Una fiesta o un convivio, alguna celebración por pequeña o grande que sea, siempre es un motivo de alegría para los invitados. Cuando nos reunimos en familia o con amigos, para celebrar que cumplimos un año más de vida, o el aniversario de matrimonio de alguno de ellos, por algún logro especial que hemos alcanzado o solamente por ser una fecha especial que nos hace estar juntos, todos son siempre motivos de alegría; para algunos, hasta se convierten en emoción y ansias para que pronto pueda llegar al fin la fecha para festejar y poder estar todos juntos, con las personas que amamos.

En muchos casos, estas fiestas se convierten en tradiciones, y el mundo tiene ahora muchísimas de ellas. Cada uno de nosotros puede hablar de alguna fecha que sea especial, de algún día que sea importante para nuestro país porque se festeja una parte especial de nosotros.

Una fiesta siempre nos invita a celebrar.

Cada primero de noviembre, es el día que la Iglesia celebra a todas las personas que se dedicaron a tratar que su vida haya sido lo más agradable posible a Dios. Es “la fiesta de todos los Santos”. Y con ese motivo, ¡cómo no podría ser una buena razón para celebrar!

Toda fiesta, tiene por principio celebrar algo que está vivo. La vida es belleza, es el elemento necesario para formar el amor entre todos los invitados. Y la fiesta de todos los Santos, por incomprensible que nos pueda parecer en un principio, celebra la nueva vida, de aquellos que decidieron morir consagrándose totalmente a Dios para volver a vivir, por toda la eternidad con Él. Por otra parte, no hay que descuidar la presencia del dilema de la muerte en esta fecha, que es fuerte, pero que no debe detenernos en la tristeza y en el miedo, sino por el contrario, hacernos valientes y dignos para poder llegar a ser un invitado muy especial de Dios. 

Yo soy mexicano, y en mi país se celebra de una manera muy particular la vida, pero aquella que está después de la muerte. Esa vida que creemos que nunca se terminó sino que solo cambió su forma de estar con nosotros. En México la celebración del Día de Muertos es cada 1 y 2 de noviembre, y tiene una belleza similar a la del Día de todos los Santos. Mientras que aquí, en México, esta tradición nos ayuda a acrecentar la unión familiar recordando con cariño a nuestra familia y amigos fallecidos, en Dios, la Iglesia festeja el triunfo de la vida eterna de quienes en la tierra se ganaron la Gloria en el Cielo.

Me gustaría enfatizar con fuerza la gran belleza de este dichoso día, y lograr transmitirte una nueva perspectiva de lo que significa esta fecha. Como mexicano puedo decirte, al igual que la mayoría de mis hermanos mexicanos, que aquí no dudamos en decir que el Día de Muertos es la fecha más importante y favorita de nosotros como nación ya que nos alegra el alma y el corazón. De manera parecida, el día de Todos los Santos tiene más de alegría y felicidad de lo que podemos creer, y nosotros somos parte importante ahora, en este mundo, de esa felicidad. Con esto en mente podemos darle una mayor importancia a esta fiesta en nuestras vidas: en nuestra vida personal y en nuestra vida espiritual. 

La Iglesia tiene la misión de que lleguemos a la vida eterna, lo vemos siempre en el rostro de cada Santo, en cada Cuaresma, en cada Semana Santa, en cada Pascua y en cada Natividad; sin embargo siempre se nos hace complicado mirarnos en ese grado, convencernos de que nosotros realmente podemos llegar hasta ahí. 

Al llegar el Día de todos los Santos, lo primero que pensamos es en los nombres de nuestros santos favoritos, que son aquellos que nos han mostrado ejemplo de una vida de entrega y por lo cual somos sus admiradores. San Francisco, Santa Faustina, Santa Teresa de Calcuta, San Agustín, Santa Teresita del Niño Jesús, San Ignacio de Loyola, son solo unos cuantos, pero en este día la celebración abarca a todos, pues todos ellos ya se encuentran en el banquete del Señor, eso incluye a aquellas personas que no conocemos y que no tienen un día específico dado por la Iglesia, pero que sí se entregaron a Dios.

Personas santas de todas partes del mundo tienen un día donde su vida unifica a toda la Iglesia. De América, Europa, África, Asia, Oceanía; de todos lugares del mundo, mártires y defensores, proclamadores de la Palabra, pobres y ricos, chicos y grandes, hombres y mujeres, todos ellos al unísono nos dicen su experiencia en el mundo que los llevó al Cielo. 

Él ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma. 

Pero esto no termina ahí. Los invitados al banquete siguen aumentando, podríamos decir que junto con los santos conocidos también van los “santos del anonimato”. Ellos son las personas que habiendo pasado su juicio final, llegan a las puertas del Cielo. Y entre ellas podemos encontrar a la madre dedicada a sus hijos, el zapatero que siempre actuó justamente, la secretaría que nunca dudó en hacer lo correcto, el chofer que siempre cuidó de la seguridad de sus pasajeros y sumados a ellos, muchas personas más, dentro de las cuales podrías conocer tal vez a alguna de ellas; como la ancianita que siempre buscaba dar lo mejor en su comunidad, el señor que ayudaba en todas las tareas laboriosas de la parroquia, el niño que siempre sorprendía con su inocencia y alegría y así, la lista continúa ampliamente.

Entonces, si vemos que los invitados son muchos ¿por qué nos cuesta tanto imaginarnos en ese estado de santidad? La respuesta puede ser tan sencilla como decir que son muy contados los que tienen la gran ambición de ser un santo algún día. Esto no es para desmotivarse, recordemos que aquél hombre, aquella mujer santa que nos motiva, también fue tan débil como lo somos nosotros ahora, sujetos a las mismas pasiones, a los mismos miedos y las mismas dudas.

Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Ap 7-9

Todos estamos llamados a ser santos, sabemos que Dios nos quiere así. Razón de esto es el don de la fe, el regalo que nos dio Dios Padre en nuestro bautismo para poder alcanzar este deseo que Él tiene para nosotros. Pero para llegar a la meta no es suficiente ser un hijo de Dios, también tenemos que querer serlo. 

Nuestra perspectiva puede cambiar si optamos por mirar de diferente ángulo nuestro objetivo, así podríamos sentir más cerca el fin que buscamos. La fiesta que sucede el día de Todos los Santos, es solo un avance, así como en las películas, de lo que veremos -y viviremos- si queremos ser santos. Es la fiesta de la que podemos ser parte y de la que desde ahora ya estamos invitados, ¡porque es para nosotros! El Anfitrión nos está esperando, pero como en cualquier festejo, no podemos llegar desarreglados y con las manos vacías. Vamos a pensar en cómo queremos llegar vestidos para la ocasión, de la misma manera en cómo nos emocionamos para la fiesta de graduación, la boda de un buen amigo o esa reunión de amigos, ¡tenemos toda una vida para preparar nuestro atuendo y la ofrenda que queramos llevar! 

La tradición del Día de los Muertos, consiste en recordar por unos días la presencia de nuestra familia que ha fallecido, compartir la mesa con ellos y convivir todos juntos con Dios en la felicidad de los recuerdos y el amor, reviviendo anécdotas, rezando por ellos y por todas las almas olvidadas. Para acercarnos más al Padre, podemos usar de manera similar esta vía el día de Todos los Santos.

Imagina entablar una plática cara a cara con el santo de tu mayor devoción, conocer a otros santos y después llegar hasta la Virgen María, que poco a poco los invitados te vayan conduciendo hasta el mismo Anfitrión del Banquete… qué gran momento, ¿no crees? Creo que por esto en México sentimos tan fuerte nuestra tradición, porque nos acerca de una forma tan sencilla y cálida como lo es dentro de la familia. Y después de todo, en la vida eterna todos estaremos juntos, así precisamente, como una familia. 

Este día es una gran ocasión para vivir y formar recuerdos, participando en actividades e iniciativas que nos animen en encontrar la virtud de los Santos de la Iglesia, porque, el día de todos los Santos también tiene este fin.

Creemos nuestras propios recuerdos como fotografías que como niños podemos explicar más adelante, encontremos la alegría en buscar ser como los santos. En varios países como Argentina, Colombia, España, Guatemala y hasta en México está adquiriendo mucha popularidad en este día, disfrazarse de un santo de nuestra elección para adentrarse más en su vida. Recrear una reunión de ellos entre nuestros amigos, además de sacarnos muchas risas, nos puede mostrar un poquito de lo que sería la gran fiesta del Banquete del Señor.

Otra gran propuesta es tener un tiempo de adoración, meditando con las oraciones de los santos, escuchando en silencio. Y para terminar un día como este, ir a la Santa Misa teniendo en nuestras intenciones a todos nuestros familiares y amigos fallecidos, guardando con cariño recuerdos y fotografías únicas que un día podremos volver a revivir si participamos en la fiesta de Todos los Santos.

Del mismo modo no descuidemos pedir por todas las almas olvidadas, que aunque nunca los hayamos conocido, sigue siendo virtuoso tener caridad por ellos. Un santo de Dios, no solo vela por las almas encarnadas, sino también por las que están esperando por poder llegar al Banquete del Señor.

Esta fiesta abraza a todas las demás que se celebran en honor a algún santo en particular, pero esta es todavía más solemne, su belleza recoge a todos los cristianos que han dado su vida por Dios, convirtiéndose así en una fiesta de la eterna gloria. 

La Iglesia nos invita este día a mirar al Cielo, a reconocerlo como nuestra futura patria. Vamos juntos a seguir las huellas tan profundas que nos han dejado los santos, que ni el tiempo, ni las épocas han podido borrar. Miremos el Cielo como la multitud de hombres y mujeres santos que iluminan la tierra con la luz de Cristo para un día formar parte de la Eternidad en la fiesta que nos espera a todos allá arriba. 

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.