Es muy probable que a lo largo de la vida de fe, podamos haber escuchado la palabra: “Misericordia”, y también es probable que la hayamos escuchado en contextos tanto positivos como negativos y muy mal utilizada. Sin embargo es necesario que podamos comprender la belleza real de la Misericordia, la real que viene del Señor y nos abraza.

La palabra misericordia, etimológicamente tiene su origen en dos palabras en latín: “miserere” qué significa: compasión, y “cordis” qué significa corazón. Ser misericordioso significa en sí tener corazón compasivo. La misericordia, es la manera más plena de manifestar el amor. Dios es el ejemplo de misericordia, pues siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar y renovar. Sin embargo, esto no viene solo. La Misericordia de Dios, siempre está disponible para todo el que la necesite, para todo el que con un corazón contrito la pida, pero requiere un sacrificio por nuestra parte y un anhelo de penitencia y reparación de nuestras faltas. No es Misericordia, si no nos esforzamos.

Di a los pecadores que ninguno escapará de Mis manos. Si huyen de mi corazón misericordioso, caerán en mis manos justas. Di a los pecadores que siempre los espero, escucho atentamente el latir de sus corazones cuando latirán para Mí. Diario 1728, Santa Faustina Kowalska 

Es importante entender la belleza de la misericordia, que cuando te alcanza no te suelta. Es importante acogerla no por miedo, como último recurso ante la dureza de nuestro corazón, si no por virtud, por un deseo ardiente dentro de nosotros de amar más a Dios. Que no queramos ofender más su corazón infinitamente misericordioso, que está tan lastimado. ¿Cómo podemos acoger esa misericordia del Señor?

Bienvenida tú misericordia 

Para poder experimentar la misericordia del Señor, él solo nos pide una cosa: Ser misericordiosos como él lo ha sido con nosotros. Amar como él nos ha amado, llevar a todos el mensaje de la misericordia, predicarles a todos que sí, que el Señor es misericordioso, que sí, el Señor nos puede alimentar y dar vida nueva, que él nos puede perdonar, puede olvidar, puede renovar, pero que necesita de nuestro esfuerzo, de nuestro granito de arena. Nadie se sana si no quiere. Si te haces una herida, y vas donde el doctor a que te sane pero luego vuelves a hacerte la misma herida, no puedes decir que es el doctor quien es malo y que no hizo bien su trabajo. Eres tú que no te cuidaste. Así el Señor nos sana con su misericordia y nos abraza, pero también nos dice: “Veté y no peques más”. Es necesario nuestro esfuerzo con la misericordia del Señor. Que podamos abrirle los brazos y acogernos a él, llevándole a los demás.

La misericordia divina es una gran luz de amor y de ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros pecados. Papa Francisco 

Luchemos entonces por acoger la misericordia de Dios como un don del Señor, no como una sombrilla bajo el aguacero, si no como una brisa que refresca nuestra vida, para que podamos así alcanzar la meta en nuestras vidas de la Santidad.

Diego Esquivel

Publica desde octubre de 2020

Soy Licenciado en Fotografía, Misionero de Corazón Puro Internacional. Camino por todo el mundo, capturando la belleza de Dios.