Si sigues #metas en las redes sociales, los resultados más altos son sobre relaciones, estado físico y posesiones materiales. No digo que esforzarse por tener relaciones sanas, un cuerpo sano, o tener cosas buenas sea malo. Sin embargo, es importante que las metas que nos propongamos sean alcanzables y sabias.

Los objetivos revelan un propósito. Cuando hacemos las cosas a propósito, normalmente es porque tenemos intenciones completas detrás de nuestras acciones , que deliberadamente elegimos hacer algo.

Entonces, ¿Qué significa encontrar un propósito en la vida? Significa que cada día, nos despertamos con la plena motivación de ser completamente conscientes de cada acción, sabiendo que cada decisión conduce intencionadamente a otra.

Esto parece un poco diferente para cada uno, pero para un católico, incluye algo más específico espiritualmente, algo “no de este mundo”.

Esta meta es el Cielo.

La realidad del Cielo nos recuerda que hay algo más en la vida que lo que tenemos aquí en la tierra, que tenemos razones para esperar la alegría eterna. El hecho de que Dios haya creado un hogar eterno lleno de belleza, sin caos ni odio hacia nosotros, revela que no nos ha olvidado. Nos dice que Él anhela estar con su creación, con sus hijos, para siempre.

Todos deseamos el Cielo, incluso si no lo nombramos así. Sé que algunas personas prefieren no creer en “cosas místicas” principalmente por miedo, dudas sobre la indignidad, o simplemente porque están demasiado ocupados con la “realidad”. Pero lo cierto es que fuimos creados para el Cielo. Además, ¿Quién no quiere experimentar el descanso, la paz, la esperanza, la alegría y la certeza de ser amado? No puedo pensar en nadie.

Verán su rostro y llevarán su nombre grabado en la frente. Ya no habrá noche: no tienen necesidad de luz de lámparas ni de la luz del sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 22, 4-5)

Esta visión del Cielo nos llama a salir de nuestra sala de espera y entrar en la luz. No es sólo un relato profético de nuestra plena comunión con el Señor, sino una invitación a buscarlo durante esta vida. Porque Él compartió nuestra humanidad y soportó el peso de nuestros pecados, estamos invitados a unirnos a Él, incluso en nuestra ruptura, a través de la gracia que recibimos en los sacramentos. El poder de la resurrección nos concede los frutos de la redención, y nos invita a mirar su rostro ahora mismo, especialmente en la Eucaristía.

La belleza de nuestra fe, nos da la oportunidad de vivir en profunda intimidad con el Señor cuando lo recibimos en la misa. La Eucaristía nos permite unirnos al Reino de los Cielos y anticipar la alegría que vendrá en la vida eterna. Esta gracia que recibimos es sólo un vislumbre de lo que está por venir, pero nos capacita para compartir la bondad del Señor en nuestras vidas ordinarias.

En el Evangelio de Mateo, Jesús nos presenta la parábola del banquete de bodas. En ella, un rey dice: “Id, pues, a los caminos e invitad a la fiesta de bodas a cuantos encontréis” (Mateo 22, 9). Gente de todo tipo viene a la celebración, pero el rey se fijó en un hombre que no estaba vestido con un traje de boda. Debido a esto, el hombre fue arrojado a las tinieblas (Mateo 22, 13).

En nuestras propias vidas, a veces tememos a Dios porque sentimos que nos echará por no estar vestidos adecuadamente para la ocasión. Pero hay buenas noticias; es el propósito de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Mientras Jesús estaba en la tierra, nos mostró cómo estar “vestidos espiritualmente” por así decirlo, para la gran fiesta. Vino a reconciliarnos con Dios, para que pudiéramos conocer el amor de Dios.

Una vez que reconocemos que tenemos un deseo de Cielo, y aceptamos la invitación de Jesús a conformarnos con el camino del Cielo, también reconocemos el deseo de compartir la belleza de este regalo con los demás. En Mateo 28, 19 Jesús nos pide dos cosas cuando dice: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Primero, debemos estar dispuestos a invitar a otros a ser también seguidores de Cristo. Uno de mis mejores amigos lo dice así: “Simplemente estoy invitando a la gente a subir al barco y diciéndoles que empiecen a remar”. Hacemos esto viviendo como testigos de Cristo. Compartimos cómo el Señor ha cambiado nuestra vida para mejor, dándole propósito y esperanza, y llevándonos a la eternidad con Él.

En segundo lugar, estamos llamados a llevar a otros al sacramento del Bautismo. Esto significa que nos volvemos creativos en la forma de verter la Trinidad en la vida de los demás por nuestras palabras y acciones. La Trinidad es una comunidad de amor, y así la forma en que amamos, atrae a los demás hacia el amor de Dios o los aleja de Él.

El objetivo del Cielo se hace realidad hoy. Cada mañana, comienza tu día volviéndote al Señor en oración, diciendo: “Señor, ayúdame a mí y a los que me rodean a acercarme al Cielo hoy”. Encuentra maneras de compartir la bondad del Señor con la gente que te rodea, ya sea tu familia, amigos, o incluso algunos extraños que puedas encontrar. Elige hacer del Cielo una realidad en la tierra creando espacios de descanso, paz, alegría y unidad de la manera que puedas.

El Cielo es una realidad profunda para nosotros como cristianos y, como resultado, nuestros corazones deben estar siempre abiertos para recibir la gracia que necesitamos para alcanzar la plenitud que ofrece. Todos compartimos la vocación común de convertirnos en santos. Por esta razón, tenemos que considerar el Cielo como algo más que un pensamiento posterior o un destino final, sino como nuestro verdadero hogar y nuestra total realización.

Fuimos hechos para el Cielo y todo lo que hacemos, todo lo que soportamos, y todo lo que creemos sobre nosotros mismos debería señalarnos hacia allí.

Abner Xocop Chacach

Publica desde septiembre de 2019

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Joven guatemalteco estudiante de Computer Science. Soy mariano de corazón. Me gusta ver la vida de una manera alegre y positiva. Sin duda, Dios ha llenado de bendiciones mi vida.