El carácter austero y sencillo de la iglesia de la Natividad en Belén, uno de los sitios más importantes de la Cristiandad, contrasta con la exageración de las Navidades actuales: grandes arreglos lumínicos, ornamentaciones especiales, gigantescos y cada vez más originales árboles de Navidad y la decoración majestuosa de centros comerciales en una época dedicada al consumo. A diferencia de la celebración de Navidad entre júbilos, cánticos y campanas, nuestra preparación a través de regalos y decoraciones conlleva a veces a tanta fastuosidad y lujo que contrasta con la sencillez y humildad que caracterizó el evento que se conmemora.

Y tú, Belén, no eres en absoluto la más pequeña entre los pueblos de Judá, porque de ti saldrá un gobernante que apacentará a mi pueblo. Mt 2,6

Iniciar pues, el recorrido de Jesús, implica tornar nuestra mirada hacia la belleza de aquel pueblecito donde Él nació, que irónicamente es ahora uno de los lugares más conflictivos sobre la faz de la Tierra, aunque no deja de ser uno de los más hermosos e históricos: por ser el más venerado durante la Navidad, el nombrado cada diciembre, el encuentro de Dios con el mundo.

En el paisaje: la ciudad se erige sobre varias colinas anchas y aplanadas, con escasa vegetación. Las casas más antiguas están hechas de roca amarillo-pálida y otras rojizas, incrustadas a lo largo de calles empinadas y angostas. En un estanquillo al aire libre, la carne de carnero gira en un asador, goteando grasa. Los hombres con sus turbantes, sentados en sillas a la orilla de la calle, sorben el típico café árabe espeso. Enfrente de la Plaza, los niños palestinos así como los peregrinos pasan queriendo comprar un falafel, o un shawarma recién hecho. Hay un sinnúmero de sensaciones tan hermosas que contrastan tan drásticamente con lo que uno puede apreciar al subir por la empinada pendiente; y es que allí se ve cómo se extiende la construcción del muro: una serpiente gris que estrecha metódicamente la ciudad.

Por eso ahora el paisaje urbano de Belén se halla, pues, más poblado por vigilancias y controles que por campanarios, por lo que quizá habría que actualizar aquel villancico de “Campanas de Belén”.

Junto a la amalgama de “Aláhu… Akbar” y las campanadas de las iglesias de la Natividad, se encuentran muchas de las tiendas de souvenirs que tristemente permanecen cerradas, como reflejo de épocas caóticas. El turismo es escaso, los peregrinos son llevados de un lado a otro por sus guías; una parada rápida en la Plaza, luego una salida veloz a la colina y regresan por el muro, de vuelta a Jerusalén. Los hoteles están vacíos en su mayoría. Pocos visitantes se alojan ahí. El desempleo en Belén, según cálculos del alcalde, es del 50 %, y muchas familias viven del día.

Y vale la pena decir que la entrada que tuvieron María y José a Belén no es la misma que tiene un peregrino ahora; quien debe esperar junto al muro para poder entrar… Esperar segundos, minutos u horas detrás de una impresionante muralla de concreto, de diez metros de altura, coronada por alambre de púas… Quizá habría que actualizar también aquel villancico de “El camino que lleva a Belén”.

La iglesia de la Natividad está casi escondida. Esta misteriosa iglesia parece más bien una fortaleza de piedra con paredes gruesas y hostiles y una fachada sin adornos. Quizá por eso ha sobrevivido 18 siglos: Belén no es un lugar de arquitectura delicada, porque su belleza no es física, es sobrenatural. 

Estar en un cruce de caminos del mundo —la populosa intersección entre Europa, Asia y África— significa ser invadido sistemáticamente a lo largo de la historia. La iglesia ha resistido conquistas persas, bizantinas, musulmanas, cruzadas católicas, los imperios otomanos, británicos y franceses, y ahora por un Estado ocupante.

La entrada a esta iglesia, reducida a través de los siglos para evitar el acceso de los caballos y camellos de los viajeros, es un agujero minúsculo. Hay que doblarse a la mitad para poder pasar. Hay que hacerse pequeño para entrar en este lugar: porque Jesús nos pide ser humildes. 

Iglesia de la Natividad, Belén

Literalmente cada metro cuadrado de la Iglesia de la Natividad lo comparten ortodoxos, griegos, armenios, coptos y católicos. Sin embargo, no importa su versión del cristianismo, siempre hay algo significativo en el interior de la iglesia cuando uno pasa por las columnas de mármol hechas desde hace más de 18 siglos…

Bajo el altar, al final de una desgastada escalera de piedra caliza, hay una pequeña cueva con olor a incienso y a cera derretida.

Aquí, en el blanco de este sagrado lugar, rodeada de asentamientos judíos y campos de refugiados, encerrada tras un muro, aprisionada bajo el piso de una iglesia antigua, en un espacio recubierto de mármol, se ubica una estrella de plata… allí nació Jesús.

Visitantes de todo el mundo descienden los 14 escalones hacia la tierra. Algunos caen involuntariamente sobre sus rodillas. Rezan, cantan y lloran en el sitio de la Natividad. Sucede todo el día, todos los días.

El aire de esta gruta es fresco y a la vez cálido por su olor a historia. Los conflictos aquí son un microcosmos de los acontecimientos mundiales. Por lo tanto, lo que sucede aquí refleja lo que amenaza la paz mundial. Este pequeño lugar guarda la esencia de la Belleza que salva al mundo. 

Belén… ese pueblecillo de la Navidad, ¡cuántas historias alberga! Hoy por hoy uno se encuentra tantas emociones en esa ciudad: unos citan la Biblia, otros recitan el Corán. Algunos muestran sus campos, otros señalan sus viñedos, unos evocan la historia, mientras que otros visualizan el futuro. Algunos rezan arrodillados sobre el suelo, mientras que otros colocan la frente sobre él. Algunos arrojan piedras, mientras que otros, descaradamente, conducen tanques.

No obstante, cuando se prescinde del odio, de la política y de las guerras, lo único de lo que la mayoría habla, cuando se trata de Belén, es de la tierra. Un trocito de tierra nada más, para saber que se trata verdaderamente de Tierra Santa.

Randa Hasfura

Publica desde enero de 1970

Miembro del equipo de redacción de Tolkian.