El Libro de Job se podría calificar de sublime, conmovedor, audaz, enigmático; como dijo Paul Claudel, el más desalentador e incluso el más repulsivo del Antiguo Testamento. Es uno de los libros más simbólicos y proféticos cuya lectura nos lleva a reflexionar sobre la belleza, verdad y bien que en él hallamos. Encontramos estudios exhaustivos de este libro en San Gregorio Magno, Santo Tomás de Aquino, y nuestro ilustre Francisco de Quevedo. En esta narración sobre la causa del varón de Us, reflejo de toda creación, Job clama al cielo con un grito apelando directamente a Dios, desgarrando el sentido de la vida humana preguntando el porqué del sufrimiento inocente.

Este libro escrito hace miles de años, de un estilo tan lejano al nuestro como lo es la poesía hebrea, es uno de lo más actuales y profundamente humanos que existen. Es un canto cuya estética no reside en su forma ni en sus rimas sino el la palabra misma, como se da en la poesía hebrea. La belleza no la apreciamos en las figuras retóricas del arcaico texto sino en la grandeza y radicalidad del grito de Job en el que toda la humanidad se ve representada.

Al ser una poesía sapiencial en primer lugar impacta al entendimiento y el deleite sensible lo tenemos al gozar de cómo florecen las imágenes sobre lo divino y lo humano. El diálogo está vivo, es reflejo del hombre moderno. Al contrario de lo que popularmente se dice, no trata sobre la “paciencia del santo Job” sino de la rebeldía del corazón humano frente a lo que escapa a nuestra comprensión y etiquetamos de injusto. Job es Redención, es búsqueda del verdadero y oculto sentido del sufrimiento.

¡Tengo necesidad de ti, oh, Job! Necesito un hombre que se lamente en voz tan alta que se le oiga en el cielo S. Kierkegaard, La repetición 

Esta obra es un cantar de dolor, pero hemos de advertir que en nigún momento deja de ser «cantar», puesto que en eso radica la grandeza del lamento, en que el dolor jamás se superpone a la alabanza. No se trata de una obra de teodicea, o destinada a descifrar la lógica del dolor. Es un canto que abre la pregunta que queda resuelta en el Nuevo Testamento con el sufrimiento de Cristo, la victima inocente.

Job inicia su discurso (v. 3-10) envuelto en una profundísima tristeza, en una espesura, una tormanta que se forma a su alrededor y cada vez le priva más de la visión del sentido de los males que le acaecen. El canto se hunde en el miedo al abandono, a la soledad, al haber sido olvidado por Dios. La maldición de la que se queja principalmente es la de sentir que ante él ya no hay horizonte, solo la Nada, y no hay mayor condena que la de «volver a la nada».

La esperanza de una quietud más allá de la muerte en la que cesen los pesares le parece inalcanzable. No puede refugiarse en aquellos que le rodean y que le habían amado. Los 26 discursos de los amigos que visitan a Job, entre los que están Elifaz, Balad y Sofar, van intercalados con sus lamentaciones. F. Hadjadj hace una relectura de estos diálogos en una pequeña obra de teatro que titula Job o la tortura de los amigos. Realmente sus «amigos» son otro de sus males, pues son acusadores, no consoladores. Los visitantes ven la realidad dentro de una concepción equivocada, tienen una razón limitada por la confusión entre mal y dolor, la clásica división tomista del mal de pena y el mal de culpa.

¿Sufres? Algo habrás hecho mal. Si no tú, tal vez tus hijos. Job 4, 7-8

Su palabra es como un veneno que trata de tentar poco a poco a Job, pues el demonio se escurre entre los argumentos aduladores y a la vez humillantes que le hacen. Lo increpan añadiendo sobre él más losas, más cansancio, más decepción, más incertidumbre y al final lo convierten en un desecho irreconocible. Lo comparan con un Rey destronado (v.7-12), con un Padre abandonado (v.13-19), con el hombre desecho (v.20-21); Job ya no es más que el eco de un grito, la sombre de un clamor a lo alto que siente asco de sí mismo (v. 11-16). Es la figura que antecede a Cristo, que será abofeteado por el soladado en casa del Sumo Sacerdote, rodeado de acusadores en un juicio injusto que acaba conduciéndole a la muerte. El Cordero sin mancha que exclama al igual que Job: «Dios mío, dio mío,¿por qué me has abandonado?».

Los amigos no conciben que un inocente sufra, por eso le increpan a que pida perdón y misericordia por sus pecados, en el canto VIII. Sin embargo, a pesar de esas acusaciones, Job entona una alabanza en la que no nombra sus pecados sino la grandeza divina. El canto IX es un Te Deum que empieza describiendo las maravillas del Dios y a partir del v.12 se convierte en las iras de Dios. Job desafía a Dios pidiendo cuentas, en vez de perdón, por la amargura que le produce ver contrastadas las grandezas y las miserias humanas. Job es una columna de sufrimiento que pide hundirse en la oscuridad porque aún no entiende que su sufrimiento puede formar parte de un plan Providente. Al observar el mundo solo ve un Rex Tremendae que le vigila, se cierne sobre él y le hunde.

Muchas veces se ha comparado Job con obras musicales que reflejan el espíritu del libro. La literatura sacra hebrea en sí misma no tiene musicalidad, pero observando que la lectura de Job se da en el Oficio de Difuntos, queda ligada al Réquiem. Es aconsejable para un mayor impacto en los sentidos acompañar la lectura con réquiems de Mozart, Lully, Berlioz, Brahms, Verdi, Salieri, Fauré o Haydn. Por ejemplo, la composición de Mozart crea una sensación portentosa en la que se suple la carencia de armonía y ritmo de la poesía hebraica. En ella se refleja el inicio tétrico y quejumbroso del inicio de Job en el Introito y el Kyrie, a continuación una explosión de desafio y tormenta al son del Dies Irae, el Rex Tremendae o el famosisimo Lacrimosa que Z. Preisner versionó para El árbol de la vida (2011, T. Malick) en honor al fallecido director polaco K. Kieślowski. Y no puedo evitar nombrar la composición de Verdi, en la que el lamento y el alma humana se fusionan en un torbellino que pide la liberación de su sufrimiento, en la Libera me de su Messa da Requiem. No deja de ser sorprendente que la Biblia acoja páginas así, en las que la criatura plantea un pleito contra su Creador, en la que puedes acusar a Quien te sostiene en el ser.

De pronto, Dios responde a las acusaciones. El Creador se abaja al diálogo con la criatura y le pregunta. No necesita responder de forma analítica o lógica con una frase que dé sentido a la pregunta de su siervo fiel que sufre, sino que usa una técnica completamente distinta. Dios hace pasar delante de Job todos los misterios de la creación, sin pausa, durante cuatro capítulos. Como dice E. Boche, Dios «responde a cuestiones morales con la Física», de tal manera que la manifestación se da cuando Job deja de mirar su propio centro y levanta la cabeza.

¿Quién es ese que confunde mis designios pronunciando tales desatinos? Si tienes agallas, cíñete los lomos; te preguntaré y tú me instruirás. ¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Cuéntamelo, si tanto sabes. ¿Quién señaló sus dimensiones (¡seguro que lo sabes!) o le aplicó la cinta de medir? Job 38 2

Increpar a Dios significa mirar hacia arriba, y dejar de mirarse el ombligo; y la injusticia propia se convierte en una alabanza a Dios. Ni una pequeña parte de la creación queda excluida de formar parte de la exuberancia de la belleza divina. Estas palabras son un repaso de las virtudes divinas, de la Sabiduría, la Prudencia, Poder, Inteligencia, Consejo… Todo esto pasando por encima de aquello que habían dicho los acusadores, que hablando en nombre de Dios no habían entendido bien a Dios. Su obra quiebra la concepción de que el sufrimiento es proporcional a las faltas. La manifestación de Dios en la creación no se «impone» a Job violentamente. Narbert llama a este fenómeno «el deseo de Dios», que solo se ve cumplido cuando el Señor se muestra a quienes ama.

Toda la creación es la respuesta a la pregunta del sufrimiento. El Señor mismo proclama su grandeza, es como un Magnificat de Dios. Es la imagen del Dios que canta, que afina la creación en una armoniosa belleza, como Ilúvatar dirigiendo al coro de los Ainur en sl Silmarilion de J.R.R. Tolkien. La vanagloria humana no vale nada frente a la grandeza de Dios, por eso se empequeñece.

Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza. Job 42, 5-6

Si la desesperanza empuja al hombre al polvo, mirar la creación es mirar a Dios, pues está unida a la mirada reconstituyente de la Gracia. Job no intenta entender los motivos de Dios sino convocarle, orar. No deja de orar, aun cuando le busca para luchar contra Él. La similitud entre Job y el Salmo 138 es muy importante, pues en una parte aparece la perseverancia de Job y en la otra la actitud que acaba tomando el alma humana deseosa de fiarse de los planes de Dios. Job dice:

Que me pruebe; yo saldré como el oro. Mi pie siguió siempre sus pasos, guardé siempre su camino. No me he apartado del mandamiento de sus labios. Job 23, 10-12

Señor, Tú me sondeas y me conoces, […] de lejos disciernes mis pensamientos. ¿Adónde iré que me sustraiga a tu espíritu, adónde huiré de tu rostro? Salmo 138, 1-4

Job no desespera, sino que su tristeza le hace solemne y orgulloso y por eso capaz de reconocerse luego pequeño delante de Dios. La creación no es un discurso de racionalismo científico sino que todo el discurso tiene como base la confianza en el amor a la Providencia. Solo podemos entender el sufrimiento convirtiendo la incomprensión en confianza. La historia nos cuenta que la alegría le fue devuelta a Job y sus bienes fueron doblados, pero el mayor sentido de su sufrimiento es el de ser precursor de Cristo. Pues no es una obra sobre la paciencia o el sufrimiento estoico sino sobre la Redención.

A través de sus llagas hemos sido curados. Is 53, 5

Job aún no conoce la fe mesiánica que luego permite a los apóstoles exclamar omnia in bonum, como dice Pablo, «todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8, 28). No hemos de aceptar los males de pena como estoicos; el sentido del sufrimiento tiene la clave en la confianza absoluta en el Corazón amoroso de Jesús, pues todo depende de un plan urdido por la racionalidad de Dios que es superior a la nuestra en inteligencia y caridad (y muchas otras cosas).

Job es el hombre que decide amar aun sintiéndose no-amado, despreciado, olvidado. Perseverar en darle sentido a sus pesares y a la vida de los que le rodean es lo que le convierte en un personaje bíblico tan actual.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.