Me levanto, me preparo un mate, voy al living-comedor a ver la tele, la prendo, pongo el noticiero y… lo único que escucho y veo en las noticias son muertes, accidentes, colisiones de automóviles, explosiones, ataques terroristas, enfermedades nuevas, la economía en picada y ¡no veo el momento en que hable el muchacho que nos dice el clima! A lo sumo nos dirá que lloverá, pero no nos hablará de lo anterior.

Esto que menciono es una historia de todos los días, todos estamos inmersos en esta sociedad, país en el que habites, país en donde esto sucede, no tengo duda alguna.

La semana que pasó, hubo varias personas que estuvieron internadas o con problemas graves debido al coronavirus, gente de círculos cercanos empezó a caer, alumnos del colegio donde trabajo comenzaron a tener que aislarse, cursos completos, aulas vacías, el WhatsApp no paró de sonar en toda la semana: “recemos por tal”, “¿pueden poner en oración a mi tío?”, “les comento que falleció fulano recemos por su alma y por la familia”, etc. Fue una semana dura y de varios momentos de oración, pero estaba charlando con alguien y me dijo algo que pensamos todos: “no quiero agregar más gente a la lista de oración, ¡basta!” – y luego se rió -, claramente no lo decía por el hecho de no querer rezar, sino por el hecho de ver mal a otros, de las malas noticias, etc. Y eso hizo despertar un interés en mí, esa frase me resonó por largos días.

Nos sentimos bombardeados por el mundo, todo está mal, todo es pura mierda, todo son malas noticias, las malas noticias se vienen encima nuestro, no nos están dejando respirar, nos están quitando la vista, nadie ve lo positivo, me imagino que todos nos sentimos de esta forma. Me pregunto… ¿Estamos en un desierto?

Entendemos que el desierto es un lugar árido e inhóspito, en el mismo se sufre todo tipo de incomodidades, en especial sed y extremo calor, lo único que se escucha es la brisa del viento (si es que la hay). Pero hoy vivimos en un desierto que no está desolado, es muy curioso esto, por no decir enigmático, si sabemos “leer entre líneas” podemos observar que somos como Juan.

Yo soy la voz de uno que clama en el desierto. Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Jn 1, 23

La frase que vemos aquí resume lo que era Juan en sí mismo: una voz; un hombre con un mensaje. Ese mensaje debe ser presentado en un escenario singular: en el desierto. Si bien el desierto al cual se referían Isaías 40 y Juan 1 era más que piedras, arena y escorpiones; era también un desierto de pecado. Juan se atrevió a ser una voz donde otros habían callado. Juan físicamente estaba en un desierto, pero un desierto poblado, cuando Juan Dice “una voz que clama en el desierto” (Jn 1,23) la realidad no es que gritaba a los cuatro vientos como un loco, sino que era una voz que otros escuchaban.

Hoy en día, nosotros… ¿podemos escuchar esa voz que clama en el desierto? Vivimos en un mundo donde casi no se escucha y donde casi no nos escuchan. Así como varios creyeron que Juan estaba demente, crean lo siguiente: la gente cree que nosotros los cristianos somos dementes, locos, cuando ven que nuestra preocupación no esta en nosotros mismos, sino en el prójimo.

“Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gal. 4,4), y así también “vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lc 3, 2), enseguida Juan comenzó a predicar diciendo: “arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 3, 2).

Su misión era muy clara: preparar a la gente para lo que venía, y lo que venía era el mismo Mesías, el Salvador y su Reino. Y cuando se habla acerca de la venida del Mesías no se anda con rodeos, miremos como lo anuncia Juan:

Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Lc 3, 7–8

Hay que sacarse el pensamiento de que Dios nos recibirá simplemente porque vamos a misa el domingo. El mensaje de Juan es como un reloj despertador: ¡Despertate! ¡Arrepentíos! ¡El Reino de los Cielos está cerca! ¡Despertate! En otras palabras, nos está diciendo que enmendemos nuestra vida, que vivamos en Cristo porque si no, no seremos “aptos para el reino de Dios” (Lc 9, 62)

Y un día mientras que Juan predicaba en el río Jordán llegó Jesús para ser bautizado, cuando “Juan vio a Jesús que venía a él, dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29), Juan lo predico como aquella persona que moriría por todos nuestros pecados. En un mundo como el de hoy es sumamente necesario el mensaje de Juan ¡Jesús es el Hijo de Dios! ¡Él es la única esperanza del hombre!

Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios en quien confiaré. Sal 91, 2

La esperanza se trata de esperar, y estamos esperando afligidos en vez de esperar alegres, porque todo esto es signo de los tiempos. Aquí me quiero detener en algo interesante. El libro del Apocalipsis es una buena noticia, no mala. Es una mala noticia que da miedo, sensación de rechazo, aturde, conflictúa, da desesperanza, amargura, a aquellos que no están en sintonía con la propuesta del Evangelio, pero para todo el resto, es decir, para nosotros tiene que ser un tránsito de alegría porque esta pronto la llegada del Señor.

Hablamos poco del regreso de Cristo, sobre su venida solo hablan los rebeldes. Paul Acuña

El libro del Apocalipsis nos tiene un mensaje claro al cual debemos estar atentos: “bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca” (Ap 1, 3), debemos estar preparados y anunciar como lo hizo Juan porque:

Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz. Lc 8, 16

La parábola que mencionamos arriba, la luz debajo de la cama, el Maestro nos deja el siguiente mensaje: Somos voces que claman en el desierto de la desesperanza, de la aflicción, de la enfermedad, en medio de un sistema que propone una cosa y vamos a contramano. El mensaje de Juan es un mensaje que nos toca ahora a nosotros. Él fue antecesor de la primera venida y nosotros de la segunda, entonces nos toca el mismo mensaje ir contra la corriente y ser una voz que diga: “el Reino está cerca” y que el reino este cerca es una buena noticia.

“Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete” (Ap 3, 3), porque “lo que tenéis retenedlo hasta que Yo venga. Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Ap 2, 25-26). El Señor quiere gente fría o caliente, ya que Él mismo dice: “ni por frio, ni por caliente, sino por tibio te vomitaré de mi boca” (Ap 3, 16). Paciencia y convicción, para “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Ap, 14,12), les espera una buena noticia: “sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida” (Ap 2, 10).

Somos voces que claman en el desierto. Anunciemos al Señor que está cerca, y estemos preparados porque “no sabemos ni el día ni la hora” (Mt 25,13) pero sabemos que viene. Confiemos en Él que con sus plumas nos cubrirá, y debajo de sus alas estaremos seguros y nada ni nadie podrá contra nosotros (Cfr. Sal 91).

Anteriormente nos preguntamos ¿podemos escuchar esa voz que clama en el desierto? Ahora te corro el foco, ¿otros pueden escucharte a vos como la voz que clama en el desierto la buena nueva, como la voz que clama en el desierto la Esperanza que ha de venir? El foco esta en Cristo. Somos voces, mensajeros de Su noticia, mensajeros de Esperanza, si todavía no lo hiciste, comenza a anunciarlo a Él con fe porque, es mentira que la fe no se ve, al que no ves en todo caso es al Creador de esa fe; la fe se debe ver, se debe sentir, se debe palpar. La fe es tu acción, la fe es lo que hablas, es lo que decís, es lo que ves, lo que escuchas. Que los demás te vean, te sientan te palpen, ¡NO PARES DE HACER RUIDO! ¡NO PARES DE HABLAR! ¡NO PARES DE MOSTRARLO A ÉL! ¡CRISTO TE QUIERE VIVO! ¡CRISTO TE QUIERE CON ÉL! ¡SÉ SU VOZ! ¡SÉ LA LUZ QUE ILUMINE EL CAMINO DE OTROS! ¡SÉ SU MENSAJERO!

Gabriel M. Acuña

Publica desde marzo de 2020

Argentino. Estudiante de Psicología. Diplomado en liderazgo. Miembro de Fasta. Consigna de vida: "Me basta Tu gracia" (2 Cor 12, 9). Mi fiel amigo: el mate amargo. Cada tanto me gusta reflexionar y escribir, siempre acompañado del fiel amigo. ¡Totus Tuus!