A finales del siglo XV, un noble castellano llamado Jorge Manrique compuso una elegía para lamentar la muerte de su padre y alabar sus virtudes. A primera vista, no parece que una obra así pueda decir nada a una persona corriente del 2019. Sin embargo, las Coplas a la muerte de su padre entroncan directamente con las preocupaciones y deseos más profundos del hombre de hoy, puesto que en realidad no son ni más ni menos que las del hombre de siempre. Si alguna vez, en medio de la incesante vorágine, te paras un momento y piensas: “¿pero qué estoy haciendo con mi vida?”, leer las Coplas puede ser una buena terapia.

Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos (Copla V).

Ante la realidad de la muerte caben dos opciones: rechazarla o aceptarla. La primera es inútil, puesto que no por ignorarla, como se tiende hoy en día a intentar por todos los medios, nos vamos a librar de ella. La segunda, por tanto, se presenta como la más coherente. Pero no debe ser una aceptación resignada, ni algo que nos atemorice, sino un aliciente para aprovechar cada día valorando las cosas en su justa medida.

Parece que ya en el siglo XV, tal y como en el XXI, eran admirados los que poseían la belleza y la riqueza. Frente a una belleza exterior que se marchita y se arruga con el inexorable paso de los años, más valdría cuidar la belleza del alma, que habrá de presentarse ante Dios. En cuanto a las riquezas y el prestigio, Manrique es claro: ¿dónde están los reyes, los nobles, los héroes? Su destino ha sido el mismo que el de los mendigos, ninguno a fuerza de acumular bienes ha conseguido comprar su vida.

No tiene ningún sentido pasarnos la vida frustrados intentando satisfacer un ansia de bienes materiales que es mayor cuanto más poseemos. Ya en la Biblia se dice que “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6, 21). Manrique pone de manifiesto la poca valía de las cosas del mundo, que tan solo pueden proporcionar una alegría tan efímera como ellas mismas; el ser humano no puede estribar en ellas su anhelo de felicidad eterna.

Todo esto no quiere decir que tengamos que llevar una vida completamente ajena a la realidad que nos rodea, ni que nuestra existencia terrena esté condenada a ser un continuo “valle de lágrimas”. Ciertamente, menosprecia la vida terrenal en favor de la otra vida, la eterna; sin embargo, no propone retirarse del mundo, sino aprovecharlo de una manera justa y ordenada para que se convierta en un medio de santificación.

Manrique es un autor a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento. Esto lo vemos en una novedad respecto a los autores medievales, y es que habla también de una “tercera vida”: la Fama, el recuerdo que va a perdurar por nuestras acciones. Quizá sea un buen ejercicio plantearnos si nuestro paso por este mundo va a dejar alguna pequeña huella. No se trata de hacer cosas impresionantes, pero sí de tratar de cambiar aquello que vemos a nuestro alrededor que no está bien. En el caso de Rodrigo Manrique, el padre del poeta, fue luchar contra los musulmanes en defensa de la Cristiandad. ¿Cómo nos gustaría a nosotros que se nos recordase seis siglos después de nuestra muerte?

Las Coplas son una invitación a vivir cada día como si fuera el último, pero no como muchos lo interpretan ahora, es decir, entregándose a cuantos más placeres mejor, sino todo lo contrario: sabiendo que, sin que nos demos cuenta, de pronto sobrevendrá la muerte y tendremos que dar cuenta de nuestros actos. Ya no habrá posibilidad de enmendarse, de rectificar: lo hecho, hecho está, y de ello dependerá nada menos que el destino eterno.

Ah, y por supuesto, descubrirás que no fue Karina la que inventó aquello de que “cualquier tiempo pasado nos parece mejor”.

Paola Petri Ortiz

Publica desde marzo de 2019

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Historiadora reconvertida en emprendedora, entrenadora personal y nutricionista. Apasionada de la salud espiritual, mental y física. Enseñando a cuidar de nuestro cuerpo como Dios cuida de nuestra alma. Aprendiendo a dejarme amar por el Corazón de Jesús.