El inicio de un nuevo día siempre se recibe como el regalo de una nueva mañana de vida, que puede saborearse con un gusto particular. Es una tranquilidad que da la rutina de que el proyecto de Dios en nosotros sigue su marcha. El tiempo no se detiene.

Se puede salir a la luz del sol y mirar cuánto han crecido las plantas que hemos sembrado, contemplar la vista que hemos construido para Dios con nuestro trabajo, recordar en ese instante cuánto nos costó realizar esa obra maravillosa que nos llena de orgullo y satisfacción, porque nos hace saber que hemos complacido a Dios, o cuál fue aquél primer proyecto que comenzó y mirar ahora cuánto ha cambiado este lugar desde que Dios nos trajo aquí. Y, de repente, salimos de nuestra contemplación por escuchar al perro venir con su fiel alegría a por un poco de comida y una palmada con una caricia. Dar gracias a Dios es lo primero que llena el alma al disfrutar de todo eso que se ha logrado, para después, suspirar profundamente y estirar un poco la espalda, con todos los dolores que ya el cuerpo comienza a notar por el cansancio… Tomar aire y un poco de energía en el suspiro, y entonces continuar con la vida, porque ella no se detiene, continúa con su ritmo habitual. Y recordamos que hay pendientes aquí y pendientes allá, cosas por empezar por este lado y lamentarse por las cosas que no se han terminado del otro. Una palmada en la frente nos hace sentir nuevamente el estrés del trabajo y la vida. La vida continua, continua y continuará…

A veces parece que ese estilo de vida acabará con nosotros algún día. Pero no lo creo, porque la vida, nuestra vida, no morirá; irá a descansar cuando el Padre nos lo diga.

Momentos malos y momentos buenos surgen en el quehacer diario de todo aquél que ha decido hacerlo todo por amor. Mil y un cosas por hacer existen en la mente y el corazón, y el trabajo no cesa. El cansancio se convierte en un buen indicador de la medida del cariño que se entrega a quién se ama. Pero todo eso, sin darnos cuenta, ha creado el desorden más bello que puede haber. Y nos gusta. Y lo queremos. Y aunque nos quejemos en ocasiones de todo lo que hay que hacer, de manera misteriosa, nos enamoramos de ese estilo, de esa forma de trabajar, de ese modo de amar.

Quien encuentra a una persona con esa entrega encuentra a un amigo en quien confiar. Un saludo, unas palabras o una simple pregunta pueden ser el inicio para que una amistad única comience entre dos personas que tienen un mismo fin en común, amar. Y esa persona que lo hace todo por amor siempre tendrá el tiempo para dedicar a aquellos que quiere; aunque a veces parezca que no, siempre lo está haciendo.

Así pasarán los días, y en algún momento la monotonía llegará a ser el calvario que desanima y reduce el entusiasmo. Pero el trabajo no está listo aún, hay que sacar la encomienda que Dios nos pidió. Y hay que continuar. Sin embargo, ahora con todo el esfuerzo que supone para el cuerpo, hay que seguir con el trabajo que se nos encomendó. Es en ese momento cuando un amigo refresca el ambiente como lluvia vespertina y torrencial que deja un aroma a tierra húmeda y un clima fresco, un poco frío quizá; la medida justa para que se alivie el dolor de la carga de nuestros músculos cansados.

Es maravilloso encontrar a un amigo con quien hablar con confianza y descubrir la inocencia del corazón. Es una reconfortante alegría que enternece, anima, motiva y simplemente nos llena y nos hace felices en ese momento. Nos hace olvidarnos por un instante del peso de las tareas, de los problemas y también de las tragedias, y nos hace tener otra mirada, una perspectiva diferente que nos ayuda a pensar mejor y decidir de forma más segura nuestro actuar ante las situaciones complicadas de la tarea que Dios nos encomendó. Un amigo en ese momento se convierte en una ayuda, y en el fondo es un regalo de Dios mismo para poder seguir adelante en nuestra labor.

El tiempo sigue su curso, y el Alfarero sigue trabajando en nosotros, mientras nosotros nos ocupamos de lo que Él nos encomendó. Todo trabajo de Dios requiere de las manos de todos, y en el apoyo mutuo se comienzan a formar los lazos. Dios nos ha dado una tarea, pero, mejor dicho, nos está dando amigos.

El tiempo continúa su marcha y, durante los meses y los años que pasan, sientes calma y felicidad, aunque no te das cuenta que estás en paz y feliz; solamente observas lo que hay fuera, esa gran obra que está en construcción y a la que se sigue añadiendo nuevas partes y que siempre requiere más trabajo, porque siempre puede ser más bonita, más especial para Dios.

No nos damos cuenta, pero en el fondo hemos creado un vínculo de afecto, respeto y admiración, con ese amigo, y a su vez él con nosotros, porque nos vemos todos los días trabajando arduamente para terminar la obra de Dios.

Juntos se irán creando muchos recuerdos, algunas tragedias; momentos tristes pero también muchos más de mucha alegría, regocijo y esperanza, después de todo la tarea que Dios nos dio es una bella aventura llena de felicidad que solo Dios sabe crear. Solo Él y nadie más.

A veces nosotros seremos la lluvia torrencial para ese amigo, en otras ocasiones, él lo será para nosotros. Juntos seremos los pequeños jornaleros de Dios que nos apoyamos y nos esforzamos, a veces con regaños pero también con bromas y risas. Y así se irán pasando las semanas, los meses y los años… Y estaremos siendo felices, muy felices.

Aunque a veces no nos percatemos de esa felicidad por lo amado que somos, no muy tarde, siempre nos daremos cuenta de esa felicidad, porque cuando a un amigo se le quiere, nunca será tarde para decirle cuánto se le ama.

Sin embargo, Dios es el Jefe y Él decide cómo serán nuestros caminos y donde será nuestro siguiente trabajo, de acuerdo también a los deseos de nuestro corazón. Solo el Padre sabe donde será el siguiente lugar donde seremos felices en esta tierra con los cariños que nacen de nuestro interior, por eso Él sabe cuando es bueno desmontar, sembrar, cosechar y también podar. Y a nosotros, solo nos queda dejarnos llevar.

El día de la despedida, a veces puede ser un momento muy triste y doloroso, casi, como si fuera un funeral. Pero la verdadera belleza, la belleza oculta de la despedida es la que nos deja la persona y sus obras con él, que son el más hermoso regalo que nos pudo dejar este gran amigo. Y del que debemos de darnos cuenta con felicidad extrema, y tal vez con una cierta melancolía; no por la de sufrir la pérdida de alguien que ya no volverás a ver jamás en la vida, sino de sorprendernos de cuánto esta persona nos amó estando con nosotros, sacrificándose en ocasiones hasta el extremo, solo para dejarnos algo, algo que nos va a servir a todos toda la vida, solo para que nosotros también podamos llegar con quién él también quiere estar, con Dios. A este amigo, ten por seguro que lo volveremos a ver, así sea nuevamente en esta vida o en la otra, lo volveremos a ver, por eso no debemos de preocuparnos por la melancolía. Porque la bondad y la sabiduría del Alfarero, no puede ignorar que sus trabajadores son amigos y después de la jornada ellos solo quieren jugar, reír y disfrutar todos juntos, como niños, entre todos ellos y con el Padre, en su Casa, en el Reino de Dios.

Si tu has tenido un amigo así, un sacerdote, una amiga consagrada, un monje o un laico comprometido que te haya marcado una parte de tu vida con su compañía y con su amistad y que ahora ha tenido que partir, cambiar de lugar; en esta vida o en camino hacia la eterna, este mensaje es para ti, porque hemos conocido el gran amor de Dios a través de esa persona. Pero también, está dirigido para todos aquellos que siguen poniendo todo su esfuerzo día tras día para no darse por vencidos en la tarea evangelizadora de Dios, para muchos de nosotros ustedes son la razón por la cuál no nos damos por vencidos porque son la luz de Cristo en nuestro camino, mientras nosotros, buscamos como encender nuestra propia lámpara con el fuego de Dios.

No dejemos nunca de ver a Cristo como ese gran amigo, que vino, trabajó, luchó y se esforzó. Sufrió y lloró, pero también rio y se regocijó con la compañía de sus amigos, sus apóstoles, y de su Madre la Virgen María y su Padre en la tierra, San José. El esfuerzo en la tierra que hagan nuestros amigos por hacer la tarea de Dios, es al mismo tiempo, el esfuerzo que nuestros amigos estarán haciendo por amarnos a nosotros. Y al final, cuando parezca que las cosas estarán por acabar con nuestros amigos, en realidad, solo estará siendo el comienzo de un cambio, de una suma en el número de amigos que desde ahora tendremos, porque un día todos juntos nos reuniremos, y esa ocasión será hermosa, será increíble y será eterna. Viviremos deseándola día tras día, como nuestro Padre también debe de estar desándolo. Iremos compartiendo este anuncio del corazón con cada nuevo amigo que encontremos y sabremos en ese momento, que no querremos que nadie haga falta, por eso, es que nos esforzaremos, para continuar con el trabajo, con el ejemplo de nuestro querido amigo y de Cristo mismo.

La vida es simplemente maravillosa, es un regalo divino, que se hace más hermosa con la compañía de nosotros, que somos amigos, algunos pareja y unos más son familias; y que juntos podemos lograr muchas cosas, caminando todos juntos, como una Iglesia que camina peregrina hacia la Casa del Padre, con la guía de la luz divina. Mientras nos encontramos en marcha, solo nos queda sonreír a la vida, y trabajar con emoción y con entusiasmo, porque pronto, muy pronto nos volveremos a ver nuevamente. Hasta pronto, querido amigo.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.