Es un hecho que todos hemos escuchado hablar sobre la humildad y lo que esta debe de ser: que tiene que ser sencillez, que tiene ser amor, austeridad, desapego, sumisión, etc. En ocasiones, tantas palabras que, al final, pueden hacernos confundir y nunca llegar al entendimiento de este valor.

Y no es que estén equivocadas las características anteriores, estas cobran su significado cuando se entiende amplia y profundamente el sentido de la humildad.

El origen de esta palabra proviene del vocablo latino “humilitias”, que a su vez tiene la raíz “humus” que quiere decir tierra en latín.

“Humilitas” deriva del vocablo “humilis”, que quiere decir humilde, y a la vez del verbo “humiliare”, que se relaciona con postrarse sobre la tierra con dominio de otro sobre la persona en cuestión.

En resumen, la humildad es: reconocimiento de sí mismo.

Desde la etimología de la palabra, podemos apreciar que ser humilde es aceptar que debemos de tener los pies en la tierra, y esto aplica para nuestros pensamientos, deseos y actitudes. Sintiendo alegría en el corazón por nuestros triunfos, reconociendo siempre nuestras imperfecciones.

Pero, para llegar a ser humildes, hay un camino, el cual puede ser difícil para nuestra naturaleza humana, si no decidimos dejarnos caer en las manos de Dios.

Conocerse es el primer paso, ese conocimiento es acerca de la verdad de uno mismo. ¿Cómo soy? Es la pregunta correcta para empezar el autoanálisis. Y en este punto la sinceridad es la herramienta, debo sentirme bien de mis habilidades; sin soberbia como para justificar mis fallas, y al mismo tiempo debo aceptar mis imperfecciones; sin humillarme.

“Pues nadie puede amar una cosa por completo ignorada” (San Agustín, La Trinidad), es necesario entrar en el conocimiento de uno mismo; este mismo ejercicio nos llevará a introducirnos en la sabiduría de Dios y nos pondrá en el siguiente paso.

La aceptación es el siguiente paso a dar, y se acepta la realidad de quienes somos y el contexto que nos rodea. La madurez es la clave para afrontar esta etapa, pues la soberbia siempre nos buscará atacar para no aceptar la realidad. Sin embargo, al haberme reconocido, podré entender contra qué tengo que luchar. Si acepto mis errores e imperfecciones, sabré por dónde obtener la victoria. Y a partir de este instante podré descubrir la belleza de quién soy y comprenderé la primera parte de ser humilde.

Aceptarse no es lo mismo que resignarse. Nos aceptamos para actuar.

La siguiente parada representa uno de los esfuerzos más grandes. Muchas personas suelen quedarse hasta el paso anterior y eso es porque en el camino de la humildad la tercera estación es tener el olvido de sí mismo. Y en este punto es necesario pensar menos en nosotros, en nuestros defectos y carencias. La caridad se convertirá en nuestra arma y escudo.

Existe una trampa al aceptar la realidad, y esa es pensar demasiado en uno mismo, en atender mis debilidades. Esto nuevamente puede llevar hacia la soberbia y ahora hasta el orgullo; al mismo tiempo que se corre el riesgo de menospreciarse pensando en mis defectos.

Por ello, la estrategia para afrontar esta trampa es olvidándose de uno mismo para no pensar demasiado en las propias complejidades. Esto no significa ser indiferente, sino ser proactivo, dejar de preocuparse y ahora ocuparse ante las tragedias y tristezas.

Cuando aprendemos a tener este desapego de nosotros mismos, estamos del otro lado, pues se llega a el último paso, que es la donación.

Este es el lugar en el que se vive plenamente la humildad, pues ahora se vive desde la caridad dejando de pensar en cómo superar los problemas y ahora vivir en el amor.

El camino ha sido largo, partiendo desde la persona, obteniendo el conocimiento propio, aceptando la realidad y superando el individualismo para llegar a un punto donde la humildad se mira como la belleza de una persona.

Este es el punto en el que los adjetivos cobran su significado dentro del amplio espacio de la humildad. Quien es verdaderamente humilde da lo que tiene, es noble, es alegre y es sabio para los demás.

Después dijo al que lo había invitado: Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos. Lc 14, 12-14

Jesús ya había hablado sobre la humildad en su último paso. Un comportamiento duro de aceptar hasta hoy en día. Y es que Él, así como la Virgen María, presentaron el grado más grande de humildad. Nunca permitieron que la soberbia los hiciera pensar cosas erróneas, a pesar de haber vivido grandes sufrimientos.

La persona humilde disfruta de una felicidad abstracta que nace del corazón y se expande por todo su alrededor, es una belleza particular que causa admiración y veneración. Rechaza la soberbia y acoge la caridad, destruye cualquier susceptibilidad de egocentrismo y busca ser el último de todos.

La palabra humildad se dijo que proviene del latín “humus”, que significa tierra. Su etimología refiere a postrarse a la tierra. En este sentido, la humildad es: postrarse ante Dios y todo lo que hay de Dios en las creaturas.

Y esta virtud convertida en comportamiento tiene muy buenas razones. Se cuenta en la vida de San Antonio Abad que Dios les hizo ver el mundo sembrado de los lazos que el demonio tenía preparados para hacer caer a los hombres. El santo, después de esta visión, quedó lleno de espanto, y preguntó: “Señor, ¿quién podrá escapar de tantos lazos?” Y oyó una voz que le contestaba: “Antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia necesaria, mientras los soberbios van cayendo en todas las trampas que el demonio les tiende”.

Hoy tenemos que ser tierra fértil, en la cual nos postraremos ante Dios, convencidos de que siendo humildes amaremos más y seremos capaces de lograr nuestros sueños a través de la caridad, a pesar de nuestras imperfecciones.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.