¿Qué viene a nuestra mente cuando escuchamos la palabra “evangelio”? ¿Qué significado tiene en nuestro día a día? ¿Quién es Jesús? ¿En qué pienso cuando escucho su nombre? ¿Qué tan seguido medito en el nombre de Jesús?

En el Israel del nuevo testamento, específicamente años antes del nacimiento de Jesús, empezó un debate muy grande sobre el Mesías y el significado de su envío. Unos decían que debía ser un enviado para liberarlos del cautiverio de los romanos, otros decían que sería un rey que gobernaría con justicia pero que sería muy difícil liberarse de los romanos y otros, muy pocos, que sería un alivio para el corazón de su pueblo.

La religión y la Ley, más específicamente, atravesaban transversalmente la vida del pueblo, lo cual podría ser algo de gran belleza espiritual, pero este era sometido mediante una serie de normas muy inflexibles y con poco significado real. Los pobres y enfermos eran los más “impuros”, y debían purificarse de sus pecados a través de ritos, muchas veces, difíciles, en los que profundizaremos más adelante .

La que más se beneficiaba de estas condiciones era la clase Religioso/Política, ejercida en este caso por el Sanedrín (consejo de los sacerdotes y Fariseos), encabezado por el Sumo Sacerdote, que en tiempos de Jesús era Caifás. Un poco más abajo estaban los Escribas, conocedores de la ley y los Fariseos, practicantes judíos muy ortodoxos e inflexibles, que se consideraban a sí mismos los más puros y perfectos practicantes de la Ley.

Estos habían dividido al pueblo y cada vez era más visible la miseria: por los impuestos al templo, la suntuosidad de las fiestas judías y la marginación que sufrían los más desfavorecidos por parte de los sacerdotes y romanos. En relación a las fiestas judías, cada vez que en ocasión de estas, acudía el pueblo al templo (vendedores que a la vez eran siervos de los miembros del Sanedrín) alzaban el precio de los elementos que constituían parte de la fiesta, haciendo más difícil rendir culto a nuestro Señor.

El rey Herodes, el Grande, recién había remodelado el templo y lo había embellecido más aún de lo que era ya en los tiempos de Salomón. Pero esto lo hacía para congraciarse con el pueblo, como un asunto político y administrativo. El rey jugaba ese papel, porque el verdadero poder estaba en el Sanedrín.

Las regiones más alcanzadas por la miseria eran Galilea, Cafarnaúm y Nazaret. Había ahí tal cantidad de pobres y enfermos, que los fariseos consideraban que el solo hecho de nacer ahí volvía impura a la persona. El pueblo, en ese momento, vive por tanto dos tiranías: la de sus propios líderes y la del imperio romano. Esclavizado por aquellos que debían defenderlo y por aquellos que invadieron sus tierras y las hicieron propias. La única diferencia era que los primeros lo hacían en el nombre de Dios Altísimo.

Los evangelios no hacen demasiado esmero en dar contexto porque han sido escritos, en primera instancia, por personas que vivían o vivieron estas condiciones, para un pueblo que las conocía o las sufría también. Sin embargo, para nosotros es algo ajeno todo este acontecer e incluso la cultura y la forma de ver y realizar ciertos actos; por esto se hace necesario revisar con mayor detalle cada elemento. Es por esto que, aunque no es la intención de este escrito realizar una exégesis bíblica, sí se tomarán muy en serio detalles que no están muy a la vista, generalmente.

Bien, empecemos: nada más comenzar el capítulo 5 del Evangelio de San Juan, dice:

Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Porque el Ángel del Señor descendía cada tanto a la piscina y movía el agua. El primero que entraba en la piscina, después que el agua se agitaba, quedaba curado, cualquiera fuera su mal. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.

La expresión “fiesta de los judíos”, es continuamente usada en el evangelio para hacer referencia a que la fiesta era muy excluyente, es decir, para aquellos “puros”. El pórtico del que habla el versículo dos, estaba justo a un lado del Templo y la multitud de enfermos estaba en un enorme callejón, Estaban tirados, haciendo fila y no tenían derecho a participar de la Pascua o cualquier otra “fiesta judía”. Los enfermos eran considerados “impuros”. En el versículo 5 dice que había un hombre que llevaba 38 años ahí, ¿sabías que este número es importante? Esto debido a que eran casi 40 años, lo que para el pueblo de Israel era una vida o generación. El versículo 6 y 7 dicen:

Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes».

Uno de los puntos frecuentes en el evangelio, es la respuesta en el momento del encuentro con Jesús. Este hombre ha desnudado su realidad que es dura, profunda, con dificultades bien terrenas, pero dificultades en fin; y ha sido marginado incluso por su familia. Aquí notamos la belleza del actuar de Jesús. Luego sigue:

Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado.

Nuevamente, el encuentro con Jesús da un vuelco a la vida de la persona que lo encuentra. Además, señala que era sábado y para los judíos hasta curar ese día era impuro, lo que muestra que la voluntad de Jesús es que la Misericordia se practique sin restricciones. No hay barrera para la Misericordia.

Los judíos querían que Jesús dejara de hacer eso, y aquí podemos ver un paralelismo con nuestros días. Fijémonos bien en los diciembres de nuestros días, donde ya no hay templo, ni pórtico, pero sí cristianos que rememoramos en esas fechas y celebramos el nacimiento del Cristo. Eso es bueno, pero puede suceder que marginemos nuevamente  (como los judíos) a aquellos que Cristo permitió que lo rodearan. Tuvo a su lado a los “sin rostro”, a los cuales ayudamos y llamamos “buena voluntad”, “donación”, “fraternidad”. Pero esto no es suficiente. Es bueno que se practiquen jornadas de regalos y donaciones durante todo el año, pero es más importante aún lograr que la persona “no esté sola”. Es decir, podemos llevarle muchas cosas a una persona, pero la calidez del corazón, la Misericordia (dar el corazón), es el distintivo del cristiano. ¿Qué Cristo estamos llevando en nuestros actos?

Fíjate bien que los Fariseos estaban molestos porque Jesús enseñaba cosas que los contradecía, a ellos que se creían perfectos en la Ley. La soberbia es causa del pecado, y la Misericordia no admite este tipo de actitud. Los Fariseos, inflexibles y ciegos, no ven lo que los marginados en Jesús.

Vemos esta actitud más adelante luego de la multiplicación de los panes, en el capítulo 6, en plena “fiesta judía” de la Pascua, Jesús sale de Jerusalén, donde el poder político y religioso tenía cautiva esta festividad, y con Él, a causa de la libertad que otorgó en la curación del ciego, el pueblo va tras suyo. De entrada se muestra que una fiesta como la Pascua, que representaba un acto de Misericordia de parte de Dios, al liberar a su pueblo de la esclavitud, había sido secuestrada.

Esto es un claro mensaje y un aviso de lo que vendría después. Y es que la multiplicación de los panes se realiza en Fiesta de Pascua, fuera de Jerusalén, con Jesús como centro, repartiendo el alimento que da vida, en este caso corporal. Luego de saciar su hambre de pan, los que comieron querían hacer rey a Jesús, pero este se retira al monte, solo. No sin antes tener un diálogo intenso, sobre el significado del Pan de Vida.

Ante el rechazo de Jesús de esta petición (que sea rey), la gente busca otra persona que les dé el alimento terreno que requieren y se retiran. Inclusive los discípulos iban dejando todo atrás, cuando Jesús se fue solo al monte a rezar. Es Jesús mismo quien los alcanza en medio de la tempestad y del agua; pero no sube a la barca porque esto sería aprobar la marcha de los apóstoles, SÍ deja claro que, aún en esos momentos de duda, ÉL está ahí. Diría el salmo 8: ¿Qué es el hombre, Señor, para que te fijes en él?.

Lo que se quiere decir, el punto central de todo, es que Jesús es camino de confrontación, primero con el paradigma de este mundo, luego con uno mismo (más fuertemente) y luego con la opción de camino que se va a seguir. Y el camino difícil, pero necesario, es el camino de la Misericordia. La misericordia de este mundo exige recompensa, y esto se representa en el Sanedrín, buscando siempre un beneficio y el reconocimiento. En cambio, la Misericordia Divina es desinteresada. Gran diferencia, ¿no?

Esta Misericordia exige de tu vida, para dar vida; le da un nuevo sentido, que requiere esfuerzo y trabajo. Este cambio de vida, para dar vida al que la necesita, es condición para seguir el modelo de Misericordia de Jesús.

A Jesús mismo le cuesta Su vida. Su entrega Misericordiosa estaba generando que el pueblo le buscara, pues en Él encontraban vida. Por estas razones es enjuiciado ilegalmente y clavado en una cruz.  Es la triste historia de muchos sacerdotes hoy, religiosas, religiosos y laicos, que al entregar su vida, son vistos con mezquindad por las personas que son egoístas con la propia. No creen que esto sea posible, porque miden en relación a sí mismos y no en comparación con el amor de Dios. Justo el mismo padecimiento de los miembros del sanedrín que inculpaban a Jesús. Le dan, en sus actos, la misma condena a nuestro Señor.

En la Cruz, Jesús tiene sed. Lo que Él pide es ser acogido. Jesús bebe el vinagre, es decir, absorbe y mata el odio en la inmensidad de su amor fiel. Y entonces exclama: todo está cumplido (San Juan 19, 30a). Las últimas palabras de Jesús resumen y encierran su misión: Él ha realizado el proyecto de vida y de amor fiel del Padre. Cumplió el lavatorio de los pies, el servicio por amor hasta las últimas consecuencias. Derrotó el odio con su amor infinito. Jesús muere en el momento en que en el Templo se inmolaban los corderos para la Pascua de los judíos. Él muere antes que sus compañeros, porque Él es el camino hacia el Padre (San Juan 14,6). Ninguno le quita la vida, pues Él la da libremente (San Juan 10,18). Él es el verdadero Cordero Pascual, del que ningún hueso se romperá (Éxodo 12, 46).

Del costado abierto de Jesús sale sangre y agua. La sangre representa la vida. Separada del cuerpo, indica la muerte. Jesús no retuvo vida para sí, sino que la entregó hasta la última gota. Su muerte es también su entrega suprema. Sin embargo, la muerte de Jesús no es el final, pues el agua, que sale después de la sangre, representa el Espíritu que Él entrega al Padre y, luego, a la comunidad.

La muerte de Jesús, de Aquél que amó hasta las últimas consecuencias, es la síntesis de todas las señales que Él realizó a favor de la vida. Y es también la gran señal que conduce a la fe.

Deseo – dijo el Señor Jesús – que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Diario, 699

Añade además:

Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no adoran Mi misericordia morirán para siempre. Diario, 965

La cruz de Jesús es el acto de Misericordia más grande, alto, puro, poderoso, sanador, amoroso y entregado que jamás se podrá haber realizado por amor a las almas de los hombres. La Misericordia mostrada en su manera más pura. La belleza del Amor de Dios en todo su esplendor. El punto más alto de la historia del hombre es, también, el punto más amoroso. El acto de mayor entrega de parte de Dios, a los hombres.

La Misericordia que alcanzó Jesús con su Cruz, cobija a cada alma y no hay acto de Misericordia en este mundo que no emane del amor que nuestro Señor nos tuvo en aquella hora de su Pasión. Se exige, por tanto, en satisfacción y como fruto de aquella “Amarga Pasión”, una retribución semejante que, a pesar de que no sea esa misma Cruz, pueda manifestar al hermano el amor de Cristo.

La Misericordia de Dios pide tu vida para dar vida. Jesús nos confronta en la Cruz y nos enseña como seguir los designios de Dios y darle, a través de su seguimiento, el verdadero sentido. Y, aunque el final sea cruz, la vida irá atravesando este umbral. El sufrimiento en la Misericordia no es más que un preludio de la gratificación que tiene el Señor en las obras de cada uno.

La mirada de aquel que ve y da testimonio asegura que Jesús es la suprema prueba del amor del Dios de la Vida: “el que lo vio atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean” (San Juan 19, 35). Las señales tienen como objetivo llevar a las personas a creer en Jesús (Cf. Juan 20, 31). El Discípulo Amado, al ver la gran Señal de la Cruz, cree y da testimonio.

A partir de ahora hay un único modo de ver las cosas y un único modo de acción: mirar a Jesús y dar testimonio de Él. Como el ciego que fue sanado.

Y tú, ¿qué harás?

Edwin Vargas

Publica desde marzo de 2021

Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.