No todo loco es un santo, pero sí, todo santo es un loco. Y Santa Juana de Arco fue ambas cosas.

Nacida en Domrémy-la-Pucelle, Francia, en el seno de una familia campesina, Juana fue elegida para realizar una de las gestas más extraordinarias de la historia y para convertirse en la figura más importante de toda la Guerra de los Cien Años.

Joven pequeña y delicada, de gran belleza, iletrada y analfabeta, llevaba una vida simple y piadosa. Su madre la introdujo en el amor a Dios y a María, que Juana cultivaba con mucho esmero. Cada sábado recogía flores de su campo y las llevaba al altar de su Madre Celestial, y cada mes comulgaba y se confesaba con el firme y fervoroso deseo de llegar a la santidad.

Según uno de los testigos de su vida: “Era tan buena, que todo el pueblo la quería”. Sus vecinos, fatigados a menudo por las sangrientas noticias de la guerra, encontraban en el ánimo de Juana reposo, una muestra de la paz y el tierno amor más puro que, supuestamente, jamás se vería envuelto por la guerra. En otras palabras: encontraban en ella a un pequeño Cristo.

¿Quien hubiera dicho…?¿Quién podría predecir la siguiente jugada de Dios? De un momento a otro, hace caer torreones gigantes y corona a un simple peón, convirtiéndolo en una majestuosa dama.

Las voces comenzaron a sus trece años, y pertenecían, a ni más ni menos, que a San Miguel Arcángel, príncipe de los espíritus celestiales, Santa Catalina de Alejandría y Santa Margarita de Antioquía.

En el renglón torcido de su vida, el mandato de Dios se escribía con rectitud y claridad incuestionables: “Tú debes salvar a la nación y al rey”.

¡Tan pequeña ella y misión tan grande ésta! ¿Cómo podía ser esto posible?

Pero Juana, más allá de las dudas que tuvo al principio, tenía todo bien claro en su corazón:

Dios desprecia la tranquilidad de las almas que destinó para la batalla.

Santa Juana de Arco

La posición del rey de Francia, Carlos VII, era desesperada. Los mejores generales estaban acorralados en encrucijadas bélicas contra los soldados ingleses y Orleans, último pilar de la resistencia, se encontraba bajo ataque.

Con las voces como su guía, Juana se abrió paso en el camino que Dios le tenía reservado.

Disfrazada de varón y habiendo cortado su cabello, siendo la primera adalid mujer de la historia, lideró a las tropas francesas sin igual, siempre irguiendo el estandarte que ella misma mandó a fabricar con los nombres de Jesús y María.

Los hombres, pelean; sólo Dios da la victoria.

Santa Juana de Arco

¡Qué importante es este detalle!¿Cuántas veces nosotros hemos querido luchar sin preocuparnos por tener a Dios de nuestro lado? ¡Y a nuestra pobre Madre! ¿Cuántas veces la hemos dejado de lado en nuestras batallas

Pero la batalla de Juana no era física. Nunca hería ni luchaba contra nadie, aunque varias veces fuese herida en combate. Ella estaba siempre en primera fila alentando a las tropas, infundiéndoles ardoroso valor en sus corazones abatidos.

Su batalla era contra el espíritu y los demonios que lo debilitaban, y allí el campo siempre es cruento y no hay pausas entre combates.

Los franceses lograron levantar el sitio de Orleans bajo su dirección, y liberaron luego otras ciudades más. Durante este tiempo, Juana era considerada una heroína nacional.

Pero cuando la misión de  la “Doncella de Orleans” (título que se le dió luego de su éxito en el asedio a Orleans) llegaba a su fin, y cuando las voces dejaban ya de ayudarla, los ramos de olivos empezaron a desaparecer y cesaron las alabanzas de la multitud para dar paso, como a Jesús, a las lanzas y los escupitajos, pues así es el destino de los que buscan ser pequeños Cristos.

Producto de traiciones, odio y envidia, Juana fue abandonada a su suerte. El rey le retiró sus tropas, fue herida en combate y hecha prisionera por los borgoñones, quienes luego la vendieron a los ingleses.

Ellos, como era usual de la época cuando se quería eliminar a alguna figura femenina en particular, la acusaron de brujería y fue condenada a muerte en la hoguera ante un tribunal eclesiástico sin autorización papal, aunque ella siempre insistió en su inocencia.

Si tan sólo hubiera negado las voces y su procedencia divina, probablemente hubiera evitado la muerte… pero ella siempre se mantuvo fiel a la verdad:

Mejor la integridad en las llamas que sobrevivir en la retractación de la verdad.

Murió el 30 de mayo de 1.431 a los 19 años de edad, rezando e invocando al arcángel San Miguel, mientras contemplaba el crucifijo que un religioso le presentaba.

Y Juana no flaqueó, ni siquiera en su último deseo:

Mantenga la cruz en alto para que pueda verla a través de las llamas.

Sus últimas palabras, exclamadas mientras las llamas la consumían y los humos la ahogaban, fueron repetir tres veces el nombre del Señor: “¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!”.

No es, como a muchos les gustaría, un final feliz en la historia humana, pero lo que en realidad importa es que se trata de un inicio bellísimo (y diría, incluso, de los más bellos) en la historia celestial.

¡Oh Santa Juana! ¡Cuánto ardor, cuánto dolor, cuánta grandeza, cuánto coraje, cuánto amor, cuánta fe! ¡Tantas cualidades en una servidora tan pequeña, que el Señor ha hecho tan magnánima! ¡Cuánta belleza!

Tantos medios podrían haber elegido para darte muerte, pero la hoguera era el más acorde. Dios no juega a los dados, no deja nada al azar ¡Claro! ¡El fuego de las brasas consumía tu cuerpo, Juana, debido al fuego que elevaba tu alma! ¡El mundo te condenó porque el Cielo te alababa! ¡Te traicionaban porque siempre eras fiel, y te odiaban porque siempre amabas! Por eso salías victoriosa de cada combate ¿Cómo podrían derrotar a la que ya ha ganado? ¿Cómo arrebatarle algo a la que ya lo tiene todo? 

Santa Juana de Arco tiene un lugar especial entre las santas mujeres que han seguido hasta el extremo al Señor. Pidámosle su intercesión para que, infundiendo en nosotros ese ardor que tenía su base en el Amor que no se apaga, podamos dar el buen combate al que estamos llamados en esta vida: Militia est vita hominis super terram (Milicia es la vida del hombre sobre la tierra).

Que no nos cansemos y nos mantengamos fieles, elevando siempre el estandarte de la fe, dejando que Jesús y María sean nuestros guías así como Santa Juana lo hizo.

Ante tus enemigos, ante el hostigamiento,

el ridículo y la duda, te mantuviste firme en la fe.

Incluso abandonada, sola y sin amigos,

te mantuviste firme en la fe.

Incluso cuando encaraste la muerte,

te mantuviste firme en la fe.

Te ruego que yo sea tan inconmovible

en la fe como tú, Santa Juana.

Te ruego que me acompañes en mis propias batallas.

Ayúdame a perseverar y a mantenerme firme en la fe.

Amén

Luego de que el rey de Francia la declarase inocente, el papa Benedicto XV la proclamó santa el 16 de mayo de 1.920. Celebramos su fiesta el 30 de mayo.

Thiago Rodríguez Harispe

Publica desde febrero de 2022

Aunque la aventura sea loca, intento mantenerme cuerdo. Argentino. Intento poner mi corazón en las cosas de Dios. Cada tanto salgo de mi agujero hobbit y escribo cosas.