¿Has observado lo que está pasando? ¿Sos consciente de la belleza de este momento? ¿Qué estarán pensando? ¿No había otra opción?  Son muchas las preguntas que surgen a raíz del momento de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, son muchos los “¿por qué?” que pasan por nuestra mente al contemplar esta escena.

Jesús viene de recorrer un camino arduo, difícil, muy difícil… ha pasado por momentos de burlas, de golpizas, de latigazos, de que lo escupieran y lo siguieran denigrando, a caminar con una cruz a cuestas, la Cruz, para ser clavado en ella por toda la humanidad.

Llegado el momento colocan a Jesús arriba del madero y los soldados lo clavan en él. Jesús solo miraba el cielo y sufría los dolores de la carne. Sucesivamente el madero es levantado. Jesús logra elevar la mirada y ve que junto a la cruz estaban María mujer de Cleofás, y María Magdalena, y más adelante, debajo de sus pies, estaban María, su Madre, y Juan el discípulo amado.

El Señor dirigió a su Madre unas palabras que han tenido y tendrán mucha trascendencia en la vida personal de cada hombre, de cada uno de nosotros: “Mujer, aquí tienes a tu hijo” luego dice al discípulo: “Hijo, aquí tienes a tu Madre” (Jn 19, 26-27).

Emociona ver a Cristo olvidado de sí: de sus sufrimientos, de su soledad. Conmueve el inmenso amor a su Madre. Emociona la belleza del gesto de Jesús para con todos los hombres, buenos y malos, representados en Juan. Nos da a su Madre como Madre Nuestra y Él nos mira a cada uno y nos dice: “Hijo, aquí tienes a tu Madre, cuídala, respétala, trátala bien, aprovecha este regalo que te dejo, este don inefable.

¡Cómo haríamos para estar junto a la Cruz si no estuviera Ella primero y nos mostrara el lugar donde tenemos que estar para salvarnos! ¡Cómo haríamos para saber estar junto a la Cruz, si Ella no nos mostrara primero cómo hay que estar junto a la Cruz, con esa silenciosa fortaleza de espíritu participando del dolor del Crucificado! Fr. Dr. Aníbal E. Fosbery, Reflexiones sobre textos del Evangelio de San Juan

María se unió íntimamente a su sacrificio, un sacrificio que implicaba seguir guardando cosas en su corazón (cfr. Lc 2,19). Jesús en sus últimos suspiros, le otorga una misión a Su Madre: “Ahí tienes a tu hijo”. Estas palabras de Jesús provocaron en la Virgen un aumento de amor materno por nosotros, y asimismo ensancharon su corazón para que toda la humanidad creada hasta ese momento y en el porvenir de los años pudiéramos disfrutar de su amor.

La Virgen intercede por cada uno de nosotros y obtiene las gracias específicas que andamos necesitando. Lo mismo que para una madre sus hijos son únicos y diferentes, así somos nosotros para María. Ella tiene siempre para nosotros una sonrisa en los labios, una mirada que invita a la confianza; es la belleza de sus gestos la que nos acerca más y más a Ella, y por ende a Jesucristo.

Se hizo para todos; a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención, curación, consuelo y perdón. San Bernardo, Homilía en la octava de la Asunción

Así como María recibió una misión, a Juan también le es encomendada una:

Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Jn 19, 27

¡Qué honor! ¡Qué misión la que nos dejó! San Juan Pablo II afirma que la entrega de Jesús a su Madre significa un Don que Cristo hace personalmente a cada hombre. Es el regalo de Él para nosotros; no le bastó con regalarnos la creación, la vida, el perdón, sino que fue más allá y nos dejó a Su Madre como Madre Nuestra.

En Juan estamos representados todos y cada uno de nosotros. Estamos allí porque Él nos amó primero (1 Jn 4, 19). Y todo aquel que recibe a María es el discípulo amado. Es fácil querer a Santa María, nunca después de Cristo ha existido criatura más bella. No debemos temer hablar y decirle: “soy todo tuyo oh Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión Tuya”, y amar cada día más a María, pues sabemos que Ella es un regalo del corazón de Jesús Crucificado. Y Dios nos la otorga para que lleguemos más fácilmente hasta Él.

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!