Llevo dos semanas en la ciudad de Verona, al norte de Italia, donde estaré unos meses estudiando mi carrera.

Cambiar de país, de entorno, de costumbres, y sobre todo, tener lejos a las personas que quieres y aquellas que son tu hogar no es fácil. Salir de tu zona de confort te trae innumerables aspectos positivos: te ayuda a crecer, a madurar, a ser autónomo, a saber lo que quieres por ti mismo, a aprender de otras culturas y a cultivar la comprensión, ya que, al crecer en ti la experiencia, vives situaciones que te harán sentirte más identificado con personas de tu alrededor.

Estar de repente en un país nuevo, a kilómetros de tu familia, ser consciente de que estás aparentemente solo (aunque ojo, nunca lo estamos porque está con nosotros el Mejor Amigo que podamos tener), te ayuda a saber mirar con más humanidad al otro. A volcar tu empatía, tus sentimientos y tu ayuda a la persona que creas que se puede sentir como tú. 

El Señor es Aquel artista que trabaja en su taller día y noche, bajo el resplandeciente sol y bajo una tarde oscura de invierno, esculpiendo nuestra vida, haciéndonos saber que todo está delicadamente labrado, diseñado con amor. Aquel problema, aquella tristeza, te puede parecer a primera vista que está aparentemente mal esculpido, pero si te alejas unos metros te darás cuenta que la escultura, que tu vida, en su conjunto tiene sentido. Es bella. 

El hecho de sentirme a kilómetros de mi familia y de mis amigos hace que pueda comprender, aunque solo sea un poco, ya que su sufrimiento supera con creces la distancia que yo pueda sentir, a los inmigrantes.

Y traigo este tema ya que el Papa Francisco recientemente celebró la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Personas sin hogar, puesto que cuando utilizamos el término hogar hace referencia a aquel lugar de donde pertenecemos, de donde provienen nuestras raíces y el lugar donde nos reconocemos originariamente hijos, hermanos, amigos y de donde proviene lo que somos ahora.

Jesús mismo fue un inmigrante. La Sagrada Familia tuvo que huir de Belén, al igual que tantas familias se ven con la necesidad de dejar atrás todo aquello que les pertenece. Jesús tuvo que nacer fuera de la ciudad “porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7). Cuántas veces se actualiza esta historia en el presente: bebés que sufren desde pequeños lo que es una vida nómada de huida, de sufrimiento, de búsqueda de alimento y cobijo en otras tierras.

Alejarse del hogar es difícil, y más difícil es cuando te ves obligado a ello, cuando tienes familia y raíces en un hogar pero esto no basta, porque una guerra te hace huir. O una dictadura, o un gobierno que persigue tus creencias, o la falta de alimento, de trabajo, que es esencial para ayudar a tu familia y para sentirte realizado.

Todos estamos en la misma barca y estamos llamados a comprometernos para que no haya más muros que nos separen, que no haya más otros, sino solo un nosotros, grande como toda la humanidad. Papa Francisco. Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

En nuestra mano está hacer todo aquello que podamos. Colaborando en alguna ONG que ayuda a personas refugiadas, inmigrantes, o personas de nuestra ciudad que lo está pasando mal… y debido a nuestra actitud de sociedad poco humanitaria, son personas en riesgo de exclusión social. Es nuestro deber ayudar a aquel que tenemos cerca y que sabemos que está lejos de su hogar. Como dijo el Papa Francisco en su discurso de la jornada de este año: “el extranjero es un hermano nuestro a quien hay que conocer y ayudar”. Nunca sabremos la increíble persona que se esconde detrás de un rostro, ni lo mucho que podremos aprender de ella y compartir con ella si no queremos conocerla de corazón si nos acercamos solo por compasión y no por interés sincero de querer conocerla y después de esto, ayudarla. Porque quizá son los migrantes y los refugiados quienes nos ayudan a nosotros con su fortaleza, con su ejemplo. 

Todos habremos tenido la experiencia en algún momento de nuestra vida de ser un inmigrante: abandonar nuestra ciudad por trabajo, incluso un cambio de casa, de grupo de amigos… y seguro que siempre nos hubiese gustado encontrar una mano que nos ofreciese su amistad y su ayuda verdadera. Porque es lo que hubiera hecho Jesús en nuestro lugar: dar la mano a aquel que lo necesita, al que se siente fuera de su lugar original.

Ya no hay ni judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre porque todos sois uno en Cristo. Gl 3,28. 

Si un inmigrante deja todo atrás en busca de algo mejor, el refugiado ha pasado años de su vida en un campo de refugiados, donde hay incluso personas que crecen y envejecen ahí. Jesús con su actitud, con su misericordia y empatía, acogía a todos aquellos que se sentían fuera de lugar, a aquellos que la sociedad marginaba. 

Como cristianos, ¿acogemos verdaderamente a aquellos que lo están deseando? Podemos pedir cada día en nuestra oración: “que nuestro corazón se abra a todos, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada uno” (Jornada Mundial Migrantes y Refugiados).

Beatriz Azañedo

Publica desde marzo de 2019

Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.