Día a día, somos la audiencia de los noticieros que hablan de los hechos más relevantes del mundo, y aparentemente, se ha convertido el día de hoy, en el medio en el que se comunican las “malas noticias”, a contraparte de solo “las noticias”.

Inmediatamente viene a nuestra mente la palabra precisa: injusticia. Nos parece injusto esto que sucedió o aquello que quieren hacer. Y si damos por entendido que algo nos parece injusto, es porque necesariamente conocemos lo que es “justo”, o más bien, sabemos qué es la “justicia”. 

Y me atrevo a preguntarte, ¿de verdad sabes qué es la justicia? 

El mundo actual, nos plantea tantas realidades de tantos lugares debido a la globalización, que nos ha llenado la mente de frustración ante diversos escenarios donde es necesaria la justicia. Esto ha tenido como consecuencia que muchas personas manifiesten su propia definición de justicia como la verdadera, siendo incluso posible que esta en ningún momento esté siendo precisamente eso, justicia. 

Evidentemente, esto nos lleva a un relativismo de lo que es justo o no. El relativismo es como el cáncer, no te das cuenta cuando lo comienzas a ejercer hasta que te afecta a ti. Por ello, necesitamos una base firme de lo que entonces significa la justicia, y la Iglesia nos provee de esta definición.

La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. Catecismo de la Iglesia Católica Num 1807

Ejemplo de esto lo encontramos en las siguientes citas:

Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo. Lv 19, 15.

Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo. Col 4, 1

La Iglesia, en la justicia, nos habla de la virtud en el ser humano.  Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe (Cfr. CIC Num 1804). A su vez, la Iglesia también nos dice que cuatro virtudes humanas desempeñan un papel fundamental en el comportamiento del ser humano: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Estas son llamadas las “virtudes cardinales”, ya que todas las demás virtudes humanas derivan de ellas.

Entonces, es así que con el ejercicio de las virtudes cardinales, podemos llegar a entender y aplicar un buen modelo de justicia, pues todas siempre van relacionadas para su correcto entendimiento, y en consecuencia, con ello podemos ayudarnos a entender qué es la justicia. Estas virtudes con educación, en actos deliberados y una perseverancia siempre mantenida en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la Gracia Divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas (Cfr. CIC Num 1810).

Pero este artículo está enfocado en la justicia. En otra ocasión podemos abordar en mayor medida la belleza de las virtudes cardinales, por esto, es necesario tener un buen recurso pedagógico para poder entender qué es la justicia. Con esta extensa introducción, muy humana por cierto, será más fácil comprender que la vida de Jesucristo es todo lo que necesitamos saber para conocer esa verdadera justicia que tanto necesitamos.

Mucho solemos decir, que la humanidad está sedienta de justicia , y los hombres necesitan ejercer un buen juicio para ejercer la verdadera justicia. En este sentido, Cristo, fue hombre y es verdadero Dios, y por su naturaleza de hombre podemos ver reflejado en Él este sentido humano del buen juicio, con las virtudes cardinales en su máxima expresión; y para nuestro favor, su naturaleza de verdadero Dios nos ayuda a comprender el por qué sus acciones humanas son las correctas en el ejercicio de la justicia. Justicia que al igual nosotros podemos llegar a imitar porque también somos seres humanos, como lo fue Jesucristo, y podemos aprender de Él. Esto nos ayudará a entender de manera más fácil, sumado a las virtudes humanas, qué es la justicia.

Partiendo de la reflexión profunda del porqué somos creados a la imagen y semejanza de Dios, nos pone en el camino de la búsqueda del bien común. Dios nos creó por y con un amor libre y desinteresado, y cuando el hombre ama se desborda la belleza de su corazón para con los demás, y esto viene de su Creador. Humanamente podemos pensar y afirmar que: Dios nos ha creado a partir de un desbordamiento de su amor.

¿Y qué es el bien común, sino darle al otro lo que es debido? Es precisamente lo que nos dice la definición del Catecismo de la Iglesia Católica acerca de la justicia. Entonces, ahora podemos entrar al siguiente punto, que es cómo buscar, exigir y ofrecer esa justicia. Para ello, solo necesitamos una cosa: “caridad”.

La justicia de hoy es la caridad de ayer; la caridad de hoy es la justicia de mañana. Beato Étienne-Michel Gillet

Es normal que te preguntes, ¿cómo es que la caridad puede ofrecer justicia? Para esta pregunta, debemos tomar la caridad como hablaba Santa Teresa de Jesús sobre la humildad en su obra “Las Moradas”: “es andar en verdad”. Para exigir justicia, no podemos faltar a la verdad, pues la verdad alegra el corazón por lo que es justo, ya bien lo dijo San Pablo: el amor no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad (Cfr. 1 Cor 13, 6). Y dicho sea de paso, la autentica caridad, tiene que ser humilde, si no no es caridad. Y la verdad es caridad y también humildad. 

¡Por supuesto que nadie se alegra con la injusticia! La verdad siempre nos va a provocar, al principio o al final, una sensación de alegría y tranquilidad.

Entonces nuestro servicio a la justicia tiene que tomar esta dirección: somos servidores de la justicia en tanto que somos servidores de la verdad. Andrés D’ Angelo

Y sí, probablemente ya estés pensando en ese pasaje que tantas veces hemos escuchado: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Y en efecto, por ello mencioné que para poder entender la justicia, solo puede bastar entender la vida de Cristo. Ahora, todo va obteniendo una forma más precisa.

Claramente puede ser ahora más comprensible, el por qué Jesús tenía una predilección por los más pobres y desamparados. El amor a los pobres debe ser en todos los tiempos el distintivo de los cristianos. Cristo, es el mejor ejemplo de este amor a los pobres. Y en efecto, Él sentía felicidad de ayudar a los más necesitados.

La pobreza existe, y puede ser material, intelectual, cultural y espiritual . Debemos cuidar con atención, caridad y constancia de los necesitados de este mundo, ya que en ningún otro aspecto somos tan claramente medidos por Cristo, como en la forma en la que tratamos a los pobres:

Cada vez que lo hicieran con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron. Mt 25,40

Todo esto, recae en el amor que se mencionó anteriormente. Somos personas con libertad dada por Dios, pero “a quién no quiere saber nada del amor, no le puede ayudar Cristo; se juzga a sí mismo. Como Jesús es: “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), se mostrará en Él lo que tiene consistencia ante Dios y lo que no. “Según el criterio de lo que es la vida de Jesús saldrá a la luz la verdad completa de todos los hombres, de todas las cosas y de todos los pensamientos y acontecimientos” (YOUCAT Num 112). Esto, también se aplica para la justicia y la injusticia.

Por esta razón, ser caritativos es la forma cristiana de ofrecer justicia. Con ello cumplimos lo que la definición dice: “es la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido”. Con esto en mente, luchamos por los más pobres y podemos exigir justicia, siempre actuando y demostrando nuestro testimonio.

Las virtudes cardinales nos ayudarán a tener la prudencia para discernir y elegir el medio recto para actuar cuando el escenario sea turbulento; la fortaleza nos dará firmeza y constancia cuando el acontecimiento sea muy doloroso; y la templanza procurará nuestra voluntad sobre nuestros instintos, manteniendo en equilibrio nuestras emociones cuando nos sintamos frustrados.

Ahora que conocemos un poco sobre lo que es la justicia, debemos de luchar contra lo que es injusto, no callar la exigencia aunque esta sea pequeña, siempre partiendo de la caridad, pero, como en todas las demás acciones del cristiano, empezando con uno mismo. La belleza de la justicia empezará a hacerse realidad cuando tomemos decisiones justas, para que nuestra vida sea cada vez más justa ,y posteriormente podamos buscar la justicia para los más pobres y los más débiles.

El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre. Centessimus Annus. San Juan Pablo II

Pues se actúa justamente estando siempre pendiente de dar a Dios y al prójimo lo que es debido. “A cada uno lo suyo”. Por ejemplo, si un niño carece de una cualidad, debe ser apoyado de un modo diferente por otro que no carezca de ella.

La justicia se esfuerza por la compensación y anhela que los hombres reciban lo que les es debido. También ante Dios, debemos dejar que reine la justicia y darle lo que es suyo: nuestro amor y adoración. (YOUCAT Num 302)

Somos personas en búsqueda de la justicia y de la verdad. Somos la creación más grande de Dios, seres humanos que a través de la virtud humana de la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia, podemos purificarnos y llegar a la gracia, pero para poder tenerla realmente, necesitamos también una virtud especial y diferente: la caridad. Una virtud teologal necesaria para cumplir nuestro objetivo, para intentar con todas nuestras fuerzas ser tan solo un poco tan justos como Dios, y junto con la fe y la esperanza, defender al más necesitado, para que alcancemos nuestro objetivo: La santidad.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.