Literalmente, en domingo de Resurrección, el Evangelio nos plantea un encuentro con el Resucitado. Es nuestro encuentro, el frente a frente con el Resucitado.

La liturgia nos muestra dos lecturas del evangelio, una matutina y otra vespertina. Una aparición a María Magdalena, por la mañana, y a unos discípulos que van alejándose de Jerusalén, por la tarde. Pero ¿por qué? Porque en realidad, el día de Resurrección, Jesús sale al encuentro de sus más próximos y de sus más lejanos.

El autor sagrado, guiado por el Espíritu Santo, nos muestra dos escenarios contrapuestos, para ejemplificar la extensión y alcance que tiene Cristo Resucitado. Jesús no ha resucitado solo por los que estaban al pie de la Cruz, sino también por las personas que han perdido su fe, durante el proceso.

Es claro que el relato matutino es maravilloso: María Magdalena, al iniciar el día, busca a Jesús en el Sepulcro. Pero lo encuentra fuera de este, aunque al comienzo no lo reconoce. ¿Cuántas veces nos ha pasado justo eso? Vemos frente a frente al Señor, convencidos de que lo encontraremos donde nosotros creemos que está y, cuando lo encontramos, no lo reconocemos. Pero, al final, la gracia y la filiación hacen fácil que María Magdalena le reconozca solo con decir Jesús el nombre de esta.

El corazón, que tantas veces ha escuchado la voz del Señor, está atento a reconocer su llamado y su presencia. Es por esto que María lo reconoce cuando este le dice nada más: “¡María!”. Y Jesús, también sabe que es todo lo que hace falta. No enreda las cosas, no hace complicado el encuentro, sino que lo integra de belleza: el Resucitado habla al corazón, frente a frente. María ha tenido la lámpara encendida para esperar y reconocer a su Señor. ¡Cuánto tenemos que aprender de ella!

Por otro lado, el Evangelio vespertino, es un encuentro que, siendo menos conocido, creo que encierra a todos los discípulos de Jesús que hemos venido con el pasar de los siglos. A aquellos que no hemos visto la escena, que nos bajamos del carro (aunque sea de vez en cuando), que tenemos una fe muy batallada.

El relato de los discípulos de Emaús debería llamarse “El Encuentro de Jesús con los que han perdido toda o mucha de su fe”. Es toda una belleza de pasaje. El Resucitado, sabe que no solo los que estaban cerca de él necesitan encontrarlo, sino también aquellos que, sabiendo que Jesús es alguien importante, no terminan de cuajar en su conversión.

Lo impresionante es que no solo se les aparece, sino que les explica todo. Hace lo necesario para que estos entiendan hasta el mínimo detalle, aunque estos aún no le habían reconocido totalmente.

En estos tiempos de pandemia, muchos pueden haber perdido esperanza: bajar a Emaús, desde Jerusalén golpeados, pensando que Dios iba a sanarnos heridas. Y se nos acerca Jesús. ¡Jesús está próximo a nosotros, en el mismo camino! Pero nos importa más lo que ya pasó.

Estos dos discípulos nos representan a cada uno de nosotros: La aparición no es tanto para enseñarnos sobre su resurrección. Los discípulos no van a entender completamente todo lo que les ha enseñado, hasta Pentecostés. Estas enseñanzas aun no son posibles, hasta la venida del Espíritu Santo.

Por eso, nos llama a fijar cada vez más su atención en Él. No en una emoción, no en una experiencia sensitiva, sino en su presencia.

Jesús, se presenta frente a nosotros y debería bastar que lo haga para nosotros poder descubrirlo. Pero no es así: hay muchas cosas que día a día, momento a momento, nos quitan la vista y no nos permiten descubrir la belleza de Cristo en nuestro entorno.

Medita un poco: ¿Qué cosas generan ruido en tu ambiente? ¿Qué cosas te quitan la paz en la oración? ¿Qué relación debes sanar? ¿Qué actitudes debes cambiar? ¿Qué te roba tu atención constantemente?

Debemos motivarnos a poder ver más allá de lo que nuestros sentidos nos permiten, y contemplar a Cristo que está próximo en nuestro camino: Jesús está abandonado en el Santísimo, así como en tu mamá, en tus hermanos. ¡No lo vemos! Ahí también está el Señor.

Y Jesús Amable, nos explica en la liturgia toda escritura que habla de él. ¿Cuántas homilías de las misas hemos desperdiciado esta “cuarentesma”? ¿Cuántos momentos íntimos con el Señor, hemos perdido incluso antes de que comenzara la Pandemia? Mira que Jesús también se muestra en su Palabra. Nos llama a través de esta.

El descubrimiento definitivo de los discípulos se da al Partir el Pan, hecho que no se da si no invitan a Jesús a quedarse. Ambos son gestos que debemos aprender a descubrir y a incorporar en nuestra vivencia Eucarística. Estamos llamados a eso: a ver plenamente a Cristo en el Pan. No se esconde, se nos descubre humildemente ahí, cercano, próximo.

Y este descubrimiento debe generarnos a nosotros un cambio. Mira nada más este par de discípulos: ¡regresan a Jerusalén de noche! Presurosos y exaltados, no se pueden contener porque deben anunciar aquello que Jesús les ha permitido ver.

Que esta pascua sea el camino a Jerusalén de nuestras vidas.

Edwin Vargas

Publica desde marzo de 2021

Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.