La Palabra de Dios es sabia, y la Sabiduría por excelencia dejará en nuestras mentes una luz nueva y en nuestro corazón una llama renovada y ardiente de vida.

La vida terrenal es la puesta en escena de muchas batallas que libramos día con día, y lo cierto es que hay personas que consiguen la victoria, pero también hay muchas otras que siguen en la lucha por ganar al menos una batalla. Y piensan que difícilmente podrán lograrlo.

Los tiempos hostiles de la vida son parte del crecimiento personal de todos. Pueden parecer un laberinto sin fin o un cuento de nunca acabar, plagado de sufrimientos, llantos, enojos y frustraciones.

Incluso pueden llevarnos a sentir soledad y desesperanza. Nos llevan a preguntarnos, ¿qué he hecho para merecer esto? ¿Por qué mis problemas no se terminan? ¿Qué sucederá el día de mañana? Tantas preguntas, que pueden hacernos hasta dudar de Dios.

Yo te invoco, Señor, Tú eres mi Roca, no te quedes callado, porque si no me respondes, seré como los que bajan al sepulcro. Sal 28, 1 

Por todos los pesares que los tiempos hostiles pueden provocar, es preciso buscar ayuda. Y esta sin duda alguna se encuentra en Cristo.

Cierto es que no resulta sencillo encontrar a Dios en los momentos difíciles de la vida, pero en las maneras de buscarlo encontraremos la vía para sobrellevar los problemas.

La clave es recordar y meditar siempre la humanidad de Cristo y ayudarnos con los sentidos para reconocer su presencia en nosotros.

Por naturaleza, podemos apreciar mejor las cosas si estas se perciben a través de nuestros sentidos. La Iglesia hoy tiene una gran variedad de signos y maneras por la cuales podemos entrar en sintonía con Dios. 

Por eso el rezo del Santo Rosario, la lectura de la Palabra de Dios y las imágenes, las velas y sacramentales como el agua bendita son herramientas que nos ayudan en todo momento para entrar en una cercanía más estrecha con Cristo cuando nos disponemos a orar.

Y, habiendo entrando en oración, meditar la humanidad de Jesucristo nos lleva a contemplar la belleza de sus dos naturalezas: la humana y la divina. Y consecuentemente nos recuerda que nosotros somos humanos como Él y que estamos en el camino para alcanzar un estado divinizado.

No podemos de dejar de buscar y mirar a Cristo y a su doctrina si deseamos llegar a la Tierra Prometida. Y esto en tiempos difíciles nos trae paz para volver a pensar claramente el problema que debemos de enfrentar.

Oye la voz de mi plegaria, cuando clamo hacia ti, cuando elevo mis manos hacia tu Santuario. Sal 28, 2

Todos sufrimos de acuerdo a nuestro contexto histórico, social y económico, todos llevamos una carga incómoda que nos puede llevar a la desesperación, Cristo no fue exento de esto. Sin embargo, hay cargas más pesadas que otras y sin duda alguna el gran peso que llevó Jesús a sus espaldas fue enorme; al llevar consigo la misión de la Salvación de la humanidad.

Del mismo modo, nosotros también llevamos una misión que nos llevará a Dios, lo glorificará y a nosotros nos hará santos, pero el camino no siempre será fácil; ello no tiene porque desanimarnos, pues la recompensa del trabajo hecho en esta vida será mayor que cualquier recompensa material.

Eventualmente, tendremos momentos de paz y bienestar, y también serán momentos para estar con Dios; pero no debemos olvidar que en la tormenta en Él está la calma y todos podemos poner nuestras aflicciones en Cristo, y con ello entrar en esa calma que nos recuerda la belleza del Reino de Dios.

También es un hecho que podemos sentir la misión de Jesús tan grande que desvalorizamos la nuestra. Y para este tipo de pensamientos volvemos de nueva cuenta a la sabiduría de la Palabra de Dios mirando cómo era el comportamiento de los apóstoles después de que Cristo murió y resucitó.

Los doce apóstoles son la representación de toda la humanidad frágil, con miedo y angustia por sentirse con desesperanza, pero al mismo tiempo son los protagonistas de llevar la Buena Nueva a todo el mundo. Y el alimento de su Fe fue Cristo vivo.

Los discípulos de Jesús se escondieron de los judíos por temor a ser aprehendidos (Cfr. Jn 20, 19-20), se lamentaban camino a Emaús por su muerte (Cfr. Lc 24,13-24) y no creyeron hasta tocar las heridas de sus manos y sus costados (Cfr. Jn 20, 24-25); mas después de vencer su miedo creyendo totalmente en su resurrección, no dudaron nunca en dar la vida por Él.

La misión de los apóstoles fue dar a conocer a Jesucristo, pero cada uno tuvo un panorama distinto; ello no le quitó valor alguno a su labor y del mismo modo, nosotros tenemos todos una misión distinta, pero todas tienen el mismo fin, el cual, no importando el contexto en el que se viva: nos llevan a la Casa del Padre.

Los problemas son sucesos que parecen interminables; hoy en día existen como lo han hecho años atrás y seguirán existiendo más adelante. La fortaleza en nosotros ante estos panoramas se encuentra viva.

Dentro del corazón no nos debe importar el escenario que esté aconteciendo, las crisis que hoy nos pueden tocar tienen un cimiento firme en la roca de Cristo y la belleza de la vida puede verse a través de Él, aunque ese escenario no sea el más colorido.

Las dudas ante los tiempos hostiles podrán seguir surgiendo y para ello aquí tienes un par de artículos que pueden ayudarte a entender de mejor manera y desde otras perspectivas, mirando el dolor desde la perspectiva de la Virgen María y con un vistazo acerca del amor a Dios sobre todas las cosas.

Lo importante en nuestra vida, en nuestra misión, es no dudar de Dios, y de cuánto nos ama. Esto nos ayudará siempre a tener confianza; a buscarlo siempre, para encontrarlo siempre en nuevos lugares. Y vivir con Cristo aun en tiempos hostiles.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.