Cuando recién empecé a ir a la escuela, hubo una tarea en particular que recuerdo mucho, consistía en depositar un grano de frijol sobre unas pequeñas motas de algodón mojado en un recipiente de vidrio pequeño y transparente. El objetivo del experimento, era ver cómo día tras día, poquito a poco, una planta iba naciendo de aquel grano; empezando por las raíces hasta desarrollar sus primeras hojas.

Resultó ser un experimento divertido y emocionante para mí en ese momento, sin embargo no consideré, sino hasta hace poco, que ese experimento no es solo para aprender sobre las plantas y los seres vivos, sino que es también un medio para entender la belleza de la Gracia de Dios en nosotros. 

A veces podemos resumir la Gracia Santificante a solo aquello que recibimos de vuelta cada vez que nos confesamos. Como un sello de garantía que nos indica que estamos limpios de pecado, sin embargo, la Gracia de Dios es el don sobrenatural que habita en nosotros, que nos permitirá ser herederos del Cielo, en la medida en que nosotros cultivemos esta Gracia en nuestro interior, lo cual es muchísimo más que solo sentirnos confesados.

Después de la Eucaristía, la Gracia es el siguiente tema más importante de nuestra vida. Ambas están juntas y una retroalimenta a la otra. Sin Eucaristía no está completa la Gracia y sin Gracia no se puede sentir en su plenitud la Eucaristía. En el Pan y el Vino tenemos el Cuerpo y la Sangre de Cristo y con la Gracia tenemos la voluntad del Espíritu.

Crecer en Gracia Santificante puede ser aparentemente lo más fácil o lo más difícil. Esto es porque la Gracia es la vida sobrenatural del alma, y mientras que intentemos que esta crezca estaremos fortaleciendo la parte divina de nuestro interior.

Es fácil identificar cuando una persona está en un nivel de Gracia espectacular, y esto es cuando nos sentimos a gusto en la compañía de alguien que transmite paz y tranquilidad en su forma de hablar, con sus acciones, su trabajo y sus pensamientos. Una persona así es muy probable que pueda soportar las mayores dificultades de la vida. Es probable que los Santos que conocemos fueran de esta forma de ser, y debido a esto dieron el gran testimonio de vida que tuvieron. 

Es a través de la Gracia Santificante que obtenemos las demás gracias, las cuales nos llevan a evitar el mal y hacer el bien. Todas las características bellas y buenas que podemos mencionar en una persona caritativa son todas esas gracias que surgen a través de la Gracia de Dios.

Es absolutamente necesaria la Gracia Santificante para todos en nuestro camino hacia la vida eterna.

Esta Gracia la recibimos en el bautismo y se convierte en nuestro deber que ésta crezca, se fortalezca y de frutos, porque esta Gracia es la semilla de Dios en nosotros, que así como el experimento del grano en el recipiente transparente, esta misma semilla irá creciendo, poco a poco, empezando desde la raíz hasta desarrollar sus hojas y estas se vayan extendiendo por todo el terreno fértil de nuestra alma.

Pero la Gracia Santificante se pierde, aunque la podemos recuperar; porque al recibirla por primera vez nuestra condición cambió de ser criatura a ser un hijo de Dios, sin embargo si nuestros actos desprecian la Gracia de Dios, la semilla de la santificación se irá muriendo poco a poco. Los pecados se convierten en losas, que caen por todo el campo donde ha germinado y florecido la semilla de la Gracia, y por lo tanto nada puede crecer debajo de una carga tan pesada. Mientras lo llenemos de más losas, más pronto irá muriendo la vida del alma, hasta convertirse en un terreno infértil. 

Las losas pueden quitarse de nuestro campo, con ayuda de una correcta confesión, de ahí que posteriormente a ser confesado, puede sentirse en nosotros una sensación de ligereza, y así nos podemos sentir listos para volver a ser un buen cristiano, sin remordimientos. Por eso esta Gracia solo se recupera en el sacramento de la confesión.

La peor desgracia que puede tener un cristiano, es perder la Gracia Santificante. Porque nada puede crecer debajo de una losa tan pesada, ni nosotros mismos. De la misma forma, estando en pecado mortal los frutos de Dios se mantienen muertos y nos pone en un peligro de condenarnos. 

Es como ser una bombilla que no alumbra, por fuera puede verse bien pero algo en su interior no está bien, no puede ser un medio para dar la luz e iluminar a los demás. Es una bombilla sin corriente eléctrica.

En el Cielo está la vida de Gracia, en toda su plenitud, que produce una felicidad completa, bella y sobrehumana que en esta vida no podemos alcanzar. Esta vida es el camino para la eternidad. Y la eternidad para nosotros, puede ser el Cielo o el infierno.

¿En qué momento la Gracia es eficaz para el hombre? Cuando el hombre colabora con la Gracia de Dios. 

Todos tenemos que cooperar con Dios en su Gracia. “Dios te creó sin ti, no te salvará sin ti” es una frase que decía San Agustín, la salvación es un asunto personal e intransferible, y si buscamos hacer todo lo que podamos, Dios no nos va a negar su Gracia, ya que sin nuestra libre cooperación es imposible nuestra salvación.

Con sus inspiraciones, Dios predispone al hombre para que haga buenas obras, y según el hombre va cooperando, va Dios aumentando las gracias que le ayudan a practicar estas buenas obras con las cuales ha de alcanzar la gloria eterna.

Mi padrino cada ocasión que me ve, al despedirse siempre me dice: “pórtate bien, que no te cuesta nada”. Nunca antes había sentido tan sabio y profundo ese consejo con tono de humor y regaño. Porque en efecto, nada nos cuesta crecer en la Gracia Santificante de Dios, ya lo tenemos todo, solo hace falta que nosotros la queramos cultivar.

Diego Quijano

Publica desde abril de 2019

Mexicano, 28 años, trabajando en ser fotógrafo, bilingüe y un buen muchacho.