La vida es un proceso, desde el día en que nacimos hasta hoy vamos creciendo, conociendo y aprendiendo un poco de todo lo que nos rodea: de Dios, de los demás y de nosotros mismos. 

Es normal decir que en el camino nos hemos sentido carentes de algo en varios momentos; imperfectos, en situaciones en donde sabemos interiormente que, si “hubiéramos sido mejores o hubiéramos tenido esta capacidad o esta habilidad” habríamos dado una mejor respuesta.

Esos momentos de dolor y frustración forman heridas, comenzamos a menospreciarnos por no poder ser tan buenos como los demás, y hasta podemos correr el riesgo de castigarnos, de hacernos esclavos de la tristeza y de la depresión.

Me atrevo a decir, que todos pasamos por algún momento en donde nos hizo falta algo; así sea valentía, voluntad, entrega o sacrificio, esas faltas nos hacen oprimirnos el corazón con demasiada fuerza. Por otra parte, en el exterior, también nos hemos entristecido por sentirnos carentes de algo: belleza, altura o complexión física, por ejemplo; y aún en el caso de carecer de alguno de nuestros cinco sentidos o de alguna parte de nuestro cuerpo, la sensación de tristeza se hace presente dentro de nosotros.

Este sentimiento, inevitable en esas situaciones, aunque es cierto que nos aprisiona en una celda de tristeza, también -al mismo tiempo- nos posiciona en el camino que valientemente debemos recorrer si queremos salir de nuestro propio encierro y disfrutar libres y auténticos.

El sacerdote Jaques Philippe, en su libro “La libertad interior” nos describe un proceso de tres partes por las cuales pasamos cuando el rechazo hacia nosotros mismos nos empieza a quitar el amor propio y el amor de Dios.

La primera parte de este proceso, es la “rebelión”. Cuando algo nos desagrada de nosotros mismos o de cualquier otra situación, surge el comportamiento de la contrariedad. Es el punto de no aceptar que las cosas estén siendo de la forma en que están sucediendo. 

Es una reacción espontánea que surge con ansiedad, desesperación y frustración, y estas emociones pueden generar mal sobre otro mal. Con la rebelión rechazamos lo que es real pero aún peor, con ella no resolvemos nada. Es solo un primer paso.

La resignación es lo que sucede después de la rebelión. Pero es una etapa estéril, inerte. En un principio, puede ser un avance, dado que ahora existe una actitud menos agresiva y un poco más realista, pero es una etapa que carece de toda esperanza, por eso es un estado estéril; permanecer en ella es una declaración de impotencia, la cual debemos sobreponer y superar prontamente.

La tercera etapa, es la de la aceptación. Con esta actitud, a comparación de las anteriores, existe una disposición diferente, nos lleva a decir “sí”, a una realidad que nos parece negativa en un primer instante, pero que, al aceptarla, también aceptamos la esperanza de que algo bueno saldrá de esta realidad. Nos motiva al futuro cambio.

Es increíble ver las cosas buenas que salen a raíz de esta actitud. Primeramente aceptamos la realidad, y muchas veces esa realidad somos nosotros, que a pesar de nuestros fallos, reconocemos que hay un amor más grande y que es para todos nosotros. Lo que hizo esta diferencia entre los estados de rebeldía y resignación con la aceptación, es la actitud del corazón, pues inclusive; aunque la realidad de mi entorno no varíe, dentro del corazón si están cambiando las cosas para bien.

El amor es tan poderoso que sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que hay en mí. Santa Teresita de Liseux

Esta aceptación de la realidad, enriquece -aunque sea en una pequeñísima cantidad- las tres virtudes teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad. 

Este proceso, me gusta entenderlo como el momento en el que la Virgen María dijo “Hágase en mí, según tu palabra” (Cfr Lc 1, 38). Cuando como ella, aceptamos la realidad,  también aceptamos los planes de Dios en nosotros y le damos nuestro FIAT al Padre, diciendo sí a nuestra realidad, a nuestra vocación, a nuestra existencia y misión aquí en la tierra.

Aceptar las miserias que podemos tener, es confiar en Dios, es aceptarnos de la forma tal cual somos y eso, ya es un acto de amor.

El camino por recorrer para entender totalmente la aceptación que tiene Dios con nosotros es bastante arduo, pero hay algo muy importante, y es que muchas veces podríamos resistirnos a esta aceptación; en los momentos de debilidad, podríamos volver a caer en la resignación o nuevamente en la rebeldía, para ello, es muy importante tomar en cuenta el papel de Dios en nosotros y la acción del Espíritu Santo. 

Primero, tenemos que reconocer; tenemos que aceptar, que lo más importante en la vida, no es tanto lo que nosotros podamos hacer; sino la cabida que le podamos dar a la belleza de la acción de Dios. En otras palabras, el crecimiento espiritual nunca se dará por mi esfuerzo propio; ya sea con reflexiones, lecturas y acciones, si en todo ello no está la disposición de dejar hacer a Dios su acción en mí. Podríamos conocer mucho, pero realmente no estaríamos comprendiendo nada.

Entonces, con el “sí” a nuestra persona y a nuestra realidad también aceptamos que Dios, es un Padre realista, la belleza de su gracia no va a actuar sobre lo imaginario, lo ideal o lo soñado; sino en lo real y lo concreto de nuestra existencia, pues no existirá ningún otro escenario en el que pueda dejarme tocar por la Gracia de Dios si no es éste que estamos viviendo.

Sabemos que Dios nos ama, pero al igual que un padre de familia, Dios, busca el encuentro de sus hijos, pero no busca el encuentro con el hijo que a mí me gustaría ser o el que debería de ser, sino sencillamente quiere el encuentro con el hijo que soy. Pues, Dios Padre, no va a buscar seres imaginarios o ficticios, sino reales, concretos, que existen y que están aquí y ahora.

A Dios no le interesan piezas perfectas de colección, sino nosotros, pecadores e imperfectos como somos, para hacernos cada vez más, un poco más perfectos como Él.

Podemos estar perdiendo el tiempo si solo pensamos en nosotros, en nuestras incapacidades. En la vida espiritual, es muy a menudo que esto suceda, llegamos a pensar mucho en que no somos lo suficiente o que estamos lisiados en el interior y eso no limita, la realidad con esto es, que de estas maneras solo estamos retrasando el actuar del Espíritu Santo en nosotros. 

Pensar con demasía que a causa de nuestros pecados actuales, la Gracia no puede estar en nosotros y el quedarse con ese pensamiento es un gnosticismo peligroso (Cfr Gaudete Exsultate, Num 36), cuando lo que realmente nos impide recibir la Gracia es nuestra debilidad, la cual no hemos aceptado.

Entonces, si no reconocemos esas debilidades, aquél suceso que nos marcó o aquella caída que tuvimos y nos hirió, indirectamente estamos haciendo estéril la acción del Espíritu Santo. Pues el Espíritu nunca va obrar sin la colaboración de nuestra libertad. Y como dice el padre Jaques Philippe: “si no me acepto como soy, impido que el Espíritu Santo me haga mejor”. 

De forma análoga, es lo mismo en las relaciones con los demás, es necesario aceptar a las personas como son, si no lo logro, también estaría impidiendo la acción del Espíritu Santo en mi relación con ellos.

Si bien se habló mucho de la importancia de la aceptación de la realidad, pues sin ella nuestras actitudes resultan estériles, el mensaje más importante es dejar lugar a la esperanza de que, con ayuda de Dios, podemos mejorar, pero esto solo será posible si antes nos hemos aceptado. 

Pues en la miseria y en la necesidad es cuando reconocemos que solos no podemos. En la carencia económica es como habitualmente lo vemos más, y el pensamiento de que alguien nos ayude se convierte en nuestra esperanza para vivir un día más.

Con nuestra alma pasa igual, si no reconocemos nuestra pobreza poco podremos hacer por nosotros. Jesús bien lo dijo en el Sermón de la montaña, en una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Cfr. Mt 5, 3). Buscar la ayuda de Dios, en el Espíritu Santo, es lo que nos salvará de nuestra situación y por eso es que sólo acudiendo a Él podremos encontrar vida en Él, en el Reino de los Cielos, acogiendo con esperanza, su Santa Voluntad.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.