Escribo estas primeras líneas a bordo de un avión… el primer vuelo que he tomado en toda mi vida. Ahora mismo estoy pensando que realmente había querido hacer esto antes. Pero no esto de viajar en un avión, sino el hecho de entregarme por entero a mi vocación, al amar a otra persona en Cristo. Ahora, de manera verdadera, siendo capaz de abandonar aquello que siempre había conocido, todo cuanto me era seguro.

No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a la memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz. ¿No la percibís? Otra vez abriré camino en el desierto y ríos en el yermo.

Isaías 43: 18-19

Pienso, desde hace un tiempo, en la auténtica masculinidad y lo que esto implica: la verdadera valentía de la entrega completa, en el servicio total por amor al otro. Pienso en todo lo que ser hombre representa y cuánta belleza hay en el sacrificio masculino.

Me encuentro con personas, en las terminales de los aeropuertos, y veo en ellas muchas almas que buscan su camino. Siempre estamos buscando, de una u otra manera. Siempre estamos tras aquello que nos de la felicidad. Pero pocos podemos y sabemos caminar con ella dentro.

Me encontré a una religiosa de la orden de las Siervas de Cristo y, como buen católico, no dejé de preguntarle cosas. La vi feliz. No andaba buscando la felicidad, era feliz con su vida misionera. Viajaba de regreso a su diócesis luego de servir en comunidades rurales de mi natal Nicaragua.

Ella tenía muy claro el norte de su vida y con gran alegría me contó muchas cosas de su labor en tiempos de pandemia. Ha apostado todo por Cristo.

Entre vuelo y vuelo, he tenido el tiempo de meditar este encuentro. Yo mismo me dirijo, con María Santísima en mi corazón, a esa entrega. Quiero servir a Cristo en nuevas y más profundas maneras.

Sin embargo, cada kilómetro recorrido y la distancia de aquello que me hace sentir protegido y seguro, hace que me replantee la vida: ¿Dónde está mi confianza? ¿Cuál es el verdadero sentido de esta? ¿Acaso hay algo en la tierra de lo que deberíamos sentirnos confiados?

Son muchas y variadas las respuestas que podemos dar a este dilema. Pero una sola certeza viene a mi mente: hay una mano que sostiene todo, incluido a mí.

Miro por la ventana del avión y veo mi propia pequeñez; la anchura de la Bondad y Misericordia de Dios. Lo imagino viéndome como veo yo al mundo, porque me ama como si yo fuera todo Su mundo. Veo la mano sosteniendo la belleza de este mundo.

También, ante esta vista, no me es difícil comprender por qué la humanidad se siente complacida de haber dominado el mundo natural. Pero me inevitable preguntarme por qué, al contemplar este panorama, hay dudas de una mano creadora que equilibra todo. Se puede notar la actividad de Dios en todo.

De regreso a mí mismo, haciendo introspección y recordando los muchos pasajes en que Cristo viaja y se acerca a todas las comunidades, entiendo que yo mismo fui alcanzado por Él. Y que cada persona que veo en estos aeropuertos, también son visitadas por este mismo Jesús.

¿Cómo lo sé? Pues porque todos los peregrinos encarnamos a Jesús de muchas y diversas maneras. Sobre todo, aquellos consagrados y religiosos, pero, yo como laico, también soy llamado a ser luz del mundo donde me encuentre.

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.

Filipenses 3:20

Como persona que emigra, pienso mucho en San José. Y es que el Santo no dudó un segundo en hacer aquello que Dios le pedía: dejar su tierra. Yo atravesé, en cambio, un proceso de preparación y tuve tiempo de asimilar muchas cosas.

Dios ha mostrado su ternura en este camino de preparación permitiéndome hacer las cosas con mucha paciencia. Así, Dios prepara cada corazón como Él estima que es necesario; todo con el propósito de que seamos santos según nuestro propio carisma.

¿Qué me encamino a hacer? Yo sólo pienso en que, donde me encuentre, debo buscar cumplir la voluntad de Dios. Quiero trabajar y también formar mi familia, pero siempre de la mano de Dios.

Creo firmemente que ahí está la plenitud de mi propia vida. Creo que debo amar a la persona que tengo frente a mí mismo como Cristo le ama; a mi futura esposa, a mis compañeros de trabajo, a mis hermanos en la fe.

Existe un camino marcado por el Señor para nosotros, este siempre conduce hacia adelante y hacia su encuentro. Es inevitable llegar siempre a vernos frente a Dios, hoy más que nunca lo sé.

Lo sé porque me ha visto a la cara y me ha abierto muchas puertas. Lo sé porque veo que su Providencia ha ayudado en cada paso que doy. Y sé también que me ha permitido observar su mano actuando en las otras personas que he encontrado en mi camino.

Ver tantas personas yendo y viniendo, sólo me hacen pensar en la peregrinación que es esta vida, y que realmente la vida misma es el viaje. Un día nos encontraremos con Cristo en el aterrizaje final de nuestra vida. Hasta entonces, veamos con ojos atentos las manifestaciones de su Amor y la belleza de sus obras.

Edwin Vargas

Publica desde marzo de 2021

Ingeniero de Sistemas, nicaragüense, pero, sobre todo, Católico. Escritor católico y consagrado a Jesús por María. Haciendo camino al cielo de la Mano de María.