El Hijo, hecho uno con Dios Padre y el Espíritu Santo, fue partícipe de la creación del mundo; “todas las cosas” fueron creadas a través de Él. Leemos en Génesis:

En el comienzo Dios creó los cielos y la tierra. Génesis 1,1

Antes que Dios nos dijera que Él es amor, antes que nos dijera que es santo, antes que nos revelara que es Salvador, Dios quiso (y sigue queriendo) que tú y yo supiésemos que Él es un Dios creativo, productivo y trabajador. Esta idea de un Dios que trabaja es única en la larga lista de historias del origen del mundo. Las otras religiones proclaman que los dioses crearon a los humanos para trabajar y servir a los dioses. Ninguna se atreve a decir que Dios Mismo trabaja; mucho menos introducir la idea al comienzo de la historia.

Detengámonos un minuto en este pasaje:

Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jn 20, 11 – 16

Probablemente hayas leído este pasaje docenas de veces, quizás cientos. Y quizás, alguna que otra vez, has pensado en el hecho de que María confundiera a Jesús con “el jardinero” como un detalle de las Escrituras raro pero insignificante.

Pero ninguna palabra de la Escritura está puesta por accidente, porque Dios no deja ningún detalle al azar.

Para verlo, debemos ir primeramente al Génesis, cuando Dios creó a Adán y Eva; los puso en el Jardín del Edén para trabajar y “llenar la tierra”, o mejor: “para que lo labrara y lo guardase” (Gn 2, 15). El pecado no existía, pero sí el trabajo, el trabajo de jardinería era alabado en su más puro sentido.

Pero, por supuesto, unos versos más adelante, leemos que el pecado entró en el mundo:

Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.  Génesis 3, 17 – 19

El trabajo aún es alabado, pero ahora también es arduo. El pecado marcó la necesidad de que Jesús, el Redentor, viniera.

Pero todo comienza a cambiar en Pascua. La Resurrección resetea el mundo ya que Jesús inaugura la llegada del Reino de los Cielos. Y en Su primera aparición a la humanidad, luego de este acontecimiento, Jesús se revela a sí mismo a María como un jardinero. ¿Por qué? Esto es lo que Wright dice en su libro Sorprendido por la Esperanza:

En la nueva creación, el viejo hombre mandado a cuidar el jardín es dramáticamente reafirmado cuando Juan deja ver en su historia de la resurrección a María suponiendo que Jesús es un jardinero. La resurrección de Jesús es la reafirmación de la bondad de la creación. Wright

Apareciendo como un jardinero, Jesús nos está deliberadamente señalando hacia el pasado de Adán y Eva, los primeros jardineros y trabajadores del mundo. Nos está mostrando que nuestro trabajo como ciudadanos de Su reino por venir no es solo “salvar almas” o ayudar a más personas a obtener la entrada al Reino (por importante que este trabajo sea). Jesús nos muestra que es tiempo de hacer jardinería otra vez, trabajar la tierra; para “llenar la tierra” con señales del Resucitado.

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!