Este mundo nos apresura, nos obliga a ir rápido para seguirle el paso a la atolondrada vida social y comercial. Todo es ruido, los silencios se llenan con música que ni siquiera escuchamos, pero está ahí para llenar el vacío, para distraer el pensamiento. Todo en este mundo nos lleva a evitar el silencio porque en el silencio las cosas cobran su propio valor.

Es importante aprender a hacer silencio, y acallar el mundo por unos minutos al día, porque cuando todo se silencia aparece la música oculta de las cosas, que refleja su belleza profunda. Cuando se hace silencio, la voz profunda de Dios se escucha en la conciencia devolviéndole el sentido a todo, ordenándolo todo.

Para el cristiano, el silencio es un deber y sobre todo una necesidad. No podemos vivir siempre en el ruido superficial del mundo, porque como aconteció en la historia del profeta Elías:

Dios estaba en el rumor de una brisa suave.

1 Reyes 19, 12

y aquel solo logró escucharlo cuando se fue al desierto y permaneció en sigilo; entonces Su voz, que resuena cuando no hay rumor o ruido alguno, le marcó el camino. Necesitamos vivir escuchando y siguiendo la voz de Dios, por lo que necesitamos vivir en el silencio.

En este tiempo de cuaresma, donde la Iglesia nos invita nuevamente a ir al desierto con Jesús, a prepararnos para la misión, para la pasión, para la Pascua, los quiero invitar a reflexionar sobre el lugar del silencio en nuestras vidas. La cualidad propia del desierto es que solo se escucha el rumor del viento, y es solo ahí donde el hombre se encuentra desprovisto, y en un mutismo profundo e inquebrantable. Cuando se encuentra consigo mismo y con Dios, es el lugar propicio para la conversión, para la felicidad.

Si huimos constantemente del silencio no es porque siempre tengamos algo que escuchar; es, mejor dicho, porque hay algo que no queremos escuchar y que nuestro corazón nos está gritando. Hay algo en la conciencia que queremos callar…

En la música, el silencio tiene su propio espacio en el pentagrama, su propia forma de señalarse, porque los músicos entienden que para darle sentido al sonido, y armonía a toda la obra, hace falta darle lugar al silencio. La belleza de la música se construye con las notas y las pausas.

Esta es la belleza del silencio, hace profundo lo superficial, da sentido, otorga importancia.

Hacer silencio para escuchar Su voz, la música, la vida, el secreto, la conciencia. Hacer silencio para encontrar la Verdad, esa que “nos hará libres” (Juan 8 31-38), libres de la esclavitud moderna que nos condena a la superficialidad, a la irreflexión, al atolondramiento, al sin sentido y el hastío.

El silencio no es solo para las monjas o sacerdotes; el laico también puede y debe hacer silencio en medio de sus preocupaciones diarias. Cuanto más metidos en el mundo estemos, por nuestro trabajo, el estudio o lo que sea, más silencio necesitamos para dejarnos guiar constantemente por la voz de Dios.

Muchas veces, ni siquiera hace falta encontrarse en un lugar sin ruido para hacer silencio, pues este es una profunda disposición del espíritu a escuchar lo que sucede. Se puede hacer silencio en el tren, en la calle, en un bar. Cuando el hombre se dispone a escuchar lo que realmente pasa, en vez de imponer su propia mentira o quedarse en la fachada, en la superficie de las cosas, entonces se sume en el silencio del espíritu donde se escucha la dulce música del sentido profundo de las cosas.

Santiago Rodriguez Barnes

Publica desde febrero de 2022

Soy un joven católico y Argentino, estudiante de Letras y Filosofía. Actualmente soy miembro de un movimiento de la Iglesia llamado FASTA que se dedica a la evangelización de la familia, la cultura y la juventud.