La palabra vulnerable tiene su origen en el latín “vulnerabilis”, una palabra formada por “vulnus” que significa “herida” y el sufijo “-abilis” que expresa “posibilidad”. Por lo tanto, es la posibilidad de ser herido.

Ninguno de nosotros desea ser lastimado, que le mientan y engañen. Ninguno quiere sufrir por algo hermoso, como el amor y la amistad.

Y seguramente estaremos de acuerdo al decir que, después de una ruptura amorosa o de una pelea importante con un amigo de años, de un desencuentro fuerte con figuras de apego, la persona se ve debilitada, con un cierto temor a abrir nuevamente el corazón.

Suele ocurrir que ante eventuales dolores, malestares y disgustos que se presentan en la vida, vamos creando una especie de “cáscara”, fría y consistente, la cual pretendería hacer las veces de escudo protector ante futuros sufrimientos.

Y esto, estimado lector, creo que no es sino un potencial y comprensible error, que no conduce, como se querría, a una plena satisfacción, sino a una vida un tanto narcisista y triste.

El gran filósofo griego, Aristóteles (del siglo IV a. C) dijo:

El ser humano es un ser social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no por azar o es mal humano o más que humano (…). La sociedad es por naturaleza anterior al individuo (…) el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada para su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios.

Aristóteles 

Esta cita ayuda a esclarecer lo mencionado anteriormente. Somos, de manera innata, seres sociales; necesitamos de los demás, no sólo en el orden material sino para el despliegue de nuestras potencialidades, y los demás requieren, a su vez, de cada uno de nosotros.

Ciertamente, al entablar relaciones con los demás corremos riesgos, tememos, y es natural. Pero es necesario hacerle frente. No me refiero a insistir en vínculos insanos, asfixiantes y enfermizos, no, pero sí a dar, poco a poco, oportunidades a aquellos que se esmeran en demostrarnos su cariño sincero, sin doblez, que existe libre de intereses, que va más allá de las meras apariencias.

Una escena que recuerdo al reflexionar sobre esto es la del libro “El Principito”:

Fue entonces que apareció el zorro:

(…)- ¿Quién eres? – dijo el principito. – Eres muy bonito…

– Soy un zorro – dijo el zorro.

– Ven a jugar conmigo – le propuso el principito. – Estoy tan triste…

– No puedo jugar contigo – dijo el zorro. – No estoy domesticado.

(…) Pero, después de reflexionar, agregó:

Busco a los hombres – dijo el principito. – ¿Qué significa “domesticar”?

– Los hombres – dijo el zorro – tienen fusiles y cazan. ¡Es bien molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?

– No – dijo el principito. – Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”?

– Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro. – Significa “crear lazos…”

– ¿Crear lazos?

– Claro – dijo el zorro. – Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo…

– Comienzo a entender – dijo el principito. – Hay una flor… creo que me ha domesticado…

– Es posible – dijo el zorro. – En la Tierra se ven todo tipo de cosas…

(…) Pero el zorro volvió a su idea:

– Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. ¡Y, además, mira! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo…

El zorro se calló y miró largamente al principito:

– Por favor… ¡domestícame! – dijo.

– Me parece bien – respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas

Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

– ¿Qué hay que hacer? – dijo el principito.

– Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…

Al día siguiente el principito regresó.

– Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro. – Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos.

– ¿Qué es un rito? – dijo el principito.

– Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Entonces el jueves es un día maravilloso. Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se aproximó la hora de la partida:

– ¡Ah! – dijo el zorro… – Voy a llorar.

– Es tu culpa – dijo el principito -, yo no te deseaba ningún mal, pero tú quisiste que te domesticara.

– Claro – dijo el zorro.

– ¡Pero vas a llorar! – dijo el principito.

– Claro – dijo el zorro.

– ¡Entonces no ganas nada!

– Sí gano –dijo el zorro – a causa del color del trigo.

Luego agregó:

– Ve y visita nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Y cuando regreses a decirme adiós, te regalaré un secreto.

El principito fue a ver nuevamente a las rosas:

– Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo. – Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo, y ahora es único en el mundo.

Y las rosas estaban muy incómodas.

– Ustedes son bellas, pero están vacías – agregó. – No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.

Y volvió con el zorro:

– Adiós – dijo…

– Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

– Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.

– Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.

– Es el tiempo que he perdido en mi rosa… – dijo el principito a fin de recordarlo.

– Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…

– Soy responsable de mi rosa… – repitió el principito a fin de recordarlo.

El Principito. Antoine de Saint Exupéry

No encuentro palabras que describan mejor lo que es abrir el corazón a los demás, y dejar que nos ayuden en este hermoso y apasionante camino, que es la vida misma. No somos autosuficientes. Este es un engaño que va enraizándose en nosotros y puede acabar por dejarnos completamente solos.

Nos necesitamos mutuamente, es bueno “crear lazos”; ser vulnerables para poder entablar relación con los otros, y con Dios mismo.

Reconocernos incompletos, sedientos de Amor.

Sería una verdadera locura creerse suficiente ante nuestro Padre,  sin necesidad de las sabias inspiraciones del Espíritu, o menospreciar el ejemplo de Jesucristo y su obra redentora.

Por otro lado, a veces cometemos la equivocación de dar nuestro corazón a muchas personas, sin haber probado antes su fidelidad o confianza. ¡Sé prudente! Presta atención a cómo habla esa persona de los demás en tu presencia, si es capaz de guardar un secreto, si su discurso concuerda con sus acciones, si es veraz, etc. Y procuremos hacer lo mismo.

¡Que nuestros hermanos encuentren consuelo  y amor auténtico en nosotros!

Quienes han encontrado a Cristo no pueden cerrarse en su ambiente: ¡triste cosa sería ese empequeñecimiento! Han de abrirse en abanico para llegar a todas las almas. Cada uno ha de crear —y de ensanchar— un círculo de amigos, sobre el que influya con su prestigio profesional, con su conducta, con su amistad, procurando que Cristo influya por medio de ese prestigio profesional, de esa conducta, de esa amistad.

San José María Escrivá de Balaguer

Encomiéndate, no vivas temiendo, pide santas amistades y la gracia de un corazón firme pero no rígido, inaccesible. Y si solo no puedes, busca ayuda, eso está muy bien.

Te invito a que nos hagamos dos preguntas cruciales: ¿abrimos nuestro corazón a Dios?, ¿abrimos nuestro corazón a nuestros hermanos?

¡Ave María y adelante!

Guadalupe Araya

Publica desde octubre de 2020

"Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa", decía el gran Chesterton. A eso nos llama el Amor, y a prisa: conocer la Verdad, gastarnos haciendo el Bien, y manifestar la Belleza a nuestros hermanos, si primero nos hemos dejado encontrar por esta . ¡No hay tiempo que perder! ¡Ave María y adelante! Argentina, enamorada de la naturaleza (especialmente de las flores), el mate amargo y las guitarreadas. Psicóloga en potencia. La Fe, ser esclava de María, y mi familia, son mis mayores regalos.