Hacía tiempo que quería escribir sobre un tema de este estilo. Llevaba un periodo dándole vueltas cuando Bea, redactora jefe de Focus, me mandó un WhatsApp para proponérmelo. Con ella últimamente me pasan mucho este tipo de cosas, y sinceramente mola. Yo las llamo diosidencias.

Justo acababa de empezar un curso de Génesis, y unido a que me declaro fan de las enseñanzas de la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II, me resultó esencialmente clave para elaborar lo que a continuación dejaré por escrito.

Comenzamos hablando sobre uno de los dogmas más importantes de la Iglesia católica: Dios es misteriosamente trino. La creación acontece como fruto de la relación amorosa que se da entre estas tres Personas.

Díjole entonces Dios: «hagamos al hombre». Génesis 1, 26

Somos por tanto y desde el principio, el resultado de una relación de amor y entrega.

Al crear al ser humano y hacerlo a su imagen y semejanza, la Santísima Trinidad deja en nuestro corazón una marca de belleza indeleble que nos hace sociales por naturaleza.

En aquel curso de Biblia, pude aprender que las bendiciones de Dios, como puede leerse en el Génesis, generan vida.

Y los bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y multiplicaos […]». Génesis 1, 28

Tras bendecir a nuestros primeros padres, para volverlos fecundos y con la intención original de que cada nuevo ser humano fuera (como en su origen) el fruto de una relación de amor, Dios da a los esposos (con el deseo de que se hayan prometido previa y mutuamente donación sincera) el don de dar lugar a una posible nueva vida mediante el acto conyugal (reflejo del amor trinitario de Dios).

Efectivamente, el verdadero sentido de nuestra vida lo encontramos en la entrega sincera al prójimo. Haciendo felices a los demás nos llenamos de gran alegría.

El hombre, entre todos los seres creados, es un tanto particular. Por un lado nos encontramos con los ángeles, únicamente espirituales, mucho más inteligentes que nosotros y que, por no vivir en tiempo y en espacio, conocen en acto. Por otro están los animales, que son únicamente materia y de los que se crearon diversas especies.

La Biblia, llena de signos, relata que Adán es sacado de la tierra en referencia a nuestra parte material, y que tras moldearlo, Dios sopla en él espíritu, explicando nuestra parte espiritual.

Modeló Yavé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado. Génesis 2, 8

Solo en nosotros habitan estas dos realidades (aunque ambas van unidas). Ni somos solo materia, ni somos solo espíritu.

A diferencia del resto de los seres creados, gracias a nuestra naturaleza unitaria, poseemos la capacidad de relacionarnos y, con ello, la posibilidad de entrar en comunión con Dios. Es por esta razón de tanta belleza por la que el hombre es templo del Espíritu Santo.

En el Génesis puede verse que Adán al principio se siente solo, lo que deja en manifiesto que fuimos creados con el don de consciencia (no éramos simples animales).

El hombre era el centro de la obra creadora de Dios. Adán colabora en la tarea poniendo nombre a las criaturas, pero no encontró a nadie como él que lo ayudara.

Henchid la tierra, sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra. Génesis 1, 28

El ser humano necesita de un igual, de alguien que viva con él, que sea con él… de alguien con quien compartir su vida.

Por esta necesidad de relación y para que ambos nos hiciéramos mutua compañía, Dios crea a la mujer.

El hombre exclamó: «Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne.» Génesis 2, 23

El Antiguo Testamento incide en que primero se crea un Adán y luego una Eva, con una intención de mostrar quien es anterior a quien. Lo que se pretende con ello, en este relato tan histórico, es especificar que existe una diferencia sexual.

Y los creó macho y hembra. Génesis 1, 27

Me pareció especialmente curioso aprender acerca de la simbología de las costillas. Esta nos recuerda que provenimos de una misma naturaleza y que somos una misma carne. Además, por su localización central, el ser sacada la mujer de una de las costillas del varón, indica que no es ni superior ni inferior en dignidad y valor a este primero.

El hombre exclamó: «[…] Esta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada». Génesis 2, 23

El cuerpo humano, increíblemente maravilloso, representa en sí mismo que somos donación. Hemos sido creados para el diálogo y hacer referencia al otro con lo que somos.

Todos los hombres sin excepción, por ser criaturas dependientes de nuestro Creador, estamos llamados a una comunión de amor (por eso, el Cielo es nuestra meta de mayor felicidad y belleza).

El abandono del núcleo familiar, es un abandono por madurez. Llegado el momento, el amor recibido por un hijo en su familia se desborda hacia afuera y da lugar a una nueva vocación.

En la vida terrenal, esta comunión puede darse o bien con otra persona en el matrimonio, o bien entregándose de manera célibe a Dios. Ambas vocaciones son reflejo de lo que viviremos cuando nazcamos de nuevo para no morir nunca.

Dios todo lo hizo bueno. El mal no fue creado por Él sino que es fruto de la libertad. Como bien explica San Agustín, este se da ante la ausencia del bien.

Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho. Génesis 1, 31

Al principio no hacía falta que nadie nos convenciera de que todo lo que teníamos dentro era algo tremendamente increíble. Iluminábamos los días, sin poner límite a la hora de mostrar nuestra grandeza interior.

Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello. Génesis 2, 25

La desnudez previa al pecado hace referencia a nuestra inocencia original.

Antes de ser tentados no existían los respetos humanos, y por lo tanto nos dábamos sin miedo. No conocíamos el rechazo, ni la inseguridad ante la posibilidad de no ser aceptados tal cual éramos. Compartíamos nuestros dones porque nada nos frenaba a hacerlo.

Abriéronse los ojos de ambos, y vieron que estaban desnudos. Génesis 3, 7

Cuando el mal entra en nuestra vida, nos corrompe incluso la autoestima, triunfando al conseguir que muchos olviden lo mismo que a otros, en ocasiones, nos cuesta recordar: que somos hijos de Dios.

A lo largo de la historia, los templos han sido siempre casas construidas para glorificar divinidades. En ellos, los fieles iban a encontrarse con el ser que dentro habitaba para llevarle alguna ofrenda, o pedirle algún favor. Por respeto, estos lugares se mantenían limpios y se decoraban de manera digna.

Tras nuestro bautismo, la gracia del Espíritu Santo comienza a actuar en nosotros y nos convertimos en morada de sus dones. Dios eleva nuestro cuerpo a la categoría de templos y, por eso, merecen ser cuidados y tratados con respeto. Atentar contra este, es sin duda una ofensa al Creador.

Al sernos dado (por el mismísimo Dios), nuestro cuerpo es un regalo en sí. Fuimos enteramente pensados con cariño desde la eternidad.

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? 1 Corintios 6, 19

Por ser criaturas tan valiosas a los ojos de un ser tan grande, es todo un desprecio al amor el rechazar tal verdad.

Merecemos tratarnos con honra, cuidar nuestro cuerpo y nuestro corazón cautelosamente y de la mejor manera posible.

Guarda tu corazón con toda cautela, porque de él brotan manantiales de vida. Proverbios 4, 23

Nos convertimos en Sagrarios vivientes cuando recibimos a Jesús en la Comunión, y en ejemplo de vida al dar testimonio de nuestra fe en Cristo. Estamos hechos para dar gloria a Dios con todo lo que somos, creados por amor y llamados a Él.

Para terminar este artículo (por si todavía no me he enrollado demasiado) os narraré una breve anécdota.

Mis padres siempre me habían hablado de una película que fueron a ver al cine pocos días antes de que yo naciera. Les parecía divertido contar que me hubiera pasado las dos horas que duraba dando continuos saltos (y con razón). A pesar de ser un clásico a estas alturas y haber tenido siempre ganas de verla, por algún motivo, hasta hace unas semanas, jamás había llegado a hacerlo.

Hoy afirmo rotundamente que Salvar al soldado Ryan es toda una obra de arte. Al terminarla, comprendí una vez más por qué decimos eso de que Dios tiene sus tiempos. Ese día en concreto, el Rey del universo aprovechó mi sensibilidad, mi estado de ánimo y la disponibilidad de mi corazón , para grabar a fuego la frase que al final de la película; tras tantos sacrificios, el capitán John H. Miller (interpretado por el grandísimo Tom Hanks), le dice al soldado John Francis Ryan: hágase usted digno de esto.

Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo. 1 Corintios 6, 20

Mafalda Cirenei

Publica desde marzo de 2020

Suelo pensar que todo pasa por algo, que somos instrumentos preciosos y que estamos llamados a cosas grandes. Me enamoré del arte siendo niña gracias a mi madre, sus cuentos y las clases clandestinas que nos impartía en los lugares a los que viajábamos. Soy mitad italiana, la mayor de una familia muy numerosa y, aunque termino encontrando todo lo que pierdo debajo de algún asiento de mi coche, me dicen que soy bastante despistada. Confiar en Dios me soluciona la vida.