“Nada es absoluto, todo es relativo”, es tan común escucharlo en nuestros días. En un mundo en constante cambio, bombardeado de información, parece que todo fuera válido. La falsa tolerancia se disfraza de amor al prójimo: la aceptación de toda conducta, por incorrecta que parezca, emerge como nuevo “valor” universal. Cada sujeto es constructor de su propia verdad, dueño, dios y juez de sí.
En la “sociedad líquida” en la que vivimos, como la denota Zygmunt Bauman, no hay cabida para valores morales universales, no hay espacio para el crecimiento espiritual del ser, la inmediatez no da tiempo para ello; la meta es el éxito aquí y ahora, se vende lo divino por lo material, el hombre avanza como si no tuviera más que esta vida, que ya pronto se acaba. No es más que la degradación de lo humano. La ceguera de mente y de espíritu es la nueva enfermedad mundial; al no haber referentes definidos, se camina vagamente, se es sujeto de momentos y circunstancias. Es el fenómeno social que Benedicto XVI llamó “la dictadura del relativismo”:

Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja solo como medida última al propio yo y sus apetencias. Benedicto XVI, Misa Pro Eligendo Pontifice, 2005. 

El relativismo es el reinado de lo individual, de las verdades creadas a conveniencia, que se convierten en ideologías y sirven de medios de imposición de formas de pensar dañinas, usadas por colectivos que camuflan sus intenciones de dominio y manipulación con ficticia empatía.

Se podría decir que el relativismo tiene sus orígenes en la filosofía libertaria, que en pocas palabras defiende la noción de que la persona es libre de hacer lo que desea. Esta filosofía tiene múltiples implicaciones en la vida política y social, llegando a consentir el hecho de que el Estado no debe legislar sobre temas morales, produciendo una fractura entre lo económico, social, político y lo moral.

Los que abandonan la tradición de la verdad no escapan hacia algo llamado libertad, solo escapan hacia otra cosa que llamamos moda. G.K. Chesterton, La cosa y otros artículos de fe.

Un ejemplo claro de esta filosofía en nuestros días es aquella frase que dice: “mi cuerpo, mi decisión”. Es entonces cuando el relativismo se convierte en un desconocimiento de los derechos humanos, especialmente del derecho a la vida, tan cuestionado y acomodado a los intereses de grupos que anteponen de manera egoísta sus conveniencias. Todo este marco crea caos y desorden social; los valores cotizan a la baja, lo moral es para la gente de “mente cerrada”, abajo parece ser arriba, toda una “esquizofrenia social como lo diría el Padre Gabriel Vila Verde.

En medio de este mar de ideas que pretenden imponerse a la fuerza, la verdad parece retirarse del escenario cabizbaja; lo que una vez fue válido hoy se tilda de anticuado. No obstante, “toda la oscuridad en el mundo no puede apagar la luz de una sola vela”, frase atribuida a San Francisco de Asís; esa pequeña vela es la luz de la verdad, verdad que llena de genuina belleza todo aquello que ilumina. La autentica verdad no se impone, se revela; no es creación del hombre, está constantemente llamando a tu puerta y quiere hacer de tu corazón su custodio.

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Juan 14, 6

Como cristianos estamos llamados a defender la belleza de la verdad que se nos ha revelado; nuestra fe no se limita a ser manifestada en las esferas privadas o personales de la vida, pues una vez que hemos conocido a la fuente de toda verdad es imposible permanecer callados ante las ideologías e injusticias que el mundo quiere imponer a la fuerza. La fe es también una expresión pública, un fuego que enciende otros fuegos. Excluir la fe del escenario público sería una incoherencia de vida. Cuando la fe empieza a ser reflexionada, se llena de razones que la hacen válida socialmente; el creyente que profundiza en lo que cree nunca negociará sus valores por ganancias pasajeras.

En tiempos de relativismo el cristiano está llamado a ser profeta, que anuncia, pero sobre todo que denuncia aquello que hace extraviar al hombre de sus verdaderos propósitos. Denuncia por amor, por el celo de la salvación de todas las almas, como ese padre amoroso que corrige fraternalmente a sus hijos.

Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; solo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros. Gálatas 5, 13.

Seamos testimonio, en un mundo dividido y esclavizado por formas de pensar que no dan al hombre la auténtica libertad, por la que tanto lucha, que lo someten bajo el yugo de nuevos ídolos como el placer, el dinero, el tener… Seamos esa luz que nunca se apaga, que resplandece más en medio de un entorno en tribulación, permanezcamos firmes en la defensa de la verdad, luchando con las armas que nos ha provisto Dios: “ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios” (Efesios 6, 14-17). ¡Que no deje de arder la belleza de la verdad!

María Paola Bertel

Publica desde mayo de 2019

MSc en desarrollo social, pero lo más importante: soy un alma militante, aspirando a ser triunfante. Me apasiona escribir lo que Dios le dicta a mi corazón. Aprendí a amar en clave franciscana. Toda de José, como lo fue Jesús y María.