Que Jesús existió es un hecho innegable, al menos para un historiador o investigador con credibilidad. Y, de hecho, los pormenores del contexto histórico de su nacimiento son también bastante conocidos. Aunque estos, vistos bajo la lupa de la mirada de Dios, tienen un sentido y una belleza mucho más profundos que el que tiene para un observador casual.

Pompeyo invadió Israel en el año 63 a. C. A media campaña, supo que tenía apoyo de una parte del pueblo judío, mientras que otra parte, más radical, no tenía ningún contento con la ocupación romana que se empezaba a desplegar. Esto hizo que tomara la vida de unas doce mil personas para establecer las bases de una férrea, pero a la vez estable, ocupación y anexión de Israel al Imperio romano.

Esto, unido a un rey Herodes, llamado “El grande”, (quien fuera padre de Herodes Agripa, rey en tiempos de Jesús), que comprendió que se vivía mejor siendo un reino cliente de Roma, que uno contra Roma, provocó que el pueblo judío poco a poco sintiera como se asfixiaba a causa de la reducción de sus libertades, así como de las pesadas cargas que eran los impuestos locales y los romanos.

Nacen así dos grupos: los zelotes y los publicanos. Los primeros, eran una especie de guerrilla judía, que incluían en su ideario la lucha a muerte contra Roma. Y es posible que uno de los apóstoles, Judas, a quien apodaban “el zelote”, tuviera en el pasado alguna conexión con este grupo. Estos, esperaban que el Mesías anunciado se les uniera para la liberación de Israel del Imperio Romano y una nueva etapa de gloria para el pueblo de Israel comenzara, en cuanto a lo bélico y a lo económico, así como al poder que esto conllevaba. Muchos historiadores piensan también que Barrabás (de quién algunos dicen que su nombre de pila era también Jesús), formaba parte de este grupo y que ese sería uno de los motivos por los cuales fue apresado antes del juicio de Cristo por Pilato.

También se encontraban los publicanos. Estos eran judíos que colaboraban con el imperio en diversas labores relacionadas a gestiones administrativas y de gobierno. Aunque la principal labor que ellos realizaban era la de cobrar impuestos, que era algo por lo que muchos judíos los despreciaban, algo que se hace evidente en la parábola del Publicano y el Fariseo.

Hacia el año 4 a. C., con la muerte de Herodes el Grande, pasa a reinar en Jerusalén, Herodes Agripa. Los historiadores coinciden frecuentemente en dos cosas: que este rey confabuló contra sus hermanos para quedarse con todo el poder, y que él concluyó las labores de restauración del Templo de Jerusalén que habría iniciado su padre. Esto hizo gozar de cierto respeto y temor a Herodes, de parte de los distintos círculos de la sociedad judía de la época.

Unido a estas situaciones particulares de índole social estaba también el contexto religioso de la época. Los Sacerdotes ya no solo ostentaban el poder religioso, sino que también parte del poder económico y político, haciendo contrapeso a Herodes, y mancuerna a la misma vez. Asimismo, los historiadores coinciden en que, de distintas maneras, los sacerdotes serían los dueños reales de los mercados de “ofrendas” para sacrificios que se habían instalado en el templo, tomando para si los ingresos que generaban las ventas de los animales. Mas adelante, cuando Jesús derriba las mesas y corre a los vendedores del templo, los sacerdotes planean arrestar al Señor porque se sintieron atacados directamente, en todos los aspectos.

Esto afectó en todos los niveles a una sociedad que empezó a empobrecer cada día más. Ni el rey, ni los sacerdotes ni el Imperio romano, atendían las necesidades de su gente.

Esto hizo pensar a muchos estudiosos, hombres y mujeres piadosos del pueblo judío, que la venida del Mesías estaría próxima a suceder. Sin embargo, no estaban totalmente de acuerdo en cómo sería este Mesías. Algunos esperaban a un rey justiciero que libertara a Jerusalén, y otros, creían que los vendría a liberar del desgobierno religioso que imperaba en la época.

A la primera postura la apoyaban los zelotes. A la segunda postura la apoyaban los saduceos, los fariseos. Estos últimos dos grupos eran sectas judías que, en distintos niveles, acumularon influencias religiosas con sus interpretaciones y creían en una manera muy ortodoxa de la ley, comportándose de una forma que marginaba a quienes no compartían sus ideales religiosos, aquellos a los que Jesús llamó “fardos pesados” que ni ellos cumplían y se los imponían a los demás.

Más allá de los centros urbanos, las aldeas como Nazareth, estaban un poco aisladas de todo el conflicto. Sin embargo, las cosechas no se pagaban a un buen precio y esto mermaba la capacidad adquisitiva.

Vemos así, una sociedad con muchos conflictos, internos y externos, que no se conseguían solucionar. Seguramente había mucha desesperanza y ansias de libertad, en todos los sentidos.

A veces la desesperanza parece ser una señal de abandono Divino. Incluso, lo podemos ver hoy en nuestros días. Jesucristo nació en una patria que parecía olvidada por aquel que la había salvado muchas veces en su historia. Sin embargo, la belleza de este contexto, es que Dios ya no se vale de mediadores para hacerse presente, sino de su propio Hijo. Y así como ayer, también hoy Jesús quiere hacerse presente en nuestras realidades.

Una vez revisada esta realidad, vemos por qué había tanto desprecio hacia Jesús por parte de las autoridades: Cristo vino a darle una identidad y una luz de liberación, la intimidad y la cercanía de Dios a aquellos que estaban más apartados.

La sociedad donde Cristo nace es todo lo contrario a lo que Él es. Es por eso que Dios decide que el tiempo de la plenitud había llegado, para que pudiéramos distinguir inequívocamente a Aquel que es la Palabra y la belleza de su mensaje.

Cristo toma el contexto de la historia más difícil y lo torna en oportunidad perfecta para anunciar la llegada del Reino de Dios.

Edwin Vargas

Publica desde marzo de 2021

Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.