Querido amigo, donde quiera que te encuentres te escribo desde la intimidad de mi habitación y te saludo con el ánimo de un caluroso abrazo; como el de un hijo cuando vuelve a estar en casa. Yo, al igual que tú, soy un joven que ha encontrado un camino en Jesucristo y trato de ofrecer todo mi servicio en su Santa Iglesia.

En esta carta quiero hacerte la invitación a observar, a actuar y a imaginar. Y quiero decirte, al igual que lo hizo el Papa Francisco conmigo y con todos los jóvenes, que la vida de la juventud es una gracia y también es una fortuna, la cual podríamos malgastar terriblemente o por otro lado podemos administrarla con libertad y responsabilidad para el día de mañana incrementar nuestra fortuna en madurez.

No quisiera que supongas por adelantado el mensaje de estas letras, a menos que tú ya hayas experimentado el inmenso amor de Jesucristo en el momento más crucial de tu vida hasta ahora, donde ésta pendió de un hilo, el cual estaba a punto de romperse, y no se rompió. Solo si ya has conocido (y aceptado) ese nivel de amor, podríamos decir que eres un hijo amado de nivel legendario y podrías asumir el contenido de éstas líneas, pero si no es así, te invito a ser libre de prestarles atención.

Lo primero que quiero decirte y que debemos de tener en cuenta es que Dios es el autor de la juventud y en consecuencia Él obra en cada joven; obra en ti, en mí y en cada uno de los que tú puedas conocer. Esta juventud es sinónimo de alegría y de esperanza y es por esto que ser joven se convierte en un tesoro valiosísimo del presente y no es solo una etapa por la cual hay que pasar.

Y dicho lo anterior te invito a mirar más allá esta parte de nuestra vida, de eso se trata la primera invitación que te mencioné, de observar. Presta atención a esa belleza que existe en los detalles de la vida y de las personas. En esa vida que es nuestra juventud y esas personas que somos todos nosotros, los jóvenes, de todas las cuales Dios es el creador.

A ti, que eres un joven que ya conoce el nombre de Jesucristo, te invito a observar y conocer ahora a este joven. Atrévete a mirar el esfuerzo de las personas y de otros jóvenes, posteriormente pregúntate: ¿por qué lo hacen? ¿Qué les motiva a esforzarse tanto por sus objetivos? Probablemente notarás el esfuerzo de personas que solo trabajan para las cosas materiales de este mundo, pero que se esfuerzan, a ellos, ¿qué los motivará? Por otro lado, podrás notar a los jóvenes católicos, que se esmeran en vivir con alegría con su familia, con sus amigos, con su comunidad; ayudando al que más lo necesita, sirviendo a los demás. ¿Tú qué crees que los motiva a ellos?

Una vez que hayas discernido e identificado las diferencias entre unos y otros, seguramente notarás que unos viven con mayor alegría. Unos son felices cuando obtienen una satisfacción que les otorga su esfuerzo en una forma material, pero los otros viven satisfechos todo el tiempo y desde antes que pudieran obtener alguna recompensa material por su labor. ¿A ti cómo te gustaría ser feliz, todo el tiempo o solo cuando cumples una tarea?

Si ya observaste, ahora te corresponde actuar. Desde el primer momento que te percates de que este mundo está repleto de belleza, te darás cuenta de la mano de Dios en cada cosa, en cada momento y en cada persona. Y tú te sentirás una persona única con una belleza inigualable. Pero las cosas no se detienen ahí, ya que queda la mejor parte: las ganas de vivir y de experimentar.

Actuar es vivir, es atreverse a dar un paso hacía las mejores experiencias que podrás tener en tu juventud. Cuando te animas a participar en un grupo parroquial juvenil, a adentrarte en un retiro, a tomar parte en un evento religioso, a descubrir la emoción inigualable de la misericordia por los demás ayudándolos en sus necesidades, descubres poco a poco el motivo de la felicidad. Y todo ello se conjuga perfectamente con esta etapa de nuestras vidas, porque puedes seguir siendo un joven sano que disfruta de lo que cualquier joven sano, pero ahora con un nuevo motivo, y poco a poco te darás cuenta de que aquella nueva motivación traerá junto consigo todas tus demás motivaciones anteriores: el superarte académica o profesionalmente, el seguir tus sueños, el descubrir si tu vocación es el matrimonio o la vida consagrada; de pronto en un instante te darás cuenta de que esa nueva motivación que un día sin pensarlo llegó ahora es la que lidera a todas tus demás motivaciones. Y sí, es muy probable que en ese momento ya estés siendo feliz sin haber recibido la satisfacción del cumplimiento de alguna de tantas tareas que como jóvenes queremos cumplir.

Recuerdo un texto de Santo Tomás de Aquino que dice que: “El comandante de una nave no busca como fin conservar la nave que tiene encomendada, porque el fin de una nave no es otra cosa que navegar” (Suma Teológica, Parte I – II, c. 2, a. 5) la juventud es el tiempo de los sueños y de las elecciones y siguiendo la guía de nuestro Doctor de la Iglesia, podemos salir a navegar; de la mano de nuestros amigos y vivir el presente de la manera más santa posible.

Para este momento en que ya hayas descubierto la motivación de todo, sabrás que para vivir la plenitud de ser joven la amistad será uno de los grandes pilares de tu persona y para ello necesitarás del mejor amigo de todos, el que nunca te va a fallar. Sí, Jesucristo. Sin Él por más que intentes vivir y experimentar no podrás encontrar esa plenitud.

En la pasada Jornada Mundial de la Juventud, en Panamá, el Papa Francisco dijo en su discurso de la Vigilia que los jóvenes pueden llegar a ser como árboles bellos, pero que si no tienen bien arraigadas sus raíces a la tierra pueden verse de pronto caídos y sin vida ante el primer embate de la naturaleza. Esto es totalmente cierto cuando intentamos avanzar sin mirar la experiencia de nuestros antepasados y sin tomar sus palabras en consideración, porque de hacerlo de esta manera nos encontramos indefensos y vacíos, listos para ser llenados por cualquier idea dañina y ser parte de una masa manipulada por otros.

La verdadera juventud también se vive al lado de nuestros padres y abuelos, ya que ellos son una prueba viva de que no existe una belleza que se compare al trabajo diario que te hace llegar a casa tal vez sucio y desarreglado. La alegría de haber cumplido con la jornada que otorga el pan para la familia es la belleza que se adentra en el esfuerzo de todos los días, y esa se propaga en cada uno de nosotros al trabajar de esta manera y compartir el fruto de nuestros esfuerzos con cada integrante de nuestra familia a pesar de que igualmente quedemos sucios y desaliñados por el trabajo. Con esto aprendemos la diferencia de lo que es la apariencia y la verdadera belleza de la vida.

Actuando de esta manera solo nos queda soñar lo que queremos que venga para nosotros. De manera explícita nos hemos comprometido en nuestra fe en construir una sociedad que busque evangelizar en diversos puntos y con ello la paz, la convivencia, la justicia y la misericordia se puedan extender entre nosotros y de esta manera estemos logrando extender el Reino de los Cielos en esta tierra.

Teniendo muy firme todo esto en nosotros, estoy seguro de que tú y yo, tus amigos, tus hermanos y todos nosotros podemos soñar con nuevas y mejores cosas para nosotros y para todos los demás. Podemos decir sí a cada nuevo reto que venga, así como fue el sí de María que dispuso todo a la voluntad del Padre.

A ti, amigo y hermano, te quise escribir esta carta. A ti que tal vez no estés muy adentrado en tu fe, a ti que quizá todavía no entiendas muchas cosas acerca de la Iglesia, a ti que ya conoces una buena parte de todo esto, pero que puede que no estés pasando por el mejor momento o a ti que sientes a Cristo rebosando en tu corazón en este instante: estas palabras son para ti, de un joven que también está en la tarea de transmitir la gracia de su juventud hacia los demás en la búsqueda de contribuir a construir la civilización del amor.

Desde la intimidad de mi habitación te digo que no te desanimes ante las turbulencias de la vida, sal y atrévete a vivir con Cristo y así como “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1,39) así también tú, ¡levántate! Y anímate a vivir.

Pues yo también a ti te comparto la noticia que a mí me dieron hace poco tiempo: Cristo te quiere, y te quiere vivo, pues vive Cristo, esperanza nuestra.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.