ley muerta. El término “Metanoia” es utilizado en teología para significar esta concepción, entendida como un cambio radical de la mente y el corazón, San Juan Pablo II se refiere a él de la siguiente manera:

Aparece así un término importante que Jesús ilustrará repetidamente tanto con sus palabras como con sus actos: «Convertíos», en griego «metanoéite», es decir, emprended una «metánoia», un cambio radical de la mente y del corazón. Es necesario dejar a las espaldas el mal y entrar en el reino de justicia, de amor y de verdad, que está comenzando. La trilogía de las parábolas de la misericordia divina recogidas  por Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio constituye la representación más incisiva de la búsqueda activa y de la espera amorosa de Dios a su criatura pecadora. Al realizar la «metánoia», la conversión, el hombre vuelve, como el hijo pródigo, a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado.  San Juan Pablo II, audiencia general del 30 agosto de 2000

Vivir plenamente de la fe y para la fe es el reto del cristiano; y la fe siempre está en movimiento, en continua transformación. Transformación que es propiciada tanto por el Espíritu Santo como por la reflexión crítica y racional del hombre, efecto de la constante búsqueda de la verdad, ya decía el Papa Emérito Benedicto XVI en el Encuentro con las comisiones doctrinales de América Latina:

La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin la razón no será humana.

Aquí subyace el reto para el hombre creyente, pues este no puede llegar a comprenderse a sí mismo como un ser acomodado a su realidad, sino que es ante todo un cuestionador de la misma, una persona que busca caminos emergentes nunca antes recorridos, a semejanza de Nuestro Señor Jesucristo.

Si bien, la doctrina de la Iglesia que direcciona la vida del creyente está dada, llegar a la comprensión de la misma no es exclusivamente un ejercicio cognitivo. La adhesión a la fe es también un acto libre de la conciencia del hombre, de lo más íntimo de su ser; y es aquí donde entra a mediar la belleza de la gracia, como principio originario de la fe, la cual no es producto del esfuerzo del hombre.

Hasta este punto parece que estuviéramos frente a una paradoja, ¿cómo reconciliar la doctrina con la fe, si comprendemos esta última como algo en constante cambio? No obstante, la doctrina y la fe son perfectamente compatibles, pues el hombre sólo llega a la conciencia plena de la belleza de la verdad, contemplada en la doctrina, cuando es capaz de entrar en la dinámica de aprender – desaprender – aprender. Cristo es el Maestro por excelencia de la fe; si vivimos con los ojos del espíritu atentos a nuestra realidad seremos capaces de entender que cada día estamos delante de una nueva lección, y este Maestro es especialista en demoler la viejas estructuras, pues no nos quiere paralíticos, nos anhela en constante avanzada, y ello también implica muchas veces caer, porque tan buen Maestro es, que hasta en la caída hay una lección.

Ustedes, con todo, aspiren a los carismas más elevados, y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos. 1 Corintios 12, 31

Presta atención a la lección de hoy, no te bañes dos veces en el mismo río, ¡navega mar adentro! (cfr. Lucas 5, 4).

María Paola Bertel

Publica desde mayo de 2019

MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.