Como joven he experimentado muchos problemas y de seguro también te ha pasado. Últimamente he estado reflexionando y me he dado cuenta de que pasaba demasiado tiempo pensando en el pasado y en el futuro.

Me preguntaba por qué estaba constantemente inquieto y por qué me hacía falta paz interior y alegría, pero la respuesta estaba justo delante de mí, de manera insospechable. Se llama el momento presente.

Una de las razones por las que a veces perdemos los regalos que el Señor quiere darnos cada día es porque a menudo no vivimos el momento presente y desaprovechamos la belleza del vivir aquí y ahora. Pero examinemos la experiencia interior de vivir en el pasado y en el futuro y veamos qué fruto da en nuestras vidas.

¿Qué sucede cuando nos detenemos a pensar en el pasado y le damos importancia, no a los buenos recuerdos, sino a nuestro pasado negativo? Sentimos arrepentimiento por las acciones pasadas; experimentamos resentimiento hacia una persona o personas; nos detenemos en nuestras heridas o en nuestros fracasos. Arrepentimiento, resentimiento, dolor y fracaso. No es exactamente una buena manera de vivir el día.

¿Qué pasa cuando vivimos preocupados por el futuro? Experimentamos miedo a lo desconocido o a lo que puede ser; nos preocupamos por cómo pueden resultar los eventos; conjuramos escenarios que nos causan gran ansiedad. Miedo, preocupación y ansiedad. De nuevo, no es una buena manera de vivir el día.

No es de extrañar que la gente que vive en el pasado y que vive en el futuro no experimente la paz y la alegría que el Señor quiere darles en el momento presente. El pasado se ha ido; el futuro no está aquí; y es irracional gastar nuestra energía mental en cosas que nos causan tal confusión interior. Vivir en el pasado y en el futuro es una prueba de nuestra falta de confianza en Dios: falta de confianza en su misericordia por nuestro pasado y falta de confianza en su amoroso cuidado por nuestro futuro.

Entonces, ¿qué dice Jesús sobre todo esto?

En cuanto al pasado: “Tus pecados quedan perdonados” (Lucas 7, 48).

En cuanto al futuro: “Por tanto, no se preocupen por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo 6, 34).

Dios vive en el presente eterno. Cuando el Señor se reveló a sí mismo y su nombre a Moisés, dijo: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3, 14). El Señor no dijo, “Yo era el que era” o “Yo seré el que será”. Fue muy claro al decir “Yo Soy”. Tenemos que aprender a vivir con el Señor donde Él está, en el presente.

El mayor beneficio de vivir el presente es la paz que trae. No hay arrepentimientos, se disfruta la belleza del mundo que nos rodea, sólo vivir en el momento presente con el “Yo Soy”. Además, experimentamos más gratitud, porque nos hacemos muy conscientes de la presencia de Dios y de cómo actúa en nuestras vidas cada día.

Vivir en el presente nos ayuda a estar plenamente enfocados en el “hoy y ahora”, y a ver a Cristo en las personas con las que convivimos cada día. Por último, vivir en el presente en realidad beneficia nuestro futuro porque al permanecer enfocados en los aspectos más importantes de nuestras vidas estaremos bien preparados para lo que nos traiga el futuro.

Ciertamente no vamos a ser perfectos y habrá tribulaciones; pero al menos podemos entrenarnos para volver al momento presente cuando nos encontremos escuchando las voces del pasado y del futuro. Vivir el presente no significa negar la existencia de preocupaciones o el olvido de ellas, de hecho, la ventaja es tener más enfoque en solventarlos.

Yo estoy desarrollando un hábito para disfrutar del momento presente pasando al menos 10 o 15 minutos diarios en oración silenciosa, morando con el Señor que vive en el presente eterno y como un beneficio adicional, me ha ayudado a ser más agradecido con los bienes que tengo. Después de todo, es el Señor quien dijo, “Desistan y reconozcan que yo soy Dios” (Salmo 46, 11). Si podemos aprender a estar quietos en la oración cada día, esa quietud eventualmente comenzará a impregnar las otras horas de nuestro día y nos mostrará la belleza interior en nuestros corazones.

Permanecer presente en el momento que Dios da es una forma simple pero radical para que incluso los pequeños, como tú y yo, evangelicemos a pasos de bebé y en oración, nos hagamos santos en el camino. A medida que avanzamos, Jesús viene con nosotros, proclama y se alimenta a través de nosotros; cura nuestro propio quebrantamiento y pecado a lo largo del camino. Por el poder de Jesús, lo poco que podemos hacer se convierte en la gracia que evangeliza el mundo, incluso cuando cura nuestras propias almas.

Abner Xocop Chacach

Publica desde septiembre de 2019

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Joven guatemalteco estudiante de Computer Science. Soy mariano de corazón. Me gusta ver la vida de una manera alegre y positiva. Sin duda, Dios ha llenado de bendiciones mi vida.