Santa Teresita del Niño Jesús o Santa Teresita de Lisieux nació en Francia, en una familia muy numerosa en la que reinaba un fuerte halo de santidad, belleza y amor.

Con solo cinco años su madre murió, y pasó a ser educada por sus hermanas, de las cuales muchas terminaron en el Carmelo. Su niñez y su juventud están marcadas por una salud muy débil y  por grandes impedimentos de tener una vida como el resto de niños, pero lo cual no es un impedimento para querer ingresar con tan solo quince años en el convento de las carmelitas descalzas de Lisieux. No le fue del todo fácil ya que al ser menor de edad no se lo permitían. Entonces decidió peregrinar a Roma y pedírselo allí al Papa, quien le acabó dando la aprobación. Encontraría en el alma de esa pequeña un gran profundo deseo de servir a Dios. Después de unos cuantos años de vida contemplativa, a los veintitrés años de edad enfermó de tuberculosis y falleció un año más tarde.

Llegará a ser santa ofreciendo su enfermedad, una cruz que la acompañaba desde bien niña. Pero su alma tan sencilla y humilde, la aceptación en todo momento de su enfermedad y limitación, le hará caminar muy cerca de Jesús y de Su Madre, porque creía profundamente que “estaba como Jesús quería que estuviera”. (Historia de un alma, Santa Teresita de Lisieux).

El Papa Pío XI la canonizó y la proclamará Patrona universal de las misiones, y el Papa Juan Pablo II la nombrará Doctora de la Iglesia el 19 de Octubre de 1997.

Siempre he deseado, afirmó en su autobiografía Teresa de Lisieux, ser una santa, pero, por desgracia, siempre he constatado, cuando me he comparado a los santos, que entre ellos y yo hay la misma diferencia que entre una montaña, cuya cima se pierde en el cielo, y el grano de arena pisoteado por los pies de los que pasan. En vez de desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; llegar a ser más grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con todas mis imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio para ir al Cielo por un camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo. Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección.

Santa Teresita me ha ayudado a comprender que la santidad no es un premio que consiga a base de mi esfuerzo, a la belleza de la Santidad sólo llegaremos con la Gracia del Señor, reconociéndonos pequeños e incapaces de caminar solos. Nuestra imperfección no debe ser motivo de frustración, sino como dice nuestra pequeña pero sabia Santa:

Soportar con dulzura las propias imperfecciones, ahí está la verdadera santidad. Santa Teresita de Lisieux

Santa Teresita tenía grandes deseos de ser misionera. Jesús mismo le mostró de qué modo podía vivir esa vocación: practicando en plenitud, el mandamiento del amor se introduciría en el corazón mismo de la misión de la Iglesia, sosteniendo con la fuerza misteriosa de la oración. Así ella enseñó que la Iglesia, por su naturaleza, es misionera. No sólo los que escogen la vida misionera, sino también todos los bautizados, son enviados a dar a conocer la belleza de la Palabra que da Vida. 

Es la más joven de los “Doctores de la Iglesia”, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan verdaderas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu, nos señala San Juan Pablo II, pero lo que podemos considerar el culmen es el relato que realizó sobre su vocación:

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no le faltaba el más noble de todos: comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón ardía de amor. Comprendí que sólo el Amor hacía actuar a los miembros de la Iglesia: que si el Amor se apagara, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires no querrían derramar su sangre (…). Comprendí que el Amor encerraba todas las vocaciones (…). Entonces, con alegría desbordante, exclamé: oh Jesús, Amor mío, (…) por fin he encontrado mi vocación. Mi vocación es el amor. Santa Teresita de Lisieux 

Precisamente esta convergencia entre la doctrina y la experiencia, entre la verdad y la vida, entre la enseñanza y la práctica en su breve existencia, la convierte en un modelo para los jóvenes y para los que buscan el sentido auténtico de su vida.

Santa Teresita presenta otra solución: la única Palabra de salvación que, comprendida y vivida en el silencio, se transforma en manantial de vida renovada.

San Juan Pablo II dice acerca de nuestra Santa: en una cultura racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella contrapone con sencillez desarmante el “caminito” que, remitiendo a lo esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y penetra toda la historia humana. Es un camino de confianza y de abandono total a la gracia del Señor. En una época, como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor.

Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. Santa Teresita de Lisieux

Santa Teresita nos enseña que no hay una santidad grande ni una santidad pequeña. Pues la que se vive en la sencillez es la más verdadera y la más santa. Aprendamos a reconocernos pequeños y a ofrecer todas nuestras cruces y limitaciones para llegar a Jesús y a nuestra Madre, pidámosle a nuestra pequeña Santa que nos ayude a conseguirlo.

Beatriz Azañedo

Publica desde marzo de 2019

Soy estudiante de humanidades y periodismo. Me gusta mucho el arte, la naturaleza y la filosofía, donde tenemos la libertad de ser nosotros mismos. Procuro tener a Jesús en mi día a día y transmitírselo a los demás. Disfruto de la vida, el mayor regalo que Dios nos ha dado.