Al tratar el tema de la virginidad de María, es necesario entender el vínculo que se establece entre dato bíblico y la tradición eclesial. Como se ve en los evangelios de Mateo y Lucas, esta reflexión teológica está plasmada en los relatos de la infancia, de los cuales fueron testigos los miembros de la comunidad cristiana primitiva.

Esa comunidad, desde el primer momento, entendió como un hecho real históricamente acontecido la concepción virginal en sentido biológico que Mt 1, 18-25 y Lc 1, 26-38 claramente enseñan. La misma, consideró este hecho desde el principio como algo perteneciente a la fe. D. Salvador Muñoz Iglesias «La concepción virginal de Cristo en los Evangelios de la Infancia» (1978).

De esta forma lo ha seguido enseñando la Iglesia a través de los siglos. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la tradición posterior. Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos postulan la afirmación del nacimiento virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano están de acuerdo con San Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús nacido verdaderamente de una Virgen.

El testimonio de estos autores, historiadores romanos, es crucial para entender la generación virginal de Jesús de forma real e histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamente moral o un vago don de gracia.

Por parte del Magisterio Pontificio y los Concilios ecuménicos, se redactaron definiciones solemnes de fe para reflejar esta verdad. El concilio de Calcedonia, cuyo contenido es definido de modo infalible, afirma que:

Cristo en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad. DS, 301

Jean Galot considera que se puede hablar de una verdadera definición implícita de la virginidad, pues todos los elementos que se incluyen y constituyen una definición dogmática son infalibles. También otros Concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II) declaran a María «siempre virgen», subrayando su virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852).

El Concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de que María:

Por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo. Lummen Gentium, 63

Sobre el sentido de la palabra «virgen» debemos apelar a las definiciones del Magisterio. En todos los Concilios, se ve claramente que este término se usa en su sentido habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integridad corporal. En todo caso, la integridad física se considera esencial para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús. (CEC, 496).

La designación de María como «Santa, siempre Virgen e Inmaculada», suscita la atención sobre el vínculo entre Santidad y virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.

Esto también resplandece entre la conexión de la virginidad y la Maternidad de María: dos prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre. Así, la virginidad de María está íntimamente vinculada a su Maternidad divina y a su Santidad perfecta. También San Siricio, que fue Papa a finales del siglo IV, en su Carta al Obispo de Tesalónica, Anisio, le dice:

Con razón ha sentido horror vuestra santidad de que del mismo vientre virginal del que nació, según la carne, Cristo, pudiera haber salido otro parto… sin dejar de opinar que María tuvo muchos partos, con más empeño pretenden combatir la verdad de la fe. D 91

En la virginidad de María se incluyen cuatro grandes aspectos; la integridad física como elemento necesario, aunque derivado; la ausencia de relaciones sexuales; la decisión de María, consciente y libre, de no tener tales relaciones y, por último, la motivación religiosa de entregar su corazón a Dios.

Un punto que hoy merece particular atención es el «momento biológico» de la virginidad, que algunos ponen en entredicho, pero sin el cual el lenguaje sobre la misma se vacía de realismo. Evidentemente este momento biológico, no se debe considerar al margen de todo el horizonte de comprensión del tema, y sí debe asociarse necesariamente al don de la entrega plena de María en la fe y la obediencia.

Durante los meses de julio y agosto de 1996, San Juan Pablo II dedicó seis catequesis al tema de la Virginidad de María, su misterio y su belleza.

El testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe en la concepción virginal de Jesús, estaba enraizada firmemente en diversos ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso carecen de todo fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consideran la concepción virginal en sentido físico o biológico, sino únicamente simbólico o metafórico. Juan Pablo II, Audiencia general 10/07/1996

El punto central de María como virgen estriba en su libre decisión. Ella, de manera consciente y libre, decidió no tener relaciones sexuales, lo que implicaba claramente y necesariamente su voluntad de no contraer matrimonio por su motivación religiosa.

Juan Pablo II, inicia su catequesis a partir del relato de la Anunciación. María dirige una pregunta al ángel en el momento que le anuncia la concepción y el nacimiento de Jesús:

¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? Lc 1, 34

Siendo una mujer joven, desposada y en espera de culminar su matrimonio con José, la pregunta sólo tiene sentido desde la elección voluntaria de María, que quiere permanecer virgen. Por consiguiente, su propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye, al parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada.

A primera vista, las palabras de María parecen expresar solamente su estado actual de virginidad, pero con la pregunta que le realiza ella al ángel de «¿cómo será eso?» y su afirmación posterior de «no conozco varón» , ponen de relieve tanto la virginidad actual de María como su propósito de permanecer virgen.

Con todo su yo, humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo. Juan Pablo II Redemptoris Mater ,13

Para ver la belleza de esta decisión, se debe destacar que en el judaísmo la virginidad no se consideraba un valor real ni ideal. Los mismos escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episodios y expresiones, donde el matrimonio es considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva las alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad.

Sin embargo, es preciso tener presente que en el tiempo que precede inmediatamente el inicio de la era cristiana , se comienza a manifestar en algunos ambientes judíos una orientación positiva hacia la virginidad.

Por ejemplo, los esenios, (de los que se han encontrado numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán), vivían en el celibato o limitaban, debido a sus costumbres, el uso del matrimonio, con la finalidad de buscar una mayor intimidad con Dios. No podemos saber si María conoció esos grupos religiosos judíos que seguían el ideal del celibato y de la virginidad, pero lo que sí sabemos es que sintió esa llamada. También ésto, que influyó en el posterior hecho de que Juan Bautista viviera una vida de celibato, y en que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estima; podría dar a entender que también el propósito de virginidad de María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.

Para terminar, no debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de su vida, una gracia sorprendente y una belleza digna de enamorar a un Dios.

La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva a la conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginidad, que a su vez era una renuncia a la maternidad. Esta entrega de su posibilidad para ser Madre de Dios , la transformará en la Madre virgen del Hijo del Altísimo, y a su vez su maternidad se extenderá a todos los hombres que el Hijo ha venido a salvar.

Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ideal de la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Espíritu Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsaría a tantas mujeres a seguir el bello camino de la consagración virginal.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.