Hay una situación, bastante común en mi vida, que consiste en darme cuenta de que llevo riéndome de algo tanto tiempo que empiezo a preguntarme si mi reacción tiene sentido o es absurda. El humor es algo que siempre me ha fascinado, no por mi facilidad para producirlo (de la cual dudo en gran manera) sino por el misterio y la sorpresa que me genera cada vez que me encuentro frente a él.

Atreverme a hablar sobre el sentido del humor puede parecer bastante pretencioso, o como mínimo, demuestra que yo carezco totalmente de él. El propio concepto es indefinible, podríamos decir que el humor es una percepción especial de lo cómico, lo incongruente, ligeramente distinto del ingenio, pero queda impreciso.

La tristeza posmoderna ha hecho tanta mella en nuestro carácter que cuesta darle la importancia que merece a la risa y el humor, y olvidamos entenderlo como algo sano. Es connatural al hombre el sentido del humor, pues el hecho de ser animal racional implica ser capaz de reírse, de crear paradojas, metáforas, etc.

Hay un pequeño peligro, podríamos pensar que la seriedad se contrapone al humor, y por consiguiente evitar reír por el hecho de convertirse en alguien frívolo. Sin embargo, el antagonista principal del humor en nuestros tiempos es el aburrimiento, que lleva al hastío, la monotonía y el fin del asombro. Con la risa se combate la insensibilidad y el dar por supuestas las gracias y dones del día a día.

Me gustaría aclarar ante el lector que es conveniente diferenciar entre el ingenio y el humor. El ingenio es una habilidad, algo relativo a la inteligencia, a los juicios sagaces, mientras que el humor está directamente unido a la humildad. Esta relación entre humor y humildad es necesaria recordarla y defenderla, pues siempre se están riendo de uno al tiempo que uno se ríe de sí mismo, ya que está implícita la idea de que el propio humorista queda en desventaja atrapado en la broma.

Nos reímos de lo que nos sorprende, de lo que nos alegra, de lo que no esperamos encontrarnos, de bienes gratuitos que aparecen misteriosamente, de situaciones que cambian las cosas de sitio. A pesar de lo que ha sugerido la psicología moderna, no creo que sea cierto el hecho de que la risa surge de la euforia ante el dolor o la miseria de un enemigo, ya que entonces los niños serian enormemente malvados, pues ríen mucho. La modernidad nos quiere hacer creer que incluso nuestra tendencia al buen humor tiene tintes perversos, y así renunciamos a reír. Si un amigo nuestro resbala y cae al suelo tontamente, nosotros estallaremos en carcajadas de forma natural, pero no por malicia, incluso lo ayudaremos. Simplemente es la contemplación de un desnivel de realidades, si se cae un árbol al suelo no tiene sentido reírse, pero un hombre es algo con dignidad, posee una inmensidad espiritual que contrasta con la limitación exterior de cuando uno es torpe.

El sentido del humor es la contemplación de la belleza de lo incongruente, de lo paradójico, de lo que se comprende sin comprenderse, de la satisfacción ante una situación que parece carecer de sentido. Cuando nos reímos nos hacemos pequeños ante algo que muestra una cierta genialidad humana. Es necesario sobrellevar las cosas con humor, pues la realidad se nos muestra fascinante y nos avasalla y se convierte a menudo en objeto de risa y al mismo tiempo tenerlo en alta consideración.

No es un requisito que el intelectual solo se sirva del ingenio en el sentido satírico o grotesco del término. Cervantes muestra cómo es una cualidad grande y muy cristiana que el hombre se ría de sí mismo, que confiese la complejidad y la debilidad en la que se descubre.
El humor debe acompañar la búsqueda de la verdad, debe sostener al hombre frente al sufrimiento. Pero no como un contrasentido, no como un medio de evasión sino por el hecho de que es de buen cristiano buscar la alegría.

Un santo triste es un triste santo.

A lo largo de la historia muchas obras literarias entienden la belleza que supone guardar un humor proporcionado, reírse de la vida en sí misma, ni con maldad ni ingenuidad, sino con respeto a lo fascinante que es la naturaleza humana. Los grandes autores como Shakespeare tienen un conocimiento del alma humana que pone por igual la importancia del drama y la comedia.

Para concluir me remito a Chesterton, príncipe de la paradoja, quien también afirma que el ingenio se corresponde con la virtud divina de la justicia, y que es muy peligrosa en cuanto a que pueda un hombre tomar parte de ella. Sin embargo, el humor correspondería a la virtud de la humildad y participa de un sentido divino más profundo por su carácter misterioso.

El humor guarda estrechamente relación con las verdades eternas, la virtud y naturaleza humana porque la mayor incongruencia que existe es tomarse en serio el humor, no preguntarse por el sentido del humor, o convertir el humor en un recurso o habilidad monótona. Ante todo, como aparece en el Libro de los Proverbios, el humor debe alejarnos de la soberbia y ser “martillo de necios”.

Guadalupe Belmonte

Publica desde marzo de 2019

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De mayor quiero ser juglar, para contar historias, declamar poemas épicos, cantar en las plazas, vivir aventuras... Era broma, solo soy aspirante a directora de cine, mientas estudio Humanidades y disfruto con todo aquello que me lleva Dios.