La Santísima Virgen María es una mujer que siempre tiene un gesto cálido para todos. Nuestra Madre querida, la Virgen María, siempre ha demostrado querer estar ahí, donde el consuelo se necesita y su abrazo maternal es la parada para respirar, desahogarse y seguir nuestro camino. Como buena madre, nos asiste, nos anima y nos impulsa a llegar a la meta.

La Virgen María también gusta de vestir de diversas maneras, trata de verse siempre radiante para los demás, para sus hijos, sin descuidar nunca su porte de Señora y Madre.

Non fecit taliter omni nationi: No hizo cosa igual con otra ninguna nación P.P. Benedicto XIV

En todo el continente americano existe una devoción particular sobre la Virgen María, que rompe las fronteras del denominado nuevo mundo: la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe.

Todo comenzó un 9 de diciembre por la madrugada, ahí en el año de 1531. En la Nueva España, se estaba formando una nueva cultura, que se vestía de humildad en sus colores, pero que empezaba a llenarse de cristiandad. En aquel entonces, lo que existía era solo la Nueva España. 

A un humilde indígena llamado Juan Diego le fue dada una encomienda. La Virgen María había elegido a este sencillo hombre para hacerle llegar un mensaje al Obispo de aquel entonces, Fray Juan de Zumárraga, que por favor le construyeran un templo en el cerro del Tepeyac.  

Pues era de su profundo deseo, poder tener una casita ahí, para su Hijo y para Ella. Por lo que mucho confió en Juan Dieguito -como ella le llamaba- el más pequeño, en poder llevar su mensaje. Fue después de tres días de encomienda, y tras una profunda preocupación, que el día 12 de diciembre, ocurrió el milagro, la señal que el Obispo pedía para creerle a Juan Diego: la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se había quedado impresa en el ayate de Juan Dieguito, cuando desplegó su tilma que arrojaba las flores que quedaban a los piés de nuestra Madre.

¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? Nican Mopohua 

El acontecimiento de Nuestra Señora de Guadalupe es espectacular, dado su origen en la época que se estaba viviendo. Dio origen a una identificación cultural inaudita en América que llevó a muchos habitantes nativos del nuevo mundo al cristianismo, haciendo una mezcla de culturas que hoy en día son hermosas.

Nuestra Señora de Guadalupe, llegó a darnos un nuevo significado de nosotros mismos, llegó a renovar nuestra dignidad de hijos de Dios. En un tiempo en donde las clases sociales estaban tan marcadas, nuestra Madre nos vino a unificar a todos en un mismo pueblo, que poco a poco iba a formar su propia identidad, siendo María un referente para todos; sin embargo, todavía más importante, nuestra Señora, vino para quedarse con nosotros, sus hijitos amados.

Dios, no se cansa de amarnos y nuestra Madre tampoco se cansa, es por este amor que ellos se vuelven cercanos a nosotros y en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe lo sabemos.

La Virgen de Guadalupe, es bellísima. Su belleza abarca cada parte de su imagen, ya que cada detalle impreso en el ayate de San Juan Diego, nos dice algo representativo de la cultura y de la persona indígena en la cual quiso hacerse presente, los aztecas, y a su vez se nos presenta con el rostro amoroso de María. Para describir cada detalle de su imagen, tendríamos que dedicarle un artículo entero para mencionar cada señal y cada signo de su belleza.

Y en ese momento desplegó su blanca tilma, en cuyo hueco, estando de pie, llevaba las flores. Y así, al tiempo que se esparcieron las diferentes flores preciosas, en ese mismo instante se convirtió en señal, apareció de improviso la venerada imagen de la siempre Virgen María, Madre de Dios … que llamamos Guadalupe … Y poniéndose de pie, desató del cuello la vestidura, el manto de Juan Diego, en donde se dignó aparecer, en donde está estampada la Señora del Cielo, y en seguida, con gran respeto, la llevó y la dejó instalada en su oratorio. Y todavía un día entero pasó Juan Diego en casa del Obispo, él tuvo a bien retenerlo. Y al día siguiente le dijo: “¡Vamos! para que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templecito”. De inmediato se convidó gente para hacerlo, para levantarlo.  Nican Mopohua 

Sin embargo, su aparición no se limita sólo hacia los aztecas, recordemos que en aquél tiempo el pueblo mesoamericano se agrupaba en uno mismo como “los indios”, a pesar de ser diferentes las culturas que integraban el nuevo mundo. Por esto es que Nuestra Señora de Guadalupe vino a exaltar la esencia de la persona indígena, siendo Ella una como los demás: joven y morenita, de cabello negro y con mirada humilde.

Por ser Ella, una como los nativos de América, con rasgos y facciones, colores y formas, es que en poco tiempo, muchísimas personas a lo largo del continente supieron que Dios se acercaba a este nuevo pueblo, enviando a la Virgen María siendo como ellos, para comprenderlos y amarlos como ellos, pero también, para amarlos y cuidarlos como Dios ama y cuida a sus hijos.

Hoy, su casa del cerrito del Tepeyac se encuentra en México, y es por Ella que este país tiene más que una identidad cristiana, tiene una esencia en la sangre por Cristo, que hierve y hace pelear a cientos de miles de mexicanos, como en la Guerra Cristera, donde miles murieron al grito de: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Santa María de Guadalupe! Y que cada madrugada de cada 12 de diciembre vuelve a hervir esta sangre con orgullo haciendo que el frío se convierta en calor, calor de hogar cristiano, de mexicanos al grito de guerra por su fe, con el estandarte de su Madre del Cielo al frente.

Tal vez es por eso, que el Papa Benedicto XIV dijo, en aquella audiencia en el año de 1752 con el padre mexicano Juan Francisco López; que buscaba obtener el reconocimiento papal del oficio, la misa y la fiesta guadalupana; aludiendo al salmo 147: “No hizo cosa igual con ninguna otra nación”.

México, es sumamente dichoso y bendecido por ser el lugar donde Nuestra Señora quiso tener su casa, no cabe duda alguna que el pueblo mexicano tiene una gran misión que llevar a cabo, pero esta no es exclusiva de los mexicanos, porque la Virgen María, es Madre de todos.

Si la Virgen María, hoy se encuentra con nosotros en su imagen mestiza es porque debe de tener una misión, y esta es con el pueblo americano. Su presencia es con el fin de ser la guía del recorrido, porque ella antes de todos los títulos de amor y nobleza, es mujer, es madre y es discípula.

Fiel a su Maestro, que también es su Hijo, ella como discípula, madre y mujer nunca ha tomado para sí misma algo que es de su Hijo. Si nuestra Madre María está aquí es para auxiliarnos en el camino, esa es su misión. Porque ella no es redentora, es discípula, pero también es madre, y con ambos títulos, Ella nos apapacha en la alegría y en la tristeza para terminar el camino del Señor.

Y Nuestra Señora de Guadalupe, llegó a América para ser Madre de todos nuestros pueblos y ser la Madre de la Iglesia. Su maternidad se extiende hasta nuestro corazón y nuestra alma, porque, lo que se diga de María, se puede decir a su manera, de la Iglesia, y a su manera, de nuestra alma.

Que la soberbia no empañe nuestros corazones. Esta conversión de tantas multitudes, como quizá nunca se ha dado en la historia de la Iglesia, no es obra nuestra. Todo el mérito debemos atribuírselo a la Virgen que quiso aparecerse en el Tepeyac. P.P. Pablo III

La Iglesia es femenina, y es perfecto que así sea si Dios así lo quiso. En la mujer reside una capacidad especial de recibir la Gracia de Dios, pues solamente la mujer puede albergar nueva vida en su cuerpo, ahí ella acoge, ama y defiende la vida que posteriormente da para los demás y que devuelve finalmente a Dios como su hijo.

Distinto a lo que el mundo podría decir, ser mujer y ser madre como María, es el mayor honor de la feminidad, pues esto lleva a la mujer más allá. Es María la identidad de nosotros en la Iglesia, porque María maternaliza a la Iglesia. La feminidad, en su particular forma de poder recibir la Gracia de Dios, en la Iglesia, nos brinda a todos en nuestra alma también esta particular forma de recibir la Gracia.

El camino más corto y perfecto para llegar a Jesús es a través de María Luis María Grignion de Montfort 

Nuestra Señora de Guadalupe, para los pueblos mesoamericanos vino a decirnos todo esto, pero, quiso hacerlo siendo mestiza. Nuestra Madre se mestizó para nosotros y para la humanidad. Y en su imagen mestiza, se nos muestra pronta para dar esa nueva vida de su Hijo.

A nuestra Madre del Cielo, podemos ponerle todos los títulos de grandeza que podamos. Lo hacemos porque somos sus hijitos enamorados de Ella, y nosotros sabemos quién es nuestra madre, nuestra patrona.

Es algo muy propio del pueblo latinoamericano enaltecer a nuestra madre que nos dio la vida, por todo lo que ella significa para nosotros; si esto es así con ella, cuánto más será el amor y nuestra admiración por nuestra Madre del Cielo.

De nuestra madre terrenal siempre nos encontraremos enamorados porque admiramos su esfuerzo y anhelamos su fortaleza, es ella quién nos cuida y nos limpia cuando caemos, nos seca las lágrimas y nos motiva -aunque quizás ella llore luego en silencio- es con ella con quién reímos, crecemos y bromeamos. Nuestra madre terrenal, sea abuela, tía o progenitora, en su infinito amor siempre nos hará ver a María en su rostro.

Así de dedicada es también nuestra Señora de Guadalupe con todos nosotros. Ella nos vigila y nos acompaña en las aventuras y también en las desventuras.

Hoy son muchos los que portan su nombre, hombres y mujeres, pueden sentirse agradecidos con sus padres, de poder portar un nombre tan bello ante Dios como lo es Guadalupe. La belleza del amor de María, llevarlo no solo en nuestra alma, sino también en nuestro título de hijo, es uno de los mejores regalos que podemos tener, porque ser guadalupano, ser mariano, es algo esencial.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.