Una de las joyas de nuestra cultura es esta ópera compuesta por Wagner, El holandés errante, la cuarta ópera del compositor y la primera de las tres óperas románticas que Wagner compondría entre 1841 y 1850.

El Holandés Errante es una figura universal que representa el anhelo de sosiego, la necesidad de alcanzar la paz del alma humana. Sin lugar a dudas es una obra donde la belleza ocurre, lema de nuestra web, ya que de forma indirecta pero irremediable nos conduce a Dios.

La cuestión de la culpa original y la necesidad de redención la encontramos en una infinidad de argumentos literarios y cinematográficos, pues es manifestación de la naturaleza humana. En el caso de Wagner, este hilo temático aparece de un modo más o menos explícito en todas sus obras, sobre todo en las primeras del Canon de Bayreuth, como son El Holandés Errante, Lohengrin, Tannhäuser y Parsifal.

Adentrémonos en lo que es el análisis propiamente de la ópera. El Holandés arrastra consigo un pesado castigo: está condenado a navegar sin rumbo y sin aproximarse a tierra, salvo una vez cada siete años, para tener la oportunidad de encontrar un amor que lo redima con fidelidad extrema, que se muestra en la muerte. La obertura de la ópera empieza con un fuerte trémolo, con una sensación de inestabilidad y ondulación provocadas por la música que generan un marco escenográfico de tormenta e inestabilidad. Una relación claramente romántica, el ver en la naturaleza el reflejo del interior humano.

La música empieza dejando a las quintas vacías los primeros compases. Musicalmente esto supone no determinar si la tonalidad en la que nos encontramos es mayor o menor. ¿Por qué hace uso Wagner de un acorde tan indeterminado, evocando composiciones no modernas sino medievales? Sin duda alguna, para plasmar el sufrimiento ancestral de la incertidumbre de un corazón sufriente. La música es el reflejo del tormento del corazón del hombre, que no tiene descanso, no puede reposar en la una tonalidad determinada.

Las notas de este comienzo son las mismas que las de Beethoven en su Sinfonía nº 9 pero con el orden invertido, y también el trémolo lo rescata de ahi, aunque no en modo piano, sino en forte. Más novedosa es la composición teniendo en cuenta que comienza con una anacrusa de cuarta (IV), que parte de nota dominante y enfatiza mucho más el cambio, la fuerza de la melodía, la belleza de la llegada triunfal de la tormenta. Más tarde, un Wagner más maduro utilizará en Tannhäuser el mismo recurso de la anacrusa de cuarta pero de forma más elegante y majestuosa.

Wagner utiliza la diversificación de la orquesta para reflejar mucho más el caos. Cada grupo instrumental representa un aspecto en la tormenta, y lo más destacable es que el tema que acompaña la aparición del Holandés está tocado solo por viento metal, lo que refuerza la sensación de tormenta interior del protagonista.

El tormento y la luz es entre lo que oscila la música continuamente. Tenemos el ejemplo de los dos coros. El coro de los tripulantes espectrales del barco del Holandés está claramente lleno de oscuridad, turbulencias y gravedad musical; mientras que el coro de los pescadores del puerto noruego refleja la armonía, la claridad, la luz de un mundo convencional.

Los protagonistas, el Holandés y Senta, se encuentran entre los dos mundos. Ella es la hija de un pescador que tampoco tiene paz en su vida, pues siente que sus acciones no son lo suficientemente trascendentes para hacer justicia a sus anhelos. En el pueblo la vida de la gente es mundana y simple; en el primer acto tenemos a un timonel cantando la contingencia de su vida, la sencillez de su trabajo, tan simple que hasta se queda dormido mientras canta.

Senta constituye el nexo más evidente en el imaginario wagneriano entre la redención y el amor, pues es en su propia carne en la que se realiza el sacrificio, la belleza de su alma salva el crimen del hombre. En concreto, la fidelidad de ella es la liberación de él. Y a su vez, y al contrario, que él pueda vivir en paz, dejando de errar por los mares, supone que ella renuncie a su vida.  Los dos personajes son dos caras de la misma moneda, del sufrimiento de alguien que no pertenece al mundo en el que se encuentra, igual que un artista romántico se siente desterrado del mundo real.

Cuando el Holandés cuenta su historia, area del Primer Acto, demuestra que es un corazón desesperanzado; buscó la muerte dirigiendo su barco hacia los arrecifes para morir, pero no murió y ahora nada le puede liberar de sus crímenes y remordimientos. Tiene el barco lleno de joyas y riquezas pero le falta el sosiego. Es el reflejo del romanticismo desilusionado, al que ya no le vale la muerte para encontrar descanso y no cree en la redención. Su única esperanza es que llegue el Juicio Final, para que el mundo acabe y él quede completamente aniquilado.

¡Día del juicio! ¡Último día! ¿Cuándo despuntarás en mi noche? ¿Cuándo resonará la hora de la aniquilación, cuando el mundo será destruido? ¡Cuando todos los muertos resuciten, entonces pereceré yo en la nada! ¡Mundos, detened vuestra carrera! ¡Eterna aniquilación, llévame! El Holandés

Antes de encontrarse con el Holandés ella ya conoce su historia, pues entre las mujeres del pueblo se habla de la leyenda del marinero condenado a no tener el descanso eterno en castigo a sus crímenes. La balada de Senta es el núcleo de la ópera. En ópera se distingue entre lied, canto subjetivo del interior del personajes; la balada, relato de una historia exterior al personaje; aria, la exposición de la voluntad del personaje.

La genialidad de Wagner consiste entrelazar la explicación del mito y del destino del mismo personaje que lo canta, la leyenda y la realidad. Pues mientras Senta explica la historia como si fuera algo ajeno a ella, siente que ha encontrado su propio destino, por eso decide incluso antes de conocerle, que si su vida puede servir para salvar a alguien, eso es lo que hará. Así siente que su vida tiene verdadero sentido, y se aleja de las banalidades de las mujeres pescadoras, la alegría de las fiestas y el vino.

Sea yo la que te libere con mi fidelidad. Muéstreme a ti el ángel de Dios. ¡Por mí alcanzarás la redención! Senta

Lo que la propia Senta no sabe es que la fidelidad requiere su muerte, que es el horizonte trágico de su entrega. Pero es un ejemplo de disposición a la voluntad de Dios. Es una entrega totalmente desinteresada, solo quiere que su existencia cumpla con su sentido; aún no está enamorada, no lo conoce todavía, pero sabe que no puede entregarse a otros hombres porque hay algo que está preparado para ella.

El Holandés no merece el sacrificio de la dulce Senta, ha sido un criminal, no tiene esperanza, no cree en que haya un alma tan buena como para amarle y los mortales le temen, porque trae la desgracia a los puertos donde atraca. No debemos pasar por alto que la redención del Holandés trae consigo una libertad en la que no esta presente el amor físico, porque Senta ha muerto. No es como la bella que transforma a la bestia y luego viven felices para siempre. Esta pareja no tiene ese final feliz en la tierra, pero tienen la salvación, saben que Senta está salvada y que el Holandés cuando muera también lo estará.

El encuentro entre los dos personajes, en la playa, es el encuentro entre dos silencios, entre el silencio del errante y el silencio de la que espera. Simbolizan lo masculino y lo femenino en un amor a primera vista en el que uno es salvación para el otro. Acontece entonces el milagro de esperanza y amor reflejado en dos monólogos superpuestos en el que cada uno habla del misterio que le supone encontrar al otro.

Cómo desde la distancia de remotos tiempos, se me presenta la figura de esta muchacha: como la he soñado por terribles eternidades, la veo aquí ante mis ojos. He levantado mi mirada anhelante, en la profunda noche, hacia una mujer; un corazón palpitante, ¡ay!, me dejó la perfidia de Satán, para que siempre recordara mis penas. ¿La sombría llama que siento arder en mí, podría yo, infeliz, llamarla amor? ¡Ah, no! Es el ardiente deseo de salvación. ¡Si me llegara por este ángel! El Holandés

El anhelo de los dos por dar plenitud a la existencia del otro es, a mi modo de ver, el reflejo de la unión entre dos esposos que han sido guardados desde la eternidad por Dios para ser el uno para el otro y unirse para salvarse. No es menos la condena que ella tenía entre la mundanidad de los pueblerinos y el errar sin hogar, sin amor, del Holandés.

Me invade un maravilloso sueño, ¿es ilusión lo que veo? He habitado hasta ahora en engañosos espacios, ¿despunta hoy el día de despertar? Está ante mí con los rasgos del sufrimiento, y su enorme pena me habla. Senta

El otro, el amado, es un misterio, un instrumento de Dios para la salvación del otro que se fundamenta en la libertad, en el escoger el sacrificio, para alcanzar la paz del corazón, el sosiego del alma en el amor verdadero que les lleva a los dos a escapar de estar condenados. El desenlace de la ópera revela otro de los temas recurrentes en la producción wagneriana: no ya la redención en sí, sino su precio.

Wagner escribió el primer esbozo en prosa de la historia en París a principios de mayo de 1840, después de un tormentoso paso por el mar desde Riga hasta Londres en julio y agosto de 1839. Entre las fuentes que se conocen para inspirar a Wagner está, además del influjo de un viejo relato medieval, la conocida leyenda del judío errante, que Heinrich Heine convierte en Las memorias del señor Schnabelewopski en un relato satírico sobre el fatal destino de un marinero holandés y su condena a vagar eternamente en su buque fantasma.

La penuria económica le obligó a venderlo por solo 500 francos al director de la Opera de París. Le vaisseau fantôme fue estrenada en París sin éxito y cayó en el olvido. Tiempo después logró que obra se estrenara en alemán y con el nuevo título de Der fliegende Holländer (El holandés errante), el día 2 de enero de 1843 en Dresde y, aunque la crítica fue muy fría, en la première en Berlín cosechó una buena acogida y consiguió que los grandes teatros europeos la programasen con cierta asiduidad.

Con sutiles variaciones y acentos, aparecen en las óperas wagnerianas la redención, el peregrinaje, la búsqueda del grial, etc. Es el leitmotiv que mueve a los protagonistas y establece la vocación redentora de las parejas de enamorados y los sacrificios a los que se enfrentan. La redención es siempre para Wagner desde el amor y el sacrificio, como vemos en los binomios Holandés y Senta, Lohengrin y Elsa, Tannhäuser y Elisabeth, Parsifal y Kundry. Tengo especial predilección por Tannhäuser, musical y argumentalmente; el caballero protagonista tras vivir en el pecado engañado por Venus peregrina a Roma para expiar sus pecados y poder ser digno del amor de su princesa.

A pesar todo el mal derivado de la falsa gloria pagana germánica que forjó, no me parece descabellado tomar a Wagner como referente de la necesidad religiosa del hombre. De hecho, es esta preocupación wagneriana por la urgencia de la reparación, por la posibilidad de la expiación, lo que acaba llevando a Nietzsche a despreciarlo.

No hay cosa en que Wagner se haya metido tan a fondo, desde luego, en sus cavilaciones: su ópera es la ópera de la redención. Siempre hay alguien que quiere salir redimido, tan pronto una mujercita como un hombrecito: ese es su problema. Nietzsche en «Nietzsche contra Wagner» (1888) 

El filósofo ve en el proceso moral de los personajes de Wagner la debilidad, la decadencia, la visión cristiana que él ha tratado de suprimir de toda justificación estética. Sobre la ruptura entre ambos por su concepción del fenómeno estético conviene leer a Roger Scruton, filosofo conservador anglicano. En su artículo de Nietzsche on Wagner, destaca que toda redención requiere un sacrificio y, así, Wagner genera un proceso moral que involucra al observador en una “concepción Eucarística”, pues la redención del Holandés implica el sacrificio de Senta abriendo las puertas de la Salvación.

A modo de conclusión, cabe resaltar algo que es consustancial al drama wagneriano: la idea de una antropología que asume la noción de una culpa original como destino que obliga la vocación redentora de toda existencia. El alma queda marcada por la culpa, pero no condenada, por la posibilidad misericordiosa de la Gracia, de la la Redención. Esto demuestra que a pesar de la maldad de Wagner, de su vida disoluta, de sus contribuciones a la descristianización de Alemania (y Europa), y de su apariencia de triunfador, cae prosternado ante la cruz cristiana.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.