¿Cuántas veces has remodelado tu casa o tu habitación? Seguramente que al menos una vez en tu vida lo has hecho. Y, ¿cuántas cuaresmas has vivido hasta ahora? Yo no sé, pero estoy seguro que son muchas las veces que has renovado tu recámara, y también es muy probable que ya sepas hacia donde voy con mis palabras.

Todos los años vivimos Cuaresma, eso no tiene nada de novedoso. A diferencia del Adviento o de la Navidad, creo que a muchos no nos emociona tanto esta temporada. Pero verdaderamente, los 40 días que vivimos cada año, ¡son un regalo maravilloso!

Te diré porqué: Porque día a día nos especializamos más en culpabilizarnos de todo; nos decimos tantas cosas cuando no logramos las cosas buenas que nos proponemos. Es como si en lugar de caminar hacia nuestros objetivos, realmente nos estuviéramos arrastrando por ellos, y simplemente no salen las cosas e incluso terminamos haciendo cosas que no queremos. Ya lo dijo San Pablo, y si lo dijo es porque seguramente a él también le pasó muchísimas veces: Tengo como una ley de muerte, porque no hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero (Romanos 7, 14-21).

A causa de esto, caemos en la creencia de que hasta que no seamos mejores no podremos avanzar como queremos, pero, también dice el salmo 115: Correré por el camino de tus mandatos no cuando me des un corazón más grande, sino cuando ensanches mi corazón.

Volvamos por lo pronto a nuestra habitación, la del interior. La clave en la Cuaresma no es tanto hacer cosas, sino quitar cosas. Es decir, el proceso de purificación implica indiscutiblemente desechar, limpiarse, ser más ligero.   ¿Y qué es lo que tenemos que quitarnos? Evidentemente, todo lo que nos obliga a arrastrarnos.

En la Cuaresma se tiene que limpiar más intensamente el corazón, ponerlo en orden, de la misma forma que cuando decidimos renovar nuestro espacio. Tiramos lo innecesario porque queremos tener más espacio, más luz, más orden, más paz; un lugar más agradable.

El proceso de tirar lo que no sirve es inevitable. Y para nuestro corazón tiene muchísimo sentido: ¿dónde puede entrar Dios si nuestro espacio ya está lleno? Si no queremos tirar nada seguramente vamos a querer un corazón más grande para esto. Y por otro lado, ¿por qué le daríamos un espacio tan pequeño a Dios si lo amamos tanto? Lo lógico sería que ocupara todo nuestro espacio.

Resulta curioso, y un tanto paradójico, que cuando nos deshacemos de cosas innecesarias nuestro entorno nos parece, incluso, más grande, y vivimos esa felicidad de un dos por uno. Pero por increíble que parezca, es cierto. Solo quitando cosas se puede agrandar el espacio, como si se hubiese “ensanchado”. Es lo mismo con nuestro corazón. De eso se trata la cuaresma. Pero ¡qué complicado puede ser deshacernos de las cargas que nos asfixian! Bueno, para ese tema tenemos que esforzarnos en reconocer qué es lo que nos está aplastando, qué es lo que no nos está dejando subir, y para eso la oración, la limosna y el ayuno son lo único que nos entrenará para fortalecer la voluntad.

Sin embargo, aquí el punto importante es la actitud. Pero, ¿cómo es posible tener una optimista actitud de rechazo hacia todo eso que gusta tanto? Sonaría hasta insensato con nuestras fuerzas, que todavía están débiles.

El Papa Francisco en su mensaje para la cuaresma dice algo muy bonito, que le da todo el sentido a la actitud, y es la experiencia de la montaña. Tuve la oportunidad, hace no mucho tiempo, de subir un “cerro” como decimos en México, llamado “La Estanzuela”, en Monterrey, Nuevo León, y la única forma de poder llegar hasta la cima era siempre mirando, ¡hacia arriba!

Lo que quiero decir con esto, es que al hacer nuestras mortificaciones, limosnas y ayunos, debemos hacerlas mirando siempre hacia lo alto, porque, en efecto, estamos subiendo una montaña, y nos está costando el ascenso. Pero esto no es todo, la actitud se encuentra en la mentalidad del montañista. La atracción por el senderismo y el alpinismo radica en querer llegar hasta lo alto, en querer apreciar el enorme horizonte desde la cima. Y quién quiere ver eso, espera dificultades para subir, cansancio, frío, calor, pero ¿sabes?, esa persona espera todo eso con gusto. Se prepara y quiere sufrir todo, porque la cima lo vale todo. Si ahora te encuentras haciendo ayuno y te está angustiando, es porque probablemente buscas subir pero sigues mirando hacia abajo al ascender. Cualquiera que sea tu mortificación, por pequeña que sea, no la hagas con tristeza, mirando por donde la has dejado, que, en efecto, es abajo.

Déjala ahí donde tenías comodidad, y sigue subiendo el Tabor; ten espíritu de montañista y no te rindas, recuerda que Pedro, Santiago y Juan, subieron juntos con Jesús a ese monte, el monte Tabor, por lo tanto tú no estás subiendo solo.

Libérate de lo que no te sirva: de lo material, del ruido, de lo banal y quédate solo con lo importante. Busca lo más alto, deja el peso de la mediocridad y de la comodidad, para que el camino de la ascesis sea gratificante. La Pascua sin duda alguna llegará, pero para llegar a la meta hay que confiar en el proceso. Confía y sigue subiendo, que hasta lo más alto se encuentra el bellísimo orden de Dios.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.